Mariano Rajoy se lo pensará mucho. Tanto convocar elecciones mientras no sea estrictamente necesario (y no lo será hasta bien entrado el año 19) como volver a presentarse como cabeza de lista por el PP. El presidente del Gobierno ha cumplido hasta donde estaba en sus manos con los compromisos que tenía planteados. Especialmente ha afrontado la crisis económica. Se le ha ido de las manos Cataluña pero todavía puede componer una solución después del 1-O si, como cabe esperar, el secesionismo fracasa y debe ir a unos comicios autonómicos.

El tiempo le reconocerá los méritos que haya contraído pero, de momento, los lastres no le permiten que su partido supere con él un techo de acero que se sitúa en torno al 28-30% de estimación de voto. No se trata de que el CIS de julio acorte las distancias de los populares con los socialistas. Se trata de que el PP repta en unos porcentajes que la mejoría económica y el ambiente general de distensión social no logran superar. Y así va a seguir siendo.

El problema es que Rajoy tiene una virtud para los extremadamente conservadores -su imperturbabilidad- que es un hándicap para parte del electorado al que gustaría una cierta capacidad de riesgo, una suerte de actividad político-ideológica, un ritmo gubernamental diferente. En otras palabras, que parecerían banales pero que no lo son: los votantes de la derecha española están, en porcentaje alto, aburridos y estragados con las maneras de conducirse, tan sensatas, coloquiales y corrientes, de Mariano Rajoy. Le perciben con posibilidades, pero con posibilidades terminales, de remate, de cierre, de representación de último acto y aspiran a un cambio para retornar el voto a las siglas del PP.

La legislatura no se ha terminado, seguirá el pacto con Ciudadanos, el PNV y los canarios, pero el martillo pilón de la corrupción, por una parte, y la reiteración de un discurso político repetido hasta la náusea, redundante, previsible y ayuno de cualquier imaginación, carece de recorrido en el futuro de la política española. Ahora que se cumple el primer aniversario de los pactos entre PP y Ciudadanos, debe comprenderse que Rivera mida con mucha cautela su cercanía a los populares y no cese de sostener que Rajoy sigue siendo el Rajoy al que los naranjas opusieron tantas tachas solo superadas por la necesidad de desbloquear la situación política española en 2016.

Rajoy ha soportado muchas mareas vivas en el muelle de sus espaldas políticas. Demasiadas como para que el dique no requiera de restauraciones y contrafuertes. Lo urgente es esperar a que Rajoy culmine, pues, su égida siempre y cuando su partido y él mismo se planteen que en 2019 tienen que tener un recambio sugestivo.

Cuando es previsible que la economía continúe dando razonables satisfacciones (aunque los sectores tractores no se hayan sustituido), la corrupción requiera de nuevas testificales del presidente y Cataluña alcance un desenlace que no sea demoledor, parece el momento de pensar en una honorable jubilación para Mariano Rajoy.

La sola perspectiva de que, tanto en porcentaje de voto como luego en escaños, el PSOE de Sánchez e Iglesias y Podemos, puedan constituir un bloque superior al del centro derecha, debería exigir un acto de responsabilidad en el PP y en el mismo Rajoy para preparar un recambio que provoque un cortocircuito en el declinante electorado conservador que, a golpe de aburrimiento, de juicios de corrupción, de desafíos separatistas irresueltos, se está avejentando, constriñendo e, insisto, aburriéndose mortalmente de Rajoy.

En política la normalidad es una connotación de los sistemas democráticos, pero su abuso conduce a la indiferencia. Así, y visto que con el 28-30% del PP la derecha corre demasiados riesgos, que Rajoy remate tareas, rescate lo que pueda de la reputación perdida del PP y lo sitúe, con su honorable jubilación, en una línea de salida decididamente ganadora. De lo contrario, llegará esta izquierda combinada de «sanchistas» y «pablistas» y hasta el gran centro será inviable. Sin prisa pero sin pausa, salgamos de ese suelo demoscópico popular para perforar el techo, que algunos irresponsables creen confortable, que garantiza un Rajoy que está dando de sí todo lo que puede. Los olmos no dan peras.

FUENTE: José Antonio Zarzalejos, ElConfidencial