El irrisorio aumento del 0,25% en las pensiones que ha hecho oír las protestas de los jubilados significa también que a algunos de ellos no les queda otro remedio que continuar empleados más allá de la edad reglamentaria

 

Mientras los bancos se afanan en convencer a quienes tienen la fortuna de percibir un sueldo de que vayan llenando su hucha de ahorros en forma de fondo bancario –para compensar pensiones que en  el 50% de los casos no sobrepasan los 600 euros–, resulta frecuente seguir buscando ingresos pasados esos 65 años que cada vez más simbólicamente que en la práctica real marcan la jubilación.

Martina está a punto de cumplir 71 años. En su cuenta bancaria entra cada mes algo más de 700 euros. Se apañaría, a trancas y barrancas, si no fuera porque sus dos hijos –uno de ellos sin trabajo– se separaron de sus parejas y volvieron a casa. Cada 15 días, llegan los nietos también.

Empleada del hogar sin contrato

La hija de Martina gana 500 euros limpiando escaleras. Y ella, a pesar de sus lumbares muy tocadas por el peso de las ollas que cargó durante años en un comedor, ha tenido que volver a trabajar. «Si a los 45 años ya no interesaba por mi edad, imagínate a los 70», dice. «Ni secretaria, ni camarera, no miran lo que sabes hacer ni cómo lo haces, solo quieren saber la edad», lamenta. Martina encontró trabajo como empleada de hogar, pero sin contrato ni factura. «Saben que no dirás que no porque lo necesitas», comenta. «Te cogen para ir a buscar a las niñas al colegio y prepararles la cena. Pero poco a poco van pidiendo la limpieza de toda la casa, cena para todos y la comida del día siguiente lista en la nevera. Pero son 450 euros que no puedo despreciar porque en casa ahora prácticamente todos los gastos corren a mi costa», explica.

 

Discriminación por la edad

«Es una de las realidades actuales. En muchas familias el único ingreso ahora es la pensión del jubilado», precisa Laura Rosillo, consultora y formadora en Age Management y en Transformación Digital. Su radiografía de la situación es clara: «El gran problema comenzó cuando las grandes empresas empezaron a prejubilar con 52 años. Luego llegaron los ERES y también les volvió a tocar a los mayores de 55 años. La discriminación por edad se ha superdesarrollado. Se aparca a los mayores. Pero ahora el relevo generacional no va a ser posible por la caída de la natalidad. ¿37 años de cotización? Si hasta los 26 más o menos, de media, no se incorporan los jóvenes al mercado laboral, significa que casi una generación entera no ha cotizado. Todo pinta que habrá que seguir trabajando a los 65, a los 67 y a los 70, probablemente, para alcanzar una pensión».

La consultora abre todavía más el foco: «El tema de las pensiones, la renta básica universal lo arreglaría, pero el problema es que una persona de 65 años, en plenas condiciones físicas y mentales, puede seguir aportando a la sociedad, y no podemos aparcarla, es un desperdicio de energía que no nos podemos permitir. Los mayores de 65 años son perfectamente útiles a la sociedad. Envejecer ya no es lo que era. Como dice el economista José Antonio Herce, no envejecemos, ganamos longevidad».

Jornada en el Palau Macaya

Laura Rosillo es impulsora de la jornada ‘Revolución demográfica: la nueva madurez’, organizada conjuntamente por las fundaciones Bancària La Caixa y Factor Humà, en la que el próximo martes, 13 de marzo, en el Palau Macaya de Barcelona se abordará el envejecimiento de la población activa y los recursos y gestión del talento de los mayores ya en las propias empresas. Entre los ponentes, Eleonora Barone, fundadora de Mymo reivindica el derecho y la necesidad de cambio. «En una sociedad que te segrega y te etiqueta en función de tu formación, tu edad o tu procedencia, debemos abordar todas las posibilidades de aportación a la colectividad de cualquier persona y su derecho a sentirse útil y activa, poniendo su talento en valor, reciclándonos constantemente, sin miedo al cambio. Un prejubilado de banco puede activar un talento dormido que, igual, incluso desconocía», expone Barone.

«Reorientarse profesionalmente más allá de los 45 o 50 años permite abrir caminos laborales que no hagan sentir la necesidad de jubilarse si la persona se siente bien», añade Carlos Morales. Es el CEO y fundador de Cooldys, una plataforma que promueve la madurez activa y ofrece servicios y de formación y actividades lúdicas, altruistas e interacción entre adultos mayores. Morales hablará el martes de la silver economy, los nuevos consumidores y las nuevas oportunidades de negocio en esa etapa vital. «La verdadera responsabilidad social corporativa de las empresas es hoy la atención a los séniores», dice el ponente.

Las ventajas de la edad

La edad de ciertos políticos, cineastas, actores, escritores, tertulianos, cantantes o especialistas médicos cuyo trabajo ha trascendido a la esfera internacional no solo no sorprende, sino que en ocasiones se realza como mérito añadido. Pero en el ciudadano de a pie, rebasar los 65 años y seguir al pie del cañón se vincula más a precariedad, aunque no siempre es la economía la que motiva una actividad.

Javier Tejada tiene 70 años. Como catedrático de la Universitat de Barcelona, oficialmente se jubila el próximo 30 de septiembre, pero ha solicitado ser profesor honorario, para seguir ejerciendo tareas de interés para la universidad. «Me siento, a nivel intelectual, con el mismo poderío y capacidad de generar ideas que a los 50», explica este físico miembro del grupo de investigación multidiscipilnar Gisme. El envejecimiento a nivel europeo, los problemas que acarrea, la formación de cuidadores, las nuevas legislaciones, la salud… son objeto de uno de los estudios que este grupo tiene entre manos. Javier Tejada es ejemplo de madurez activamente útil. «Yo colaboro con empresas investigando y nadie me pregunta cuántos años tengo, sino qué ideas tengo. Y sé que ahora mis ideas generales son más claras, tengo una visión más panorámica y eso está claramente asociado a la edad», defiende el aspirante a tres años de profesor emérito.

«Se me caería la casa encima»

José Mª Amatriail es carpintero. Tiene 65 años y trabaja en su oficio desde los 14. Hace 26 años que gobierna su propia empresa en la que emplea a media docena de trabajadores. Fira de Barcelona es uno de sus principales clientes –«llevo 37 años trabajando para ellos», dice, orgulloso–. Josechu, como lo llama todo el mundo, monta y desmonta stands con los ojos cerrados. Lo ha hecho también en Italia y Alemania. «Me gusta lo que hago, y no sirvo para que me manden a comprar. Si me jubilase, se me caería la casa encima. No me sé imaginar sin trabajar», confiesa. Es un jubilado activo, «cobro la mitad de la pensión y sigo pagando autónomos por seguir trabajando, pero ahora solo 100 euros al mes», especifica.

Consulta, paseo, libros

Jamil Ajram también ha optado por seguir ejerciendo su profesión más allá de los 65. Actualmente tiene 67 y sigue atendiendo a pacientes como pediatra. «Ahora ya visito a los hijos de mis primeros pacientes», comenta. «La diferencia es que durante 38 años apenas sabía lo que era salir a la calle de día. He trabajado de lunes a sábado 12 horas al día. Ahora puedo salir a pasear y compaginar las visitas con la escritura de libros», explica el pediatra nacido en Damasco en 1951 que llegó a España en 1969 y acabó sus estudios de Medicina en 1975. Después de 31 años a cargo del Servicio de Neonatología y Pediatría del Hospital del Sagrat Cor, decidió proseguir su dedicación en el ámbito privado. «En profesiones como la nuestra, la edad es un punto a favor, por la confianza que te tienen tus pacientes. A partir de los 72, no creo que ni por el cuerpo ni por las facultades sea bueno continuar», dice.

Otros casos de trabajadores con más de 65 años:

Griselda Andújar (Barcelona, 1953). Psicóloga

«Reconduzco la jubilación como la oportunidad de vivir la vida que realmente siempre quise vivir»

Con 38 años y medio ya cotizados, Griselda Andújar podría jubilarse de sobras y percibir su pensión. Empezó a trabajar con 16 años como administrativa en la editorial Bruguera, fue secretaria de la dirección artística y derechos de autor de la firma durante 14 años y estuvo otros cuatro en una agencia literaria. A los 38 se inscribió al acceso universitario para mayores de 25 años y con 40 años estaba estudiando Psicología Clínica. Luego hizo un posgrado de Psicoterapia. Aquella era su verdadera vocación. «Invertí mis ahorros en una carrera y me convertí así en mi propio banco», dice.

 

Después de dedicarse largos años a la psicología clínica pero trabajando para mutuas, ahora, a los 65, afronta una etapa mucho más dulce. Cuando unos dicen adiós a su vida laboral, ella disfruta prosiguiendo en su camino profesional desde la consulta privada. Compagina pensión con ingresos que declara trimestralmente. «En lugar de vivir la jubilación como una pérdida, la reconduzco como oportunidad de vivir la vida que realmente siempre quise vivir», explica. «Yo disfruto ayudando a la gente a salir del agujero negro. Trabajo los miedos y acompaño en las nuevas etapas y retos de la vida como puede ser la jubilación», añade Andújar.

«Hay quien se conforma con cuidar a los nietos, otros, si están solos, se ocupan de buscar pareja. Lo ideal sería que el saber de las personas mayores no se perdiera como ha pasado hasta ahora, sea percibiendo dinero a cambio o altruistamente. A mí me gustaría realizar voluntariados como psicóloga atendiendo en emergencias. Pero altruismo y seguridad económica deben estar en equilibrio, a cualquier edad», precisa la psicóloga. «Continuar activa sintiéndose útil es gratificante para la persona. Cuando nos abandonamos psicológicamente aparecen los males físicos», indica. «Yo he enviado a mucha gente a los cursos de la universidad para mayores», comenta la terapeuta, a modo de ejemplo.

 

Ernest Poveda (Petrel, Alicante, 1950). Presidente ICSA Grupo

 

«Dicen que un jubilado en casa es como un colchón en el pasillo»

En mayo cumplirá 68 años y cada día sigue yendo a la oficina. Entiende que, a los 65 años, quien ha tenido trabajos físicos pueda sentir ganas de dedicarse a jugar al dómino o a descansar, pero en profesiones más intelectuales, como la suya «no tiene sentido», dice. «Ahora más que nunca me siento en la plenitud de mi desarrollo profesional, y es cuando puedo aportar el valor añadido a la empresa con todo lo aprendido». Desde los 63 o 64, cuenta, «me empecé a marcar unos horarios diferentes, para empezar a vivir la vida más allá del trabajo. Los hombres de mi generación fuimos educados como cazadores, y reconozco que por ello me perdí una parte de la crianza de mis hijas». Hoy su planteamiento es diferente. «Globalmente trabajo menos, aporto más calidad que cantidad».

Poveda siempre se ha dedicado a lo que ama: optimización de las personas en las organizaciones, «no desde análisis economicistas puros y duros, sino con enfoque humanista». Lo hace desde ICSA y adherido a la jubilación activa. Percibe la mitad de su pensión y sigue contribuyendo a las arcas públicas por el trabajo que hace, hoy al ritmo que él decide. «Hay días en que me levanto, me miro al espejo y digo: hoy iré a pasear con mi esposa o nos vamos al cine. No tengo en mente el día de retirarme. Tenemos una hija en Zúrich y otra en Edimburgo y cuando vamos a verlas, simplemente aviso en el trabajo y me ausento unos días». Cada mañana, de 8.30 a 9.30  sale a caminar con amigos por la carretera de les Aigües (foto), y otra de sus satisfacciones es ser miembro de los Amics de la Fundació Pere Tarrés. «Recaudamos fondos para jóvenes en situación de más vulnerabilidad, y eso me ayuda a sentirme mejor. Una amiga mía siempre dice: un jubilado en casa es como un colchón en el pasillo».

 

Carme Sansa, (Barcelona, 1943). Actriz

 

«Aún me ilusiona que suene el teléfono y me ofrezcan un papel»

Con 74 años, la actriz –Premi Nacional de Teatre (2012) y Creu de Sant Jordi– está lista para cualquier papel. «Es más difícil interpretar una edad a la que no has llegado aún», afirma. «Aunque ya se sabe que un hombre de 70 años puede interpretar a un galán y encandilar a las más jóvenes, cosa que en nuestra sociedad no sucede con las mujeres de 70», añade. «Pero a mí me gusta cumplir años. Me siento afortunada de haber podido vivir de este trabajo desde los 24 años –después de haber ejercido de maestra, trabajo que, dice, dejó llorando al tener que elegir–».

«Si alguna vez no sonó el teléfono, me inventé algún recital con alguien y nos fuimos de bolos. El trabajo llama al trabajo», apunta la artista. «Las hay que están encantadas con la jubilación. Pero, yo no me siento mayor. A mí, todavía me hace ilusión que suene el teléfono y me ofrezcan un papel. Me lo paso muy bien y todo me gusta. Ahora mismo haría un musical», confiesa Carme Sansa. En su interpretación en ‘Les bruixes de Salem’ se demostró, además, que el trabajo intergeneracional enriquece. «Era espléndido trabajar con gente de diferente edad. Los jóvenes te contagian la energía y todos aprendemos de todos. Me gustaría seguir viviéndolo mientras tenga ganas. Me apetecen retos, cosas diferentes», precisa.

Ahora tiene entre manos ‘Viu i Canta Carme Sansa Maria Aurèlia Capmany’, un espectáculo lírico entre el recital y la lectura de textos de la escritora, dramaturga y feminista, en voz de Sansa acompañada por el acordeón de Jaume Mallofré, que estará los cuatro jueves de abril a las 20.30 en los Cinemes Girona de Barcelona. «Desde la Associació d’Actors i Directors Professionals de Catalunya hemos luchado mucho para que actores y actrices seamos contratados, sea por cuatro días de grabación o por tres meses, aunque luego nuestra jubilación reclame que sigamos aportando algún plus», dice la actriz barcelonesa.

 

Edita Olaizola (Irún, Guipúzcoa, 1950). Cofundadora y directora de People Plus Profit

 

«La jubilación es como la menopausia, depende de cómo la encajas»

La jubilación es como la menopausia, hay quien se frustra cuando llega, pero todo está en la cabeza, depende de cómo lo encajas en tu vida», dice Edita Olaizola, una mujer que es optimismo y energía en estado puro. Ha dedicado gran parte de su vida y talento a aportar cambios en estructuras laborales para hacerlas más sostenibles en todos los sentidos, pero sobre todo, en el humano. De ahí People Plus Profit, la empresa de la que es cofundadora. Coherencia, valores y mercado, sueños rentables, márketing responsable… Todo eso está en su maleta de servicios.

Con 68 años, sigue al pie del cañón en su labor de acompañar a las empresas a aprovechar más y mejor los talentos de cada empleado. «Eso de jubilarse, retirarse, para mí es un error. Yo puedo aportar a la sociedad y seguir enriqueciéndome con las relaciones personales. Es un toma y daca: bueno para mí y bueno para la sociedad», dice. Y añade: «Trabajar después de los 65 cada vez se hará más, nos divertimos, nos relacionamos, vivimos nuevas experiencias y redondeamos los ingresos. Acumulamos experiencia con más enfoque estratégico que ahora podemos aplicar mejor». Ella se ha acogido a la jubilación activa. Cobra media pensión y sigue facturando y declarando sus ganancias. «La única diferencia es que ahora tengo más libertad, y es una sensación muy gratificante, también para los clientes».

Lleva más de 30 años trabajando como autónoma. Ahora se puede permitir escribir más en su blog, y en el www.diarioresponsable.com y www.tendencias21.net. «Me divierto un montón. Poco a poco la sociedad se va concienciando y empieza a reconocer que los séniores aportamos un tesoro de conocimientos y experiencias».

Alberto López (Toral de los Vados, León, 1952). Profesor de instituto

 

«Cuando se pierde la actividad es cuando de verdad se envejece»

Con 12 años llegó a Barcelona, al barrio del Clot, donde sigue viviendo. A los 14 entró de aprendiz en un taller de artes gráficas, 8 horas y 1.000 pesetas al mes. Se sacó el Bachillerato de 7 a 10 de la noche, y la carrera de Filosofía Hispánica en la UB. Ya de niño disfrutaba mucho leyendo y escribiendo, «con los TBO, mi madre me enseñó a leer», recuerda. Tras varios años de administrativo en empresas, en 1989 entró de profesor interino en un instituto. Antes había sacado las oposiciones en la Seguridad Social y trabajó 6 años en el INEM. En 1990, preparó oposiciones de maestro de lengua y literatura. Esta semana ha cumplido 66 años y sigue acudiendo cada mañana al aula a compartir su saber con sus alumnos. No sabe lo que es el paro y nunca pensó en jubilarse.

Desde hace un par de años, antes de su aniversario, le llega una carta «donde se me informa que puedo percibir mi pensión, y en 24 horas me lo pienso», explica. «No me llama la jubilación, lo que puedo hacer en ella lo puedo hacer también ahora. Tiene ventajas ser profe. Mis hobbies son sencillos, fumar, que ojalá nunca lo hubiera iniciado, y viajar, que como profesor tengo días suficientes para hacerlo durante el año. Algún día lo tendré que dejar, pero de momento estoy muy a gusto», dice. Su contexto profesional le ayuda. «La dirección de mi instituto –Eugeni d’Ors de Badalona– es fabulosa. Mientras cumples, trabajas con absoluta libertad. Cuando los alumnos regresan de la selectividad con el 100% de aprobados es una satisfacción enorme», confiesa. Los últimos tres años ha hecho jornada intensiva, «A las tres estoy libre, y tenemos un montón de días festivos, ¿para qué quiero jubilarme? Yo ya tengo 50 ó 51 años cotizados, pero el dinero no me preocupa, yo no puedo estar inactivo, esa no es mi vida. Los funcionarios hasta los 70 tenemos derecho a seguir trabajando si queremos. Creo que cuando se pierde la actividad es cuando de verdad se envejece».

 

Miquel Alemany (Os de Balaguer, 1946). Artesano de miel y turrón

 

«Oír hablar del Imserso me produce fiebre, aunque respeto  su existencia»

A los 16 años, acabado el Bachillerato en los Escolapis de Balaguer, el negocio familiar lo atrajo más que nada. «Olía el aroma a miel tostada para hacer el turrón y me ilusionaba», recuerda Miquel Alemany. Había nacido en Cal Torroner, inmerso en el intenso y artesanal quehacer de su abuelo. En la feria internacional de Barcelona de 1929, sus ancestros habían comprado la primera máquina para cocer los ingredientes de un producto que hoy él sigue fabricando.

A sus 72 años, continúa sin pegársele las sábanas por la mañana. Madruga tanto como siempre lo hizo, sube al camión con su esposa de copiloto –ella sí está ya jubilada– y pone rumbo a Almería, a Galicia, a Francia… Miquel Alemany conduce con pasión, visita a los mejores apicultores allá donde estén y selecciona las más selectas mieles para luego venderlas al detalle, a granel y para elaborar con ellas sus turrones (www.alemany.com). «Yo moriré, pero no me jubilaré nunca», afirma. Desde los 65 o 66 años, explica, «cobro unos 400 euros al mes de mi pensión y pago para continuar trabajando legalmente. A mí, oír hablar de Imserso me produce fiebre, aunque respeto totalmente su existencia», afirma. Él aprovecha sus viajes para comprar miel para hacer algún día de turismo. «Claro que», comenta, «tengo mucha suerte que la salud me acompaña». No hay dos días iguales para este enérgico empresario que a los 52 años aprendió francés para poder visitar a sus clientes en Francia. Entre viaje y viaje, si no está catando mieles, está en el huerto donde cultiva provisiones para toda la familia. Si no, galopa por los entornos de su querida Noguera a lomos de uno de sus caballos, que son su otra gran pasión. Desde hace poco, Miquel Alemany participa también de una nueva empresa –Els Serrats de Os de Balaguer– nacida para formar a jinetes de élite.

 

Josep Camp (Enviny-Sort, 1952). Taxista

 

«El día que sienta mi trabajo como un sacrificio, lo dejaré»

Conduce desde los 18 años. Primero lo hizo para empresas, al volante de maquinaria pesada, pero por una lesión en la espalda se reconvirtió en taxista. Empezó con una licencia para realizar transporte escolar. «Mejor empezar con, al menos, un trabajo fijo», dice. El suyo fue acompañar a niños y niñas de los pueblos de Surp y Rodés en su jeep de ocho plazas hasta la escuela y el instituto de Sort, la capital de su comarca, el Pallars Sobirà. Después llegaron otros itinerarios: Enviny-Llarven-Montardit; Peramea… Hasta hace un par de años, ha madrugado igual que un escolar para llevar a los menores puntualmente a clase cada día del curso y devolverlos por la tarde.

Enseguida que pude, adquirí una segunda licencia y tenía a una persona asalariada», comenta Camp. «Contaba con algún colaborador para poder aprovechar, si me salía, un viaje a Barcelona o a Lleida», explica. A los 65 años, Camp ha dejado una licencia y continúa trabajando, pero a otro ritmo. «Sigo porque así me siento activo y útil. Si no, ¿qué haría? Soy mayor, pero no me siento viejo. Eso sí, ahora si algún día no me encuentro bien, le paso el viaje a otro taxista», dice. «El día que sienta mi trabajo como un sacrificio, lo dejaré. Ahora, cada viaje es una alegría para mí. Toda la vida fui a trabajar con fiebre, gripe o nevando», comenta. Todo es más sencillo ahora. «Como tengo la cotización completa, solo pago 31 euros de autónomos y sigo trabajando legalmente», explica. «Sé que puedo pasar dos o tres días sin un viaje, pero ahora no me inquieto. Tengo un quad y me gusta subir a recorrer la montaña con él. Y ahora en primavera, los días que me apetezca subiré a buscar moixernons. Si sonara el teléfono, paso el trabajo a otro y ya está».

Durante 15 años, Josep Camp aportó otro servicio impagable en la comarca. Las noches de fiesta mayor, carnaval, fin de año o sábados, muchos jóvenes marcaban su teléfono de madrugada, a cualquier hora, para que los llevase de fiesta o de la fiesta a casa.

 

 

 

 

 

 

FUENTE: ELPERIODICO