El día anterior, de camino a Madrid, García Llevet se encontró en el tren a otros compromisarios catalanes. La charla en el bar no pudo ser más sombría. «Estábamos decaídos», recuerda, «y también muy cabreados con el PP de Madrid porque no estaba defendiendo a los españoles en Cataluña, y eso nos había pasado factura en las autonómicas del 21 de diciembre. Que no consiguiéramos ni grupo parlamentario es deprimente». Ya en el Congreso, dice el concejal de Esparreguera, el discurso de Sáenz de Santamaría no mejoró las cosas: «Ella nos dejó fríos, pero en cambio el discurso de Pablo Casado fue magnífico. Fíjese lo que le digo: yo milito en el PP desde 1986 y nunca había visto un discurso tan emocionante. Me emocioné. Era nuestro discurso. El de la unidad de España».
Unas horas antes, justo después de la elección de Pablo Casado y mientras los compromisarios abandonan el hotel de las afueras de Madrid donde se ha celebrado el Congreso, la diputada catalana Andrea Levy explica en una sola frase la clave de la victoria de Casado, por qué su discurso puso en pie a los compromisarios propios y extraños: «Hemos vivido demasiado tiempo arrinconados por lo políticamente correcto». Según Levy, el PP «ha estado volcado simplemente en la gestión de Gobierno desde el punto de vista administrativo» y se ha olvidado de la política, «de la conexión emocional» con sus votantes. La diputada admite que la conexión de Casado con los compromisarios se estableció porque «su discurso se acerca más al imaginario colectivo del PP, basado en ideas de derechas, aunque eso no tiene por qué implicar una derechización». Tanto la diputada catalana como la gran mayoría de partidarios de Casado confiesan que el regreso a las esencias del PP de Manuel Fraga y de José María Aznar busca también un objetivo práctico: cortar la hemorragia de votos —el PP obtendría hoy la mitad de los obtenidos en 2011— y recuperar a los votantes que se han ido a Ciudadanos e incluso a Vox. Y añade: «Cuando los partidos no son vistos como herramientas que cubren las demandas sociales de los ciudadanos, surgen plataformas alternativas como puede ser el caso de Trump. Tenemos que empatizar con las demandas sociales que podamos recoger bajo nuestras siglas».
La tarde anterior, unos minutos después de que Mariano Rajoy pronunciara su discurso de despedida, un relevante cargo del PP expresa su gran inquietud por la deriva que puede tomar el partido. Aunque aún falta un día para el ya famoso discurso del nuevo presidente, el compromisario hace la fotografía de lo que está a punto de suceder: «El PP utilizó en el pasado un discurso de confrontación. Lo que no puede ser es que volvamos a políticas de los 90 cuando España está en 2018 y cuando el mundo se ha transformado. Y cuando son objetivamente mentira. El PP no tiene un problema de reubicación ideológica. El gran éxito del PP es que es un partido que abarca un gran abanico ideológico y solo desde el entendimiento de esa pluralidad se puede ensanchar la masa social, la masa electoral. Y también porque a través de esa moderación se debe templar a la sociedad. Porque una de las responsabilidades que tenemos los políticos es el de templar los ánimos, no el de excitarlos. El discurso de Pablo, de quien rodea a Pablo y de la trastienda de Pablo, que sin duda alguna está vinculado con el aznarismo, con FAES, busca tensar el partido popular para conseguir la victoria interna y posteriormente tensar España también para conseguir la victoria. Esto es un gran peligro».
Un día después, el discurso de Pablo Casado es tal como había imaginado el compromisario. «Hay una tentación que acecha al PP», advierte, «y es la de agarrarse a un discurso populista que enarbola símbolos para patrimonializarlos y utilizarlos en contra de otros. Porque hay dos formas de utilizar los símbolos. Legítimamente, como algo positivo, o para atrincherarte y que la gente se meta en tu trinchera. Se está emitiendo un discurso erróneo. El problema del PP no es un problema de principios y valores, sino del desprestigio que nos ha dejado la corrupción. No creo que nadie nos haya dejado de votar por no reformar la ley del aborto de Zapatero…».
Otros compromisarios sostienen que no hay peligro de una derechización. Que Casado ha evolucionado, que en ese nuevo PP de las esencias tienen que caber todos, que es importante reafirmar los principios, pero que hay asuntos sobre los que es imposible la marcha atrás, porque están consolidados y son derechos asumidos. El nuevo presidente, aseguran, «será pragmático y se dejará rodear y aconsejar por mucha gente. Que algunos de sus colaboradores, como Javier Maroto y Andrea Levy, pertenecen al ala más moderna y joven del PP y que no permitirán un regreso a posiciones ultramontanas como las de Hazte Oír.
Una noche larga
La noche del viernes al sábado va a ser larga. Sobre todo para los dirigentes y para los miembros de los respectivos equipos. Están alojados en el hotel y aprovechan sus salas para mantener reuniones internas y, sobre todo, para intentar rebañar votos in extremis. Por parte de Pablo Casado, la negociación la lleva el diputado murciano Teodoro García y el vitoriano Javier Maroto, y por parte de Soraya Sáenz de Santamaría, su eterno número dos, José Luis Ayllón, y el gaditano Antonio Sanz. También juega un papel relevante Javier Arenas, a quien los partidarios de Casado temen como al diablo por su habilidad y su experiencia. Tienta a los no convencidos y ofrecen un voto a cambio de la nueva ejecutiva. Las malas lenguas dicen que, en la reunión que mantuvieron los candidatos en la sede de la calle Génova para ver la posibilidad de una candidatura única, Casado pidió a Sáenz de Santamaría que en el discurso del sábado ninguno desvelase cuál sería el organigrama para poder negociar luego la integración. «La lectura que nosotros hacemos», explica un partidario de la exvicepresidenta, «es que Pablo le ha ofrecido tanto a tantos que si se conoce su candidatura la gente a la que le ha ofrecido algún cargo se daría cuenta del engaño».
Es un juego de estrategia y nervios. Uno de los dirigentes del PP cuenta que ha recibido una llamada del alto cargo del PSOE que se encarga de la seguridad del Congreso: «Me ha dicho en tono de broma: si quieres te mando más policías, que vosotros sois nuevos en esto, pero yo sí sé lo que son unas primarias…». La sangre no llega al río, sobre todo porque, cinco minutos después de subirse al escenario, Casado convierte su discurso en un mitin y enciende al auditorio. Las estimaciones de unos y otros calculan que el joven político ha conseguido con su intervención 200 o 300 votos más de los previstos. Uno de los hombres que ha sido pieza clave en la campaña de la exvicepresidenta reconoce que el golpe ha sido terrible: «Soraya aún tiene que masticar las razones de una derrota que ha sido muy dura, porque ella realmente creía que iba a ganar, y al final perdió por esa lealtad a la ideología de Mariano Rajoy y por una intervención que fue buena parlamentariamente si hubiera estado en el Congreso pero Casado estuvo más acertado, porque hizo un mitin pero para compromisarios del PP. Al final del acto se produce una escena que pasa inadvertida pero que es muy elocuente. Juan Manuel Moreno, el líder del PP en Andalucía, afín a Sáenz de Santamaría, se acerca a Pablo Casado y lo abraza. Durante unos segundos, se hablan al oído.
— Tenemos que ponernos a trabajar ya. No habrá ningún problema para tu gente en Madrid.
— Ni para la tuya en Andalucía. Tienes mi palabra.
Son las tres de la tarde del sábado 21 de julio y la era Rajoy ha terminado. En el Gobierno y en el PP. Se marcha sin subir al escenario ni hacer declaraciones. Pablo Casado, su sucesor, pide un último favor a los compromisarios: «Cuando volváis a casa, contad lo que ha pasado aquí».