Tras la salida del líder del PP, la izquierda y el independentismo tienen dificultades para justificar por qué no llegan a acuerdos
«¿Contra Franco vivíamos mejor?». La pregunta que formuló el escritor Manuel Vázquez Montalbán trataba de describir el desencanto que provocó entre una buena parte de la izquierda el comprobar que la muerte de Franco y el subsiguiente proceso de transición no convirtió de inmediato a España en una Arcadia feliz. El propio escritor aclaró años después que su pregunta era solo una provocación a esa izquierda que no supo superar la situación de vivir contra el franquismo. Y que la respuesta a ella era por supuesto que no. Pero la pregunta que empiezan a plantearse ahora en España los partidos de izquierda y los independentistas es si contra Rajoy no vivían mejor. Y, en este caso, la respuesta es sí. Resultaba políticamente cómodo convertir al líder del PP en origen y causa de todos los males. Ah, qué tiempos aquellos en los que cada día se podían dar el lujo de reprobar a un ministro. (Por cierto, el PP podría reprobarlos ahora a todos, uno a uno, en el Senado). Todos estaban muy unidos frente a Rajoy. Pero ha sido desaparecer este y empezar a hacer cada uno la guerra por su cuenta. Pedro Sánchez se las prometía muy felices concibiendo su mandato como una larga campaña electoral para los comicios del 2020. Pero ha comprobado que gobernar con 84 diputados es un martirio que, perdiendo votación tras votación, le va a obligar a abandonar la Moncloa más pronto que tarde y dejando sensación de fracaso.
Algo similar sucede en Unidos Podemos, formación a la que le resultaba fácil el no a todo lo que propusiera Rajoy, pero que encuentra ahora dificultades para justificar por qué no apoya al Gobierno socialista al que aupó al poder. Para Iglesias resultaba confortable el papel de enfant terrible contra Rajoy, con el que trabó cierta complicidad que permitía fuegos de artificio parlamentarios para el lucimiento de ambos. Pero ahora, tiene más complicado marcar distancias con la izquierda de Sánchez.
Y más evidente aún es lo que le sucede al independentismo catalán, que había conseguido colar incluso en la prensa internacional el cuento de que solo el capricho de Rajoy impedía que Cataluña ejerciera el derecho a decidir. El falso clima de diálogo con el soberanismo que está imponiendo Sánchez parece haber descolocado a los independentistas, para los que era fácil escudarse en la negativa de Rajoy a negociar nada, y que ahora tienen problemas para rechazar esa especie de abrazo del oso socialista. A punto han estado de caer en la celada de Sánchez de marear la perdiz para no llegar a nada. Torra salió de su paseo por la Moncloa con el líder del PSOE dando a entender que ahora las cosas podrían cambiar. Pero Carles Puigdemont, que será irresponsable, pero no tonto, se ha dado cuenta de que por ese camino su estrella se apagaba de inmediato, porque con Rajoy o sin él la independencia es imposible, y ha impuesto de nuevo la vía incendiaria, hasta someter a Sánchez a la humillación de tener que escuchar en boca de un golpista prófugo que «el período de gracia se acaba». Contra Rajoy la izquierda y el independentismo vivían mejor. Y así, al final, a lo mejor en el 2019 tenemos generales, autonómicas y municipales el mismo día.
El relevo en el PP no pone fin a las cábalas sobre Feijoo
Alberto Núñez Feijoo llevaba casi una década leyendo cada día en la prensa especulaciones de todo tipo sobre sus aspiraciones para dar el salto a Madrid y convertirse en el líder del PP y candidato a la presidencia del Gobierno. Con su sorprendente negativa a participar en las primarias de los populares, esa barra libre para las cábalas sobre los planes de Feijoo parecía haber acabado. Pero no. Los conspiranoicos políticos y mediáticos se resisten a dejar la cuestión y tienen ya su propia teoría sobre el movimiento de Feijoo, que consistiría en dejar que Pablo Casado se estrelle con un batacazo en las autonómicas y municipales para convertirse él en candidato del PP por aclamación en el 2020.
Pablo Casado obliga a Rivera a reinventar su discurso
Si en el análisis anterior describimos las dificultades de la izquierda y el independentismo para explicar por qué una vez expulsado Rajoy del Gobierno los problemas de España siguen ahí y ellos no se ponen de acuerdo en casi nada, algo similar le puede ocurrir al líder de Ciudadanos, Albert Rivera, cuyo contraste con la figura anticuada de Rajoy resultaba suficiente para escogerle a él, a pesar de que en la mayoría de las cuestiones de política económica y territorial PP y Ciudadanos defiendan lo mismo. Ese contraste ya no resulta tan sencillo con un líder de los populares como Casado, que por imagen y discurso obliga a Rivera a reinventarse si no quiere que el sueño del sorpasso fracase.
Santamaría comprueba lo que dura la lealtad política
El proceso de renovación en el PP está dejando claro lo poco que duran las lealtades en política, incluso entre compañeros de partido. La ex todopoderosa vicepresidenta del Gobierno Soraya Sáenz de Santamaría pretendía forzar a Pablo Casado a entregarle una cuota de poder en Génova equivalente al 43 % que obtuvo en el congreso. El plante de Casado, dejando claro que dentro de un mismo partido no se negocia, ha provocado que las filas sorayistas se hayan roto con estrépito. Son ya unos cuantos los que la han abandonado para aceptar puestos menores en el equipo de Casado. Otros se resisten, pero lo harán también. Y otros dejan la política, como De la Serna. Habrá que ver qué opción escoge Santamaría.