Doce de marzo de 2018. A las 9.26 de la mañana, una llamada angustiosa al 112 pone en marcha la maquinaria de los servicios de emergencias y de la Policía Nacional. Dos sujetos, a lomos de una Yamaha 500, acaban de descerrajar una decena de tiros con un subfusil contra los ocupantes de un Volkswagen Golf gris. Acababan de dejar a su hijo en el British Council, uno de los colegios de mayor prestigio de la zona. Al conductor, José Ricardo Rojas Montes, de 44 años, natural de Colombia y con nacionalidad española, se la tenían jurada desde hace mucho tiempo. «Richi» fue uno de los capos de los Miami, la principal banda de matones «made in Spain» encargada del tráfico de drogas a gran escala, extorsiones y blanqueo de dinero. Murió en el acto y su mujer salió ilesa. El crimen, un año después, está sin resolver y no parece que a esos sicarios les vayan a echar el guante, como ocurre en la mayoría de estos casos.

Es el último gran asesinato entre cárteles que ha tenido Madrid como escenario. La capital de España, explican los expertos, es una ciudad marcada por el crimen organizado, donde se cierran negocios del narcotráfico y de blanqueo de dinero. Yun lugar idóneo en el que esconderse, por su tamaño. España es la puerta de entrada de muchísima droga, sobre todo por el puerto de Algeciras: «Puedes ir paseando por la calle y que a tu lado estén dos personas hablando de un negocio de tráfico de droga», explica un mando de la Udyco de la Policía Nacional. Lugares tan transitados como el invernadero de la estación de Atocha son puntos de encuentro para estos «empresarios».

La droga mueve 300.000 millones de euros al año a nivel planetario. Se cultivan 213.000 hectáreas de cocaína, lo que equivale a casi 300.000 campos de fútbol. La consumen 18 millones de personas en el mundo y, solo en 2017, fueron aprehendidas 41 toneladas de cocaína y 141 de hachís.

El rastro criminal de los Miami comenzó en la década de los 90. Muy cercano a Richi era el fundador de la mafia, Juan Carlos Peña Enano, conocido como «El Cojo» porque le reventaron a tiros una pierna en un semáforo, cuando circulaba con su Porsche por Chamartín. En 2009, era detenido en Navacerrada y, en 2015, por regentar un cultivo de marihuana.

Sufrieron su primer golpe en 1996, pero los Miami se han ido convirtiendo en una marca criminal que ha pasado de manos en estos últimos 25 años. Sus últimas caras más conocidas son las de los hermanos Álvaro y Artemio López Tardón, que se conjuraban con Ana María Cameno, la Reina de la Coca, para controlar el negocio del polvo blanco en Madrid. Esta mujer, que escaló posiciones desde que saltara de su Burgos natal a la capital, residía en una finca en Sevilla la Nueva: «Ingresaba millones de euros en los cuatro bancos del pueblo», explica su exsuegra. El punto de inflexión llegó en enero de 2009, con el asesinato de Catalin Stefan Crazium, de 31 años, en la discoteca Palace, en plena plaza de Ópera. Era uno de los «rompecostillas» de Ivo el Búlgaro, supuesto líder de la banda de matones por excelencia de los Miami. También murió, por una bala perdida, un relaciones públicas de Joy Eslava. Aquello dio origen a la mayor investigación policial entre el mundo del narcotráfico y las mafias de la noche, Edén-Colapso. De los ciento cincuenta imputados y 180.000 folios del sumario, solo está en prisión, en Florida y por blanqueo de capitales, Álvaro López Tardón. Se está a la espera de juicio, con 92 procesados.

Pero también organizaciones extranjeras, como Los Zetas, de México, que durante el proceso electoral de 2018 asesinó a a 112 políticos, dejan su impronta en Madrid. Su contable, Juan Manuel Muñoz Luévano, «El Mono», fue detenido en nuestra ciudad por la UDEF, pese a las enormes medidas de contravigilancia que mantenía. Vivió desde 2013 en Las Tablas y La Moraleja, desde donde coordinaba el traslado de cocaína de España a Europa y el blanqueo. Frecuentaba la zona norte, como el centro comercial Las Rozas Village y el club Bellagio de Villalba, en el que invirtió 273.000 euros.

El cartel de Sinaloa, liderado por Joaquín «Chapo» Guzmán, también ha dejado su rastro por Madrid. Su primo, Jesús Gutiérrez, fue grabado por agentes del FBI encubiertos en el Hotel Palace, donde mantenía reuniones para ampliar el negocio en nuestro continente.

La Camorra italiana tiene ramificaciones por toda Europa. La operación Tarantela, de la Policía, tuvo como objetivo al clan de los Amato y de los Escarpa, con 32 detenidos en Rivas y Arroyomolinos, con 14 registros. Aunque el juez de la Audiencia Nacional Fernando Andreu archivó el caso por falta de pruebas. No ha sido esa la única investigación sobre la Camorra en la región: los clanes ocultan a los llamados «latitantes» o huidos. Uno de ellos fue detenido en la calle de Fuencarral, donde se escondía.

