La campaña electoral más extraña de la historia constitucional culmina este domingo con unas elecciones en el País Vasco y en Galicia, en las que todos los pronósticos coinciden en un resultado continuista, en una confirmación de la estabilidad política e institucional.
Solo una sorpresa no detectada en ningún estudio o un efecto de la pandemia fuera del radar de todos evitaría que Íñigo Urkullu (PNV) ganara las elecciones en Euskadi, para gobernar con pactos relativamente sencillos, y que Alberto Núñez Feijóo (PP) obtuviera su cuarta mayoría absoluta en Galicia.
Ambos tienen ya la competencia plena sobre la lucha contra la pandemia, los dos han tenido que hacer frente a rebrotes localizados en los últimos días y será la primera vez que pueda medirse si tiene efecto inmediato en las urnas esa gestión de la crisis sanitaria. Todo ello dentro de un vacío legal sobre el que se construyó un apalazamiento de las elecciones previstas para abril y sobre el que ahora se pone en cuestión el derecho a voto de algunos electores, en unos comicios con confinamientos parciales.
Salvo que haya algún anticipo de elecciones, las siguientes en España no serán hasta 2022, dentro de más de dos años, cuando deben celebrarse las andaluzas. La única excepción serán las catalanas que, dependiendo de la acción de la Justicia y la inhabilitación de Joaquim Torra, podrían ser en otoño y, en todo caso, antes de finales de este año.
Tras las catalanas podríamos adentrarnos en un periodo de dos años sin elecciones, lo que permitiría que los partidos ajustaran sus estrategias
Es decir, podríamos adentrarnos en un periodo de dos años sin elecciones en ningún territorio de España, lo que permitiría que los partidos ajustaran sus estrategias sin premuras electorales. Ese periodo coincidirá con dos crisis muy profundas que no han hecho más que asomar: la económica y social provocada por la pandemia y la institucional por el destrozo que han causado las andanzas del anterior jefe del Estado.
En principio, las del 12-J son dos elecciones con una lógica política centrada en esas comunidades, pero con algunos efectos políticos a medio o largo plazo, especialmente en el futuro del centroderecha y solo de manera muy colateral y limitada en los pactos en el Congreso de los Diputados. En este último caso, no habría cambios si, como parece, PNV y PSE suman escaños suficientes para gobernar en el País Vasco y, por tanto, pueden mantenerse también sus pactos en el Congreso.
Respecto al centroderecha, sí puede haber efectos para el PP y para Ciudadanos, como experiencias para testar sus estrategias. Feijóo representa el sueño del centroderecha: un partido hegemónico en el espectro que va desde la ultraderecha hasta el PSOE, lo que le permite tener la mayoría absoluta del parlamento gallego, la única en comunidades autónomas.
Sería el retorno a lo que consiguió José María Aznar desde 1989 y que le permitió gobernar entre 1996 y 2004, un PP hegemónico frente a la izquierda. Matemáticamente es muy difícil, casi imposible, que con tres partidos disputando ese espectro ideológico el centroderecha pueda gobernar, porque solo lo puede hacer si suman por sí solos los 176 escaños de la mayoría absoluta. Ni la izquierda, ni los nacionalistas, ni los independentistas pueden ser sus aliados en el Congreso.
La primera derivada a analizar en las elecciones del 12-J es si el mensaje de moderación que abandera Feijóo es el instrumento para cerrar el paso a Vox y Ciudadanos o si resulta más eficaz el intento de Pablo Casado por cerrar el paso a los dos partidos rivales endureciendo su posición y rivalizando con el discurso de Vox.
Es cierto que el PP del País Vasco en los últimos años ya es irrelevante en la suma de mayorías parlamentarias, pero, además, Casado tomó la decisión arriesgada de sustituir en el último momento a Alfonso Alonso por Carlos Iturgaiz, mucho peor candidato, y la consecuencia puede ser una caída aún mayor de los populares en Euskadi.
La primera derivada a analizar el 12-J es si el mensaje de moderación que abandera Feijóo es el instrumento para cerrar el paso a Vox y Cs
El resultado podría resumirse para el PP en una victoria de la moderación en Galicia y una derrota del discurso más próximo a Vox en el País Vasco. Iturgaiz, de hecho, ha protagonizado una campaña con algunos temas de campaña más propios del partido de Santiago Abascal. Por ejemplo, respecto a la ocupación de pisos: “Hay una ola de ocupación y no puede ser que una familia salga de paseo y, al volver, su casa esté ocupada”, repite en campaña. Se examina una campaña electoral diseñada por Génova para el País Vasco a una campaña autónoma de Génova diseñada por Feijóo en Galicia.
La paradoja es que lo hace con las siglas de Ciudadanos, en una coalición electoral inusual, mientras el partido de Inés Arrimadas mira a su izquierda y pacta reiteradamente con el Gobierno de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias.
De hecho, el otro parámetro que se mide en las elecciones del domingo para el centroderecha es la posibilidad de que esa coalición entre PP y Ciudadanos tenga continuidad en otros lugares, por ejemplo, en las autonómicas de Cataluña, los únicos comicios en el horizonte, si es que llegan a convocarse a corto plazo. El acuerdo se cerró antes de la pandemia y cuando Arrimadas no había dado el giro para convertirse en partido bisagra. El domingo tiene muy difícil lograr el que sería su primer escaño en Galicia y tiene casi asegurado uno en el País Vasco, en la lista que comparte con el PP.
Ciudadanos no tiene nada que perder ni en Galicia ni en el País Vasco, porque nada tiene en ninguna de esas comunidades. Con ese planteamiento sus expectativas están ya cubiertas. Otro efecto de futuro del 12-J para el centroderecha puede ser el del liderazgo. Si logra repetir su mayoría absoluta, Feijóo no solo sería el referente alternativo a Casado, sino que su sola mención sería un instrumento político en contra del presidente del PP.
Esa disputa más o menos visible ya se produjo con el nombramiento de Cayetana Álvarez de Toledo y ese pulso lo ganó (de momento) Casado, en contra de Feijóo y otros dirigentes del partido que aconsejaban moderación. La portavoz parlamentaria ha estado significativamente ausente y callada durante la campaña. PP y Ciudadanos podrán recomponer estrategias y recalcar rutas con tiempo por delante sin elecciones previstas.
Para el PSOE son unas elecciones relativamente tranquilas, porque tanto en Galicia como en el País Vasco parte de unos resultados malos en los anteriores comicios. En Galicia solo una sorpresa que evitara la mayoría absoluta de Feijóo le permitiría gobernar con apoyo de otros partidos.
Su umbral de expectativas, la línea entre el éxito y el fracaso, es el de seguir siendo con su candidato, Gonzalo Caballero, la segunda fuerza política, por encima del BNG.
No es fácil sacar consecuencias en las dos comunidades sobre posibles desgastes de los socialistas como consecuencia de la gestión del Gobierno de Pedro Sánchez y los efectos de la pandemia. De hecho, los estudios preelectorales muestran un número notable de votantes del PSOE en las generales que ahora votarán a Feijóo en las autonómicas. Es decir, esos votantes diferencian entre los distintos comicios y con lógicas diferentes y, por eso, el candidato del PP no exhibe las siglas de su partido en la campaña electoral. En el País Vasco, la socialista Idoia Mendía aspira a seguir siendo necesaria para la gobernabilidad, es decir, para asegurar un pacto con el PNV que dé continuidad al Gobierno de coalición de los últimos años.
Si espera pésimos resultados Unidas Podemos, con los diferentes nombres utilizados en Galicia y País Vasco. En 2016 fueron los más votados en las generales en ambas comunidades y ahora es posible que su número de escaños siga descendiendo y sean intrascendentes a la hora de completar mayorías. En Galicia la mayoría absoluta del PP les cerraría la opción de gobierno de izquierdas y en el País Vasco los socialistas han cerrado ya la puerta a un Gobierno con Bildu y PSE.
Su ventaja es que el partido de Pablo Iglesias sigue instalado en la paradoja de disponer de más poder cuanto menos apoyo electoral logra. Al equipo de Iglesias no parece haberle preocupado reforzar y articular el partido en todo el territorio. Tendrá también tiempo para “refundar” el partido en cada comunidad autónoma, después de años de deshilacharse, tras el enorme salto inicial.
Una vez cerrado el recuento volverán a la agenda política dos asuntos que habían sido pospuestos por el 12-J: la negociación del acuerdo para la reconstrucción y la mesa de diálogo de Cataluña. El primero debe votarse el 21 de junio y no está claro si Gobierno y PP estarán por el diálogo o por el enfrentamiento. No hay acuerdo sobre política económica; tampoco sobre política social por las ayudas a los colegios concertados; están bloqueados en política europea, pese a que el PSOE asegura que no entiende el desacuerdo y en política sanitaria les separan los copagos y la creación de una agencia de salud pública que no aceptan los partidos nacionalistas e independentistas que apoyan al Gobierno.
Hasta septiembre no está previsto que empiecen a negociarse los Presupuestos para que se envíen al Congreso a finales de septiembre, con la duda de la posible incorporación de Ciudadanos al acuerdo.
FUENTE: ELCONFIDENCIAL