No parece la intención de Albert Rivera derribar al Gobierno retirando el apoyo de Ciudadanos al Presupuesto que Rajoy ha pactado abusivamente con el PNV y que le ha llevado a entendimientos subterráneos con los nacionalistas vascos sobre Cataluña y, quizás, sobre algún otro tema delicado. Pero la relación entre ambos políticos se rompió el jueves —o se oficializó la ruptura tácita— porque el presidente de Cs no encontró en el inquilino de la Moncloa la receptividad mínima suficiente para mantener el finísimo hilo de confianza que les vinculaba. El diagnóstico de Rivera​ y el de Rajoy sobre la situación en Cataluña, difiere de una manera casi radical. Faltaba constatarlo y se acreditó.

No se trata de una discrepancia en torno a esta o a aquella medida, sino a la visión de cómo se articula una política de Estado para que este se mantenga en su integridad y no encogido ante el fenómeno supremacista e inconstitucional (pero también excéntrico) del vicario presidente de la Generalitat, Joaquim Torra. Rajoy es fiel a una concepción burocrática del poder que, por definición, es más bien pasiva y reactiva (véase la renuncia presencial del Gobierno en la toma de posesión de Torra). Rivera, por el contrario, milita en otra, dinámica y proactiva. Y en esa bifurcación de criterios no hay coincidencia posible.

La ruptura no es, por tanto, estrictamente ideológica, ni siquiera táctica, ni, incluso, estratégica. La profunda desconexión entre ambos se fundamenta en una visión opuesta de la significación de la política en la gestión de los asuntos públicos. A todo ello se suma, claro es, el solapamiento de electorados, las crisis de La Rioja, Murcia y Madrid, el incumplimiento por el PP del pacto de investidura de agosto de 2016, la corrupción popular tarde y mal atajada por Rajoy, las diferencias generacionales y la muy distinta conexión de uno y otro político con las corrientes de opinión en la sociedad española.

Es muy expresivo y sintomático cómo la debilidad progresiva de Rajoyconcita los apoyos de urgencia de muy variada y sorprendente procedencia. El «todos contra Ciudadanos» que ya expuse en un artículo el pasado 5 de mayo y que protagonizan partidos y sindicatos, se ha extendido a medios de comunicación, analistas y a otras instancias. Rajoy significa el ‘statu quo’ y Rivera es como un turbión con una energía constructiva, pero también correctiva. Por la primera, seduce; por la segunda, inquieta. Pero si se pretende un cambio del marasmo actual, la propuesta de Ciudadanos debe ser de riesgo. Se acepta o se rechaza pero no le cuadra el coloquialismo presidencial de calificarla de «aprovechategui«. Como siempre, Rajoy incurre en un vocabulario rasante.

Mañana Cs explicitará de qué modo rompe con las convenciones del bipartidismo que apuesta por la organicidad de sus respectivos partidos. Lanzará una plataforma civil que reclutará a ciudadanos notorios y otros anónimos para un proyecto de país que no exigirá militancia sino colaboración y ayuda para estructurar un movimiento que supere los límites de una formación partidista. Con esa iniciativa, Ciudadanos despega por completo de la pista del modelo partidario de 1978 y trata de alcanzar su velocidad de crucero hacia las elecciones municipales, autonómicas y europeas en las que unos resultados cualitativamente buenos son la condición necesaria para obtenerlos cuantitativamente mejores en las generales.

Esta distinta concepción del ejercicio de la política provoca entre perplejidad y disgusto en los cuadros superiores del PP lo cual tiene lógica. Menos tiene la visión de que no la comprenda Pedro Sánchez, más pendiente de ejercer de contrafuerte de Rajoy para debilitar al líder naranja que de fortalecer la propuesta socialista. Se ha olvidado el secretario general del PSOE que él y el presidente de Ciudadanos se coaligaron en una fallida investidura que sirvió para visualizar que la socialdemocracia y el liberalismo podían hacer trayectos juntos, quebrando el esquema de bloques derecha/izquierda. Sánchez está más en la lógica generacional de Rivera que en la de Rajoy y utilizar al presidente del Gobierno como saco terrero ante la ofensiva de Cs resulta un planteamiento demasiado conservador y muy poco prometedor.

Utilizar al Rajoy como saco terrero ante la ofensiva de Cs resulta un planteamiento demasiado conservador y muy poco prometedor

Pero ¿cuál es la última ratio de la ruptura de Rivera y Rajoy? Pues la necesidad de que el futuro del gobierno en España no quede hipotecado por una factible mayoría de centro derecha (Cs y PP), sino que, rompiendo ese dogma inercial, nuestro país pueda adentrarse en el futuro con una fórmula de gobierno que deje a la derecha democrática española (el PP) en la oposición para un tiempo de duelo por sus errores, otro de recomposición y un tercero de contraofensiva.

Imaginar estos escenarios, con nuevos protagonistas, hace que la política pueda llegar a recuperar el vuelo. Y Rivera con Cs, ya ha despegado. Quien no entienda que el ‘statu quo’ español está reventando, es que no interpreta el tiempo presente y quien no perciba que el presidente del Gobierno y el de Ciudadanos han roto es que no ha desentrañado las señales codificadas que uno y otro han emitido el pasado jueves, después de cuatro meses sin hablarse. La ruptura no es escandalosa sino silente pero definitiva y solo admitirá la excepción de controlar y combatir a ese personaje regresado del pasado que es Quim Torra.

 

 

 
FUENTE: ELCONFIDENCIAL