Un impecable Ferrari espera a su dueño a las puertas del hotel Villa Magna en la tarde fría del miércoles pasado en Madrid. El exclusivo complejo situado en el paseo de la Castellana acaba de cambiar de manos por un precio récord: 210 millones de euros por sus 150 habitaciones (a razón de 1,4 millones por cada estancia). Los nuevos propietarios son los accionistas de RLH Properties (de BK Partners), empresa cotizada en la Bolsa de México y presidida por un exdirectivo de Goldman Sachs, Allen Sanginés. Por el recibidor del hotel pasea discretamente el presidente del comité ejecutivo del grupo, Jerónimo Bremer, otro mexicano curtido en el banco de inversión estadounidense que habla cinco idiomas. Es la última operación conocida de un grupo mexicano en España y viene a confirmar el creciente interés que el país tiene para sus inversores.
El capital mexicano está en las lonchas de jamón Campofrío (grupo Sigma), en las obras de FCC (Carlos Slim), en los sándwiches de Panrico (grupo Bimbo), en los cines Yelmo (Cinépolis), en los autobuses Avanza (Mobility Ado) o en la empresa editora de este periódico, PRISA (Roberto Alcántara). También en los restaurantes Vips, la Tagliatella, los KFC. Todos están, parcial o totalmente, en manos de empresas mexicanas que han visto en España su trampolín natural hacia el resto de Europa. El astillero privado más grande del país (Barreras, en Vigo) pertenece en un 51% a Pemex, la petrolera estatal mexicana, que aprovechó las vacas gordas en el mercado del crudo y una serie de políticas para invertir en sectores ajenos a su negocio tradicional. Minera Los Frailes (la mina de Aznalcóllar) es propiedad del magnate Germán Larrea, protagonista de uno de los mayores choques con Manuel López Obrador, presidente de México, durante la pasada campaña electoral. Y algunas de las inversiones financieras más importantes de los últimos años en España (desde el Sabadell a Liberbank o a la malograda del Banco Popular) también tuvieron origen en México.
No hay estadísticas fiables de cuántos pesos se están transformando en euros en la península Ibérica, más allá de los datos que proporciona la base de inversiones del Ministerio de Industria registrados voluntariamente por las empresas. Muchas inyecciones de capital se canalizan a través de los Países Bajos. Pero esa plataforma da algunas pistas, como que en los últimos años México ha pasado a ser el primer inversor del subcontinente en España por delante de Brasil. El capital acumulado en diez años alcanza 19.180 millones de euros, equivalente al PIB de Navarra o al de Extremadura. Mucho dinero, más aún si se tiene en cuenta el bajísimo nivel de partida, a principios de los noventa: la inversión mexicana en España, a diferencia de la española en México, ha tardado en despegar. Pero cuando lo ha hecho, lo ha hecho con fuerza.
“RLH nació con vocación internacional. La decisión de buscar oportunidades fuera de México la adoptamos hace un par de años, y no significa que no sigamos apostando por nuestro país”, cuenta Bremer en la cafetería del Villa Magna. Quiere dejar claro que la victoria de López Obrador, —que en campaña chocó con los empresarios y que en los primeros días de mandato, a pesar de elaborar un presupuesto tan social como fiscalmente prudente, ha cancelado el nuevo aeropuerto de Ciudad de México, una de las mayores infraestructuras en la historia reciente del país norteamericano— no tiene nada que ver con su decisión de invertir en España.
Nuevo presidente
López Obrador ha dado un volantazo a la política económica que ha inquietado a algunos millonarios mexicanos, acostumbrados a la ultraortodoxia de los últimos sexenios: plantea más inversión pública —en mínimos históricos—, pone el acento en los programas sociales en un país en el que 50 millones de personas viven por debajo del umbral de la pobreza, ha subido el salario mínimo —deprimido incluso para los estándares de América Latina— y ha dejado entrever su intención de limitar las comisiones de los bancos, una idea que luego ha eliminado de su agenda, al menos a corto plazo, ante la reacción de mercado. Un empujón, real o no, para que las grandes fortunas locales crean que deben de “poner a salvo” sus millones. “Tras las elecciones del 1 de julio muchos inversores empezaron a revisar sus activos en el país ante la mayor incertidumbre política”, apunta Jesús Sánchez Arciniega, de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Para Carlos Malamud, del Instituto Elcano, la “incertidumbre de la llegada de López Obrador” ha alimentado esas inversiones en bienes raíces en los últimos meses: “Habrá que esperar a ver el futuro de la relación entre el Gobierno y el sector privado”.
