José Lorenzo, de 69 años, se acerca al muelle de Águilas, Murcia, y se ofrece para arreglar las redes de los pescadores. “Me preguntan que si sé cómo, y yo les digo que lo sé hacer desde que era un niño pequeño porque siempre he tenido familiares faenando en el mar”, explica este hombre que durante más de 45 años fue administrador de fincas. No le pagan nada, pero le dan “una bolsa con pescado de cinco o seis kilos que no es poca cosa en los tiempos que corren, ¿verdad?”. Pero ¿cuál es su historia?

“¿Mi historia? ¡Ja, ja, ja!, ¡Poco más de 600 pavos que puedo disponer en el banco cada primeros de mes!” Ese el dinero que le ha quedado de pensión. Su caso no es aislado. Y si en Alemania hay cerca de dos millones de personas mayores enroladas en los ‘minijobs’ para complementar sus ingresos, la versión española es un poco más compleja de delimitar. En España cerca de dos millones de jubilados cobra menos de 1.000 euros al mes.

Ayuda a «amigos» ejerciendo de falso abuelo. Recoge a los niños del colegio. Les hace la cena. Y cobra diez euros la hora

Hago esa cosa que ellos, los políticos, llaman economía sumergida”, concede el sevillano Miguel, de 65 años, que prefiere no dar su apellido para “no dar pistas a Hacienda”. “Si lo declaro legal, me dan 500 por una chapuza y por el otro lado me quitan 500 de una pensión de 1.037 euros. No tiene sentido”, comenta este hombre de fuerte acento que antes conducía camiones de gran tonelaje “por toda Europa”. Ahora “de vez en cuando llevo una furgoneta a un sitio que me piden. Son favores, no trabajo, pero me dan una propina”, prosigue. Miguel sufrió una enfermedad cardíaca cuando le quedaba algo más de un año para jubilarse. «Si hubiera aceptado la baja me hubiera quedado aún menos, así que apechugué y seguí conduciendo al mes de operarme». «Los que no somos políticos no nos queda una pensión vitalicia de esas, deberían entenderlo», concluye.

“Claro, como aquí no hay minijobs de esos tenemos que agudizar el ingenio”, coincide Lucio Castillo, de 72 años. Él ayuda a «amigos» ejerciendo de falso abuelo. Recoge a sus niños del colegio. Les hace la cena. Pero por eso no cobra… aunque si cobrase, dice, ganaría “unos 200 euros al mes”. Un buen complemento a los 639,30 euros que percibe por su pensión. Lucio siempre fue autónomo. Tenía negocios de hostelería, pero finalmente decidió jubilarse: “Soy diabético y además de salió una ampolla en un pie y tuvieron que amputarme el dedo, así que dije ‘ya no hago nada más, paro. Pero después me he dado cuenta de que no me salen las cuentas”.

​Minijobs, pero a la española

También apunta en esa dirección Lorenzo Amor, presidente de la Federación Nacional de Asociaciones de Autónomos (ATA), que señala que la «única manera de evita la economía sumergida es hacer una reforma de las cotizaciones como autónomo». Las personas jubiladas que optan por darse de alta y seguir trabajando, que se han multiplicado por cuarto en los últimos años, pierden la mitad su pensión. «Hay mucho fraude que se podría evitar con otra legislación«, insiste Amor.

A Lucio lo ayudan sus hijos. Aunque no mucho, porque el que vive con él, un veinteañero, tiene “un trabajo de esos asquerosos de estos tiempos que son por horas y cobra 400 euros”. El antiguo empresario también se ofrece a hacer gestiones por las mañanas o buscar piso a quien lo necesita. “Todo a amigos, claro”, precisa, sin querer entrar en muchos detalles sobre las ganancias de estas modestas actividades. Otros tantos se apuntan al buzoneo o a vender cupones de loterías que no está del todo claro su legalidad y que reclutan con predilección a jubilados o parados de larga duración para cobrar unos céntimos de comisión por cada boleto vendido.

Pedro se ofrece como camarero por horas, pero dice que “depende del día, porque tengo artrosis y a veces estoy mejor y otras peor”

La misma situación, la de trabajar de autónomo en la hostelería, era la de Pedro Delgado, de 68 años. Pero él tiene alguna peculiaridad. Cobra 369 euros porque nunca llegó a cotizar el suficiente número de años. Simplemente, no le dio la gana. Una circunstancia que hizo que lo abucheasen en un programa de Telemadrid en que salía en calidad de jubilado con pensión mísera. “Ya le advierto que yo no valgo porque la mierda que me dan ha sido por mi culpa, porque pasé de pagar”, advierte el hombre, que sin embargo recuerda que cuando compartió plató con otro pensionista, este sí con todos sus años cotizados, y que cobraba poco más de 600 euros, se lo dijo a la cara: “Ves, para lo que te ha quedado no merecía la pena: a ti te han engañado y a mi no”, afirmó el defraudador confeso. Fue en ese momento cuando lo abuchearon.

En cualquier caso, Pedro necesita más ingresos para sobrevivir, así que se ofrece como camarero por horas, pero dice que “depende del día, porque tengo artrosis y a veces estoy mejor y otras peor”. Su mujer sí trabaja y cotiza como cocinera, así que él, sobre todo, dedica el tiempo a ser «mayordomo» y a ocuparse de poner «¡lavavajillas y lavadoras y cosas que no había hecho en mi vida!».

Pasarlas ‘putas’

Los jubilados son ahora personas sanas en su mayoría con una expectativa de vida muy prolongada. Una circunstancia que pone en discusión el sentido de su jubilación a los 65 años. Pero esa salud no solo afecta a su capacidad de trabajar. También a sus estilos de vida y circunstancias. Por ejemplo, Juan Antonio Rodríguez, de 67 años, está “pasándolas putas”, entre otras cosas, porque se acaba de divorciar.

Este hombre se dedicaba a la venta ambulante con un remolque. Ofrecía frutos secos y pasteles. Ahora cobra 799 euros. Con la reciente subida su paga se incrementó de 778 “en un euro, así que aún no llego a 800”. “Llevo coches de gente a pasar la ITV, pero si lo quieres hacer legal hay que darse de alta en Hacienda y para eso necesito un flujo de clientes muy alto que no tengo”. Cobraba 35 euros por cada coche. Además del divorcio, tuvo mala suerte “con toda la movida del Popular, porque tenía dinero metido ahí”. Duerme en casas ajenas y necesita la ayuda de sus hijas, a las que a su vez él ayudó durante la crisis.

Una crisis que se llevó por delante el último negocio de José Lorenzo, el que cose las redes de los pescadores a cambio de comida: «Invertí dinero en meterme a constructor y se me fue todo el escenario al traste«. Ahora, después de toda «una puta vida estudiando y trabajando» se ofrece para hacer «cualquier cosa» y advierte que no es un anciano decrépito, sino un hombre «atlético y deportista, ¡en forma para cualquier tarea!».

 

 

 
FUENTE: ELCONFIDENCIAL