El programa «Crónicas subterráneas: la huella del narco en Madrid» se emite esta noche a las 21.45 horas en Telemadrid

 

 

FUENTE: ABC

 

Los jefes de la Mafia todavía mueren a quemarropa

 

Francesco «Frank» Gambino murió acribillado el miércoles a las puertas de su casa de Staten Island. El duro cabecilla de una de las familias históricas de la Cosa Nostra, curtido durante años en el escalafón criminal, aspiraba a resucitar al clan que gobernó los bajos fondos de EE UU.

Al jefe de los Gambino, de una de las cinco familias mafiosas de Nueva York, lo acribillaron a la puerta de casa. «Ra-ta-ta-tá». Tenía 53 años. Lideraba un clan mafioso que en su momento de gloria acumuló tanto poder que llegó a reinar en los bajos fondos del hampa estadounidense. Fueron seis disparos. En el pecho. A quemarropa. Después, por asegurarse que no se movía, para evitar que volviera de entre los muertos, le pasaron por encima con un coche. No fuera que Francesco «Frank» Cali demostrara habilidades propias de un Nosferatu.

Sucedió en Staten Island. Una isla boscosa, a la que se accede desde la sección de Bay Ridge, en Brooklyn, a través del imponente puente de Verrazzano-Narrows, la faraónica estructura a la que dedicó su primer libro Gay Talese. Tampoco parece casual que el propio Talese dedicase años más tarde un texto a la mafia, «Honrarás a tu padre». En su caso hablaba de la familia Bonanno, compañera y enemiga de los Gambino durante décadas. Respecto a Staten Island no parece descabellado señalar que pertenece al imaginario mafioso desde que supimos que Vito Corleone tenía allí su mansión, acorazada en los días de la guerra por la entrada de la heroína y el pistoletazo inaugural del joven Michael Corleone.

Volviendo a Cali, abierto en canal a plomazos, las descripciones de los testigos hablan de un ataque sacado de «Uno de los nuestros». O de «Los Soprano». Fue saltar la noticia y casi parecía posible escuchar la música con la que Tony Soprano recorría el camino de vuelta a casa, pagaba en la autopista, cruzaba los puentes sobre el Hudson y acababa en el garaje y la piscina a los que un día se asomaron los patos más célebres desde Donald. Imposible no mezclar ficción y realidad, fotogramas y sangre, cuando la mafia es y sigue siendo uno de los metales calientes en la mitología de EE UU. Un país que, a falta de cruzadas o circunvalaciones del orbe, tiró de centauros del desierto, argonautas en una caravana y sicilianos que sobrevivían en las calles de Little Italy y el Lower East Side para acuñar un fronstispicio literario y poético, una galería de héroes y antihéroes, crímenes, aventuras y ruido a la altura de la potencia naciente.

Desde luego que Frank Cali no es el primero de los mafiosos asesinados. Ni siquiera el primero de los Gambino en recibir la eucaristía del plomo. Pero el precedente inmediato está muy lejos, y el último gran capo en morir baleado fue el legendario Paul Castellano hace 34 años. Lo cazaron a la puerta de un conocido restaurante de chuletones neoyorquino. Uno de los hombres que sucedió al viejo don, y que alcanzó la cumbre de la familia, George Dediccó, fue grabado profiriendo amenazas contra unos rivales, a los que entre otras cosas prometía quemar los ojos. Lo recordaba en la NBC un reportaje dedicado a la sombreada estirpe de unos tipos dedicados al asesinato, la extorsión, el tráfico de drogas, la trata de blancas, las apuestas ilegales, el robo y otras delicias del menú criminal. Ciertamente quedan lejos los días de furia, cuando los Gambino podían vanagloriarse de controlar una trama tentacular ante la que se arrodillaban congresistas y banqueros, agentes del FBI y senadores, alcaldes y policías. En aquellos tiempos el jefe de todas las cloacas, el legendario Edward Hoover, insistía ante los comités del Congreso que el problema de la mafia estaba francamente sobrevalorado.

Pero había mafia, claro que sí, y algunos de sus más reputados príncipes habían colaborado con las tropas aliadas en la II Guerra Mundial. Por no hablar de los necesarios acomodos una vez que alcanzamos las playas de la Guerra Fría. Hoy el nombre de los Gambino no provoca los escalofríos de otros tiempos, pero tampoco exageramos al afirmar que todavía es posible hallar pistas de su presencia en muchos lugares de Nueva York. Tiene al menos 200 miembros de pleno derecho y 2.000 asociados. Suficiente para andarse con ojo en según qué sitios.

 
 

FUENTE: LARAZON