Días antes de que lo mataran, David Ávila Ramos, conocido en Marbella desde niño (irónicamente) como Maradona por sus escasas habilidades futbolísticas, recibió la visita de un par de policías de paisano. “Van a por ti, ¿tienes algo que contarnos?”, le preguntaron. Había recibido ya varios “avisos”. En marzo de 2018, alguien había empotrado un todoterreno robado contra su gimnasio en San Pedro de Alcántara (Málaga); Al poco, quemaron el chiringuito (‘Heaven’) que tenía en Estepona con su socio Naoufal Mrabet, de 41 años. Y, el propio el Mrabet, aparecía al día siguiente de esos hechos calcinado en el interior de un Ferrari carbonizado, en Dubai, junto a un amigo malagueño. Las autoridades árabes se limitaron a calificarlo de “accidente”. Pero pese a todo y a las advertencias de los policías, Maradona, con más de media vida de sus 37 años dedicada al tráfico de drogas en la Costa del Sol, acostumbrado a “trabajar” con gente de todo pelaje (colombianos, holandeses, franceses, ingleses…), a tener deudas pendientes y a tomar toda clase de medidas de seguridad, no hizo caso. “A mí no me va a pasar nada”, les respondió tranquilo.
 

Pero pasó. El día de la comunión de uno de sus dos hijos, el pasado 12 de mayo, un motorista vestido de negro y sobre una potente moto del mismo color le descerrajó cinco tiros por la ventanilla de su Audi, al que acaba de subirse con toda la familia tras salir de la iglesia. Los agentes de la Unidad contra la Delincuencia y el Crimen Organizado (UDYCO) supieron después que Los Suecos, la banda de sicarios de origen árabe procedentes de Malmo (sur de Suecia) que era desarticulada esta misma semana acusada de ese crimen entre otros, lo habían intentado más veces. “Se arriesgaron al máximo y eligieron el día de la comunión para no volver a fallar”, cuenta uno de los investigadores del caso.

El de Maradona, era el cuarto asesinato a quemarropa en 2018. El último, el que hace el número seis en el variopinto mosaico de violentos ajustes de cuentas de este año en este tramo de costa del Sur de España, fue el 21 de noviembre: un francés de 58 años era acribillado a tiros con un Kalashnikov en el garaje de su casa de Marbella.

Con la detención esta semana de ese sicariato, “el más sanguinario conocido hasta ahora”, según veteranos investigadores, y formado por nueve suecos, casi todos menores de 30 años, cuyos cabecillas eran dos parejas de hermanos, la Policía ha resuelto dos asesinatos. El de Maradona y el de un ciudadano magrebí, Sofian Mohamed A.B., a quien el pasado 20 de agosto un encapuchado en bicicleta le descargó un cargador entero (ocho balas) a las puertas de su casa de madrugada, tras recibir una misteriosa llamada telefónica y salir a la calle. Los agentes sospechan que ambos hechos están relacionados con “un mal vuelco” (robo de droga). Pero los hechos violentos se suceden en escalada: bombas en domicilios, incendios de locales, cuerpos torturados tirados en cunetas junto a centros hospitalarios, heridos de arma blanca a los que se les raja la cara al estilo Jocker a la salida de una discoteca de moda, incautaciones de armas de guerra, automáticas, granadas… Las víctimas son holandeses, ingleses, suecos, franceses, croatas, españoles… Comienza a haber alarma social y en las vallas publicitarias en lugar de anuncios de bebidas refrescantes aparecen los rostros de los más buscados (ver foto).

La Costa del Sol es “una especie de congreso del crimen organizado, un crisol delincuencial, una suerte de centro de coworking y de networking del narco, en el que recalan las organizaciones más fuertes de todos los países de nuestro entorno para hacer sus negocios ilícitos”, describe un veterano policía de la zona. El hecho de que una banda de sicarios pretendiera asentarse es el indicador más alarmante hasta la fecha.

“Los capos de las organizaciones se ocultan y viven aquí, se dan servicio unos a otros, aquí encuentran una infraestructura inmejorable: aeropuerto internacional, urbanizaciones de lujo para extranjeros bunquerizadas, en las que habitar anónimamente e incluso blanquear el dinero del narco; el puerto de Algeciras para meter la cocaína (es el cuarto en trasiego de contenedores del mundo); Marruecos con todo su hachís a tiro de piedra; los “operarios” del Campo de Gibraltar y de La Línea para mover la mercancía; Gibraltar para las grandes inversiones; buen clima…”, enumeran fuentes policiales. “Mientras el negocio va bien, uno paga, otra cobra, nadie roba a nadie, todos ganan, y todo funciona, no hay problema; pero si algo se tuerce, como ahora, empiezan los ajustes de cuentas, lo raro es que esto no ocurra más”, advierten. Pero ¿Qué se ha “torcido” en la Costa del Sol?

Según los veteranos investigadores de la policía, este repunte violento es multicausal. “Algunos de los asesinatos son porque alguien le ha robado la mercancía a una organización fuerte, de colombianos y mexicanos”, señalan. “Otros tienen que ver con la guerra entre dos bandas rivales de holandeses”, apunta otro agente. Una conversación con policías especializados evidencia que hay cosas que sí han cambiado y que contribuyen a incrementar —ahora— los niveles de violencia. “Son más jóvenes, no tienen ni miedo ni escrúpulos ni códigos de honor, solo les interesa el dinero y han visto muchas películas de malos”, dice un investigador. “Se les ve: chavales con cochazos que gastan dinerales en los Vips Clubs”, apostilla otro. “Hay más producción de cocaína, desde que se firmó la Paz en Colombia parece que hubieran levantado el pie: necesitan sacar más mercancía y ofrecen a más gente recepcionarla, lo que ha provocado una atomización de los grupos”, describen. Aunque son estimaciones, la Policía asegura que en la Costa del Sol hay “más de cien” organizaciones de cierta envergadura, “todas ligadas al tráfico de drogas”. Además, hay muchas armas del mercado negro. La policía está incautando auténticos arsenales, “recuerdan a los zulos de ETA”, dicen.

Un cóctel demoniaco que “sólo se repele con otro: buenos policías, buenos fiscales y buenos jueces”, aseguran los investigadores, que dicen toparse con sus detenidos por la calle a los días de ponerlos a disposición judicial. La situación ha obligado a incrementar efectivos. La caída en octubre de una banda de 13 holandeses con 6.000 kilos de coca y ahora la de los suecos “son solo el principio”.
 
 

FUENTE: ELPAIS