Por fin, en vísperas de la moción de censura, los socialistas se han ido arriba al ver en España la pulsión balcánica y a Cataluña dividida entre españoles y antiespañoles. Los puretas del PSOE han recuperado la memoria de sus abuelitos masones que dijeron que no habían luchado contra Franco para que se aprovecharan de la escabechina los separatistas desleales. Los malos análisis son prólogos de catástrofes y la diagnosis de la izquierda sobre nacionalismo -que Europa ha situado siempre en la ultraderecha- ha embarullado las cabezas.
Los socialistas han despertado. Rodríguez Ibarra, entre la sarna y la peste, prefiere el robo a la independencia. Los barones y la baronesa han exigido a Pedro Sánchez que no haga concesión alguna a los separatistas. Emiliano García- Pageno aceptará un Gobierno dependiente de los independentistas, y Alfonso Guerraha dicho la última palabra: «Quim Torra es nazi». Le enfurece, al que fue cocinero antes que predicador, que haya un presidente de la Generalitat supremacista y que la sociedad lo vea con esa naturalidad.
Hijo de puta como insulto está en las páginas más gloriosas de la literatura castellana, desde Cervantes a los romances; por eso no hay que utilizar tan sonoro improperio para un mequetrefe que ve a los españoles como renacuajos. El tipo se ha ofendido con el veredicto de guerra y ha tuiteado diciendo que él mismo editó un libro sobre un catalán anarquista y maestro que estuvo en Mauthausen. En los campos de exterminio habría algún anarquista catalán, pero hubo sobre todo judíos, comunistas, homosexuales, gitanos y maquis.
Quim Torra es el president de esos profesores de instituto que enseñan una Geografía e Historia con la idea de que en España hay dos razas, la del «gandul y proAfrica-espanyol» entre el Ebro y el Estrecho y la del catalán celta entre el Ebro y los Pirineos. Es que el racismo no es sólo la alegría de odiar, es tratar a alguien como a un ser inferior para sentirse coronel de nacimiento. Lo que habría que editar cuando se recupere la Constitución en Cataluña son dos poemas para que los escolares se recuperen del mal rollo: el de Paul Verlaine«Los largos lamentos de los violines de otoño hieren mi corazón con languidez monótona» -que desde la BBC dio la señal de la invasión de Normandía- y el de Paul Éluard lanzado en paracaídas desde aviones ingleses al París ocupado: «En los campos, en el horizonte / en las alas de los pájaros /en el molino de las sombras / escribo tu nombre. / Y por el poder de una palabra / vuelvo a vivir /nací para conocerte / para cantarte / libertad».
FUENTE: ELMUNDO