«El artículo 155 -ha escrito García-Margallo en su libro Por una convivencia democrática– se aplicó tarde. Propuse públicamente aplicarlo en el 9-N tras haber requisado las papeletas y las urnas y haber abordado un proceso de reformas importantes. Creo que se ha aplicado con una enorme debilidad. En vez del 155 ha sido el 0155″. Fue un acierto convocar elecciones autonómicas pero, en lugar de a los dos meses, debió condicionarse su convocatoria a que el Tribunal Supremo hubiera juzgado y, en su caso, sentenciado a los presuntos golpistas.
«La naturaleza -explica sagazmente Margallo en su libro- tiene pavor al vacío. Si no creas tu propio relato, lo crean otros». Eso es lo que ha ocurrido en los últimos meses. El cuerpo diplomático ha actuado con eficacia y los Gobiernos europeos han respaldado al español. No así los medios de comunicación. El Gobierno paga a centenares de profesionales de la comunicación en presidencia, vicepresidencia, ministerios y organismos públicos. En lugar de utilizarlos, ha preferido no hacer nada, permitiendo que el relato ante la opinión pública europea lo hicieran los secesionistas. La Generalidad ha activado a todos sus terminales periodísticos y ha contratado agencias especializadas que han vertido el relato independentista en los principales periódicos impresos, hablados, audiovisuales y digitales de Europa. Cero patatero para los responsables de comunicación del Gobierno.
El caso alemán resulta especialmente inaudito. Se plantea de forma inteligente la detención del expresidente felón Carlos Puigdemont y, una vez alcanzado el objetivo, el Gobierno se repliega a la defensiva, no hace nada de cara a los medios de comunicación germanos y permanece estúpidamente indiferente ante la actividad de los secesionistas. Resultado: en la encuesta realizada por el prestigioso diario Die Welt, el 51% de los alemanes se mostró contrario a la extradición de Carlos Puigdemont y solo el 35% favorable. La influencia de la opinión pública sobre los jueces provinciales, que se han permitido enmendar a nuestro Tribunal Supremo, ha resultado evidente.
El enorme revolcón sufrido por Mariano Rajoy y, en consecuencia, por España ha resultado desolador. La sandez arriólica del «no hay que hacer nada porque el tiempo lo arregla todo y lo mejor es tener cerrado el pico» ha encabritado los lodos en los que ahora chapotea España, con escasos horizontes para despejar la situación.
FUENTE: ELMUNDO