FERNANDO ÓNEGA
Quienes esperábamos de Felipe VI una relación detallada de los problemas que inquietan a la Corona y a la sociedad, nos equivocamos. El rey eligió un estilo y un formato de mensaje que consigue hablar de todo, de la violencia machista, de los estragos de la convivencia, del empleo de los jóvenes, de la igualdad real entre hombres y mujeres o de las tensiones territoriales sin poner un solo nombre propio en los diez minutos de alocución. Y con esa disposición le salió un discurso fruto de una obsesión conciliadora y con un contenido difícilmente discutible. De hecho, algunas de las reacciones posteriores, como la de un Pablo Iglesias que sale cada mañana de casa con la bandera republicana en la frente, han censurado más el sistema monárquico que las palabras del monarca.
No es un mal resultado. Leído y escuchado el texto, este cronista entiende que Felipe VI que querido levantar un muro de contención de los fenómenos que dañan la convivencia, que calificó como el gran patrimonio colectivo de este tiempo. ¿Cuáles son esos fenómenos? Hay quien habla del populismo. Es posible. El texto literal se detiene en otros peligros y realidades amargas. Yo veo en todo el mensaje una referencia no explícita, pero sí evidente, a la cuestión catalana. De ahí su reiterada mención de la Constitución y su demanda de no salirse de su marco. Y de ahí su nostalgia del espíritu de la Transición, con su legado de diálogo y generosidad política. Buscando esa intención catalana, este mensaje de Navidad entierra la dureza del discurso de 3 de octubre de 2017 y surgen propuestas de entendimiento, reconciliación, concordia, diálogo, integración y solidaridad. Todas son palabras utilizadas por su majestad.
El otro fenómeno que dificulta la convivencia buscada es el de los jóvenes que no se pueden sentir identificados con el sistema, porque el sistema los maltrata y los excluye con la precariedad laboral y la falta de oportunidades para los mejor formados. La propuesta real es pedir un esfuerzo colectivo para integrarlos. Y además de ese gran objetivo, no puedo descartar que Felipe VI trata de atraer a un sector de la población con escaso entusiasmo monárquico. Liderar la demanda de justicia para las nuevas generaciones sería, sin duda, una inteligente forma de consolidar la institución.
En conclusión, Felipe VI, con un mensaje que se puede calificar como más socialdemócrata que conservador, ha hecho la última llamada a la convivencia. ¿Lo tomamos como una señal de alarma? No me atrevo a tanto, pero sí a decir que lanzó una solemne llamada de atención sobre su deterioro y sobre la necesidad de recuperarla. Cuando el jefe del Estado se ve obligado a hacerla, algún peligro debe observar.