Pero el momento político es solo una de las razones por las que la inversión mexicana ha renovado su interés por España, en especial en el sector inmobiliario. “En los últimos tiempos estamos reviviendo con los mexicanos lo que pasó hace años con los venezolanos. No invierten solo para vivir, sino para establecerse y generar negocios”, cree Carlos Zamora, director de Residencial en la inmobiliaria de lujo Knight Frank. “Con el cambio del Gobierno hay un sector un algo inquieto”, apoya desde la inmobiliaria Barnes su directora de Madrid, Jacqueline Ulrich. Está acostumbrada a que sus clientes de aquella parte del mundo le soliciten pisos de lujo en el barrio madrileño de Salamanca y, desde que abrió la Casa de México —una ventana a la literatura, el arte, el cine y la gastronomía del país hispanohablante más poblado del mundo—, en la zona de Chamberí. “Quieren entradas señoriales, muy representativas, techos altos, recibidores y salones grandes”. Tan grandes como para llegar a pagar dos, cuatro y hasta diez millones por un piso, quizá su tercera residencia tras las de Ciudad de México, Texas o Miami. Los mayores lazos económicos también se han dejado sentir en la demanda de las aerolíneas Iberia y Aeroméxico, que en el último año han aumentado las frecuencias entre ambos países, una ruta que hoy está servida por entre cuatro y cinco vuelos diarios.
A pesar de que, tras más de un año de negociaciones, México ha logrado reeditar el tratado comercial con EE UU y Canadá (TLC, hoy T-MEC) que Donald Trump prometió liquidar, la llegada del magnate republicano a la Casa Blanca con su discurso antimigrante y antimexicano también ha influido en el aumento del interés por España. Es y, sobre todo, ha sido en un 2017 y una primera mitad de 2018 marcadas por la indefinición en la relación futura entre México y EE UU —dos de las economías más vinculadas el planeta—, una alternativa que ofrece características similares, como renta per cápita alta, seguridad jurídica y estabilidad institucional, a ojos de los inversores mexicanos. “Además, si comparamos los precios con los de otras capitales europeas vemos que el metro cuadrado en España sigue siendo sumamente interesante, y por mucho que estas personas tengan fantásticos niveles de inglés la afinidad cultural es importante”, refrenda Ulrich.
José Luis Rivas profesor del Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM), toma la crisis como punto de partida. “Tras ella, los precios en España han sido atractivos en activos como bienes raíces, plantas de manufacturas… Un segundo factor es la similitud cultural. Según nuestros estudios es el factor que más predice la inversión empresarial hacia uno u otro país: la relación colonia-colonizador. Mucho más que la moneda o el compartir frontera. Es el caso de Australia y Reino Unido, y también el de México y España”, apunta. Verónica Uribe, analista de Monex, añade que España es la puerta de entrada más lógica a Europa. “En sí mismo es un país muy atractivo porque es un mercado más maduro y permite, además, conocer el mercado europeo y conocer al consumidor. Y añade estabilidad en las cuentas de resultados, por el hecho de que los activos no estén totalmente concentrados en países emergentes”.
Diversificación
El inversor mexicano, completa Alejandro Ramírez, profesor de la Universidad de las Américas Pueblas (Udlap), busca, sobre todo, diversificación. “La renegociación del TLC fue un foco ámbar, si no rojo, y ante las dudas sobre lo que pudiera ocurrir, los capitales mexicanos volaron a Europa”. Ahí, más allá del citado factor del idioma y la cultura, se esconde una razón menos mencionada pero cierta: “Los mercados mexicano y español son complementarios en muchos sectores, con unos ciclos de retorno de la inversión muy distintos: y el inversor mexicano prefiere sacrificar la rentabilidad alta que le ofrece su país por la estabilidad de largo plazo que le ofrece España. El retorno es más lento pero también más seguro”.
En ese intento de minimizar riesgos, eliminar la variable tipo de cambio del rompecabezas inversor —a pesar de que el peso es una de las monedas más estables del bloque emergente, está constantemente subido en una montaña rusa— es clave. Invertir en una divisa fuerte como el euro es, para las compañías y los particulares mexicanos, un importante valor añadido sobre un proyecto de inversión. También los bajísimos tipos de interés en la eurozona, que contrastan con un precio del dinero del 8% anual en México. Eso permite a las empresas financiar sus operaciones europeas a un mejor precio y “con una cobertura natural: la deuda la repagas con ingresos que también tienes en euros”, agrega Uribe.
El mercado inmobiliario ya no está tan barato como en la salida de la crisis —lo pagado por el Villa Magna ha roto todos los récords en Madrid—. Pero, como apunta Juan Carlos Martínez Lázaro, del IE, la Bolsa española sí lo está, “con muchas compañías a tiro de piedra de opa. Desde luego, sigue habiendo muchas posibilidades de operaciones corporativas”. Quizá fue eso lo que pensó el hombre más rico de México, Carlos Slim, en 2014, cuando desembarcó en FCC, un grupo que tenía muchas dificultades. Desangrándose por la deuda, el conglomerado de construcción y servicios encerraba sin embargo un gran potencial que supo aprovechar. El resultado es que, tras un lustro en pérdidas, en 2017 el grupo obtuvo 118 millones en beneficios. “Las multinacionales latinoamericanas son muy grandes, con una gestión muy internacional, y han seguido la estrategia de las estadounidenses”, reflexiona Martínez Lázaro.
Marco Antonio Pérez trabaja en Campofrío y lo ha visto. Delegado de CC OO en el comité de empresa, relata que desde la entrada del grupo Sigma, presidida por el empresario Daniel Servitje, muchas cosas cambiaron en la empresa cárnica, que ahora se presenta bajo el marchamo de multinacional de alimentación. “Al poco tiempo de aterrizar trajeron a su gente, movieron los peones y ahora los máximos responsables de la compañía son mexicanos, desde el consejero delegado al responsable de finanzas”. Varió la forma de trabajar. “Ahora es mucho más minuciosa, es otra dinámica de trabajo donde prima la comunicación. Se supervisa todo muchísimo más, trabajamos en un modo integrado, todo se monitoriza y cualquier persona en México le da una tecla y tiene los informes de un trabajador de España”. En su opinión, ha mejorado en cuanto al control, “eso no quiere decir que la gente esté cómoda. Es más trabajo para recursos humanos, hay que hacer reportes adicionales que antes no se hacían”. Las condiciones salariales, sin embargo, siguen siendo parecidas, igual que la negociación sobre mejoras. “Lo que sentimos es que ya no somos 7.000 empleados, sino más de 30.000”.
Rival de EE UU
¿Será que Europa, a través de España, toma el relevo de EE UU? Para José Luis Rivas, sí, aunque parcialmente. “Depende mucho de la empresa, del sector y del ciclo de internacionalización. Si te dedicas a los componentes de coches es mucho más natural mirar a EE UU que a Europa”. Jorge Riopérez, responsable de fusiones y adquisiciones de KPMG, abunda en la idea de que España es percibido como un país donde la relación entre el riesgo, la rentabilidad y el precio “hace muy atractiva la inversión”.
También es cierto que, como apuntan Rivas y otros analistas, “cuando tienes filiales en países desarrollados, tu portafolio [cartera de inversiones] se ve con mayor certidumbre. A la hora de emitir deuda y de ser calificada, es importante que no toda tu cartera esté centrada en países emergentes”. Y es, además, un buen terreno de aprendizaje para futuras aventuras europeas: “Hay un patrón común: dirigirse hacia mercados más exigentes y más maduros obliga a la empresa a desarrollar otras capacidades que luego pueden utilizarse en otros países. Si lo haces comprando una empresa [como en muchos casos citados] accedes a tecnología, marcas y, sobre todo, capacidades de gestión y dirección”, agrega Xavier Mendoza, de Esade.
Los grandes grupos mexicanos están, recuerda Malamud, en casi todos los sectores. “Banca, construcción, alimentación, siderurgia, turismo, transporte… la presencia de las pymes quizá sea menos relevante”. Pero, recuerda, el “efecto llamada” es importante, y tras el pez mayor viene el chico. Íñigo Susaeta, director del family office de Arcano, que asesora a familias sobre su patrimonio, lo ha comprobado con sus clientes. “Están las grandes fortunas que invierten en todo el mundo con independencia del riesgo geopolítico; están quienes buscan refugio a su patrimonio —lo vemos en el sector residencial— y hay un tercer grupo de inversores que se unen cada vez más para comprar, desarrollar y patrimonializar la inversión”. Y esas familias, cree, van a ser un imán para otro tipo de apuestas en sectores como la restauración. “Hay un boom y mucho interés en entrar en cadenas de comida”.
Rivas, del ITAM, no pasa por alto un hecho poco conocido pero cierto. “España es el segundo inversor extranjero directo en México, tras EE UU, pero México es el tercero más importante en España. Se le percibe como el país pobre, pero ya no es así, ni mucho menos”. Desde 1993, con la entrada en vigor de la ley antimonopolios en México, subraya el profesor, muchas empresas como Bimbo o Cemex “tuvieron que mirar hacia fuera por no entrar en problemas de competencia” en el mercado local. La privatización de empresas también jugó un papel destacado, según Jorge Mariné, consejero económico y comercial de la Embajada de España en México, “con grandes actores como América Móvil”.
Con el cambio de siglo, la tendencia se aceleró y el capital mexicano ha madurado. No quieren tener todos los huevos en la misma cesta y su mercado, aun siendo atractivo, con 130 millones consumidores, se les empieza a quedar pequeño. Y en un mundo globalizado, España se ha convertido en uno de sus destinos preferidos. “México se ha convertido en un gran actor inversor global. Sus empresas, definitivamente, se han hecho mayores”, cierra Mariné.