Huele a degollina en los jardines de La Moncloa. Se escucha el ruido molesto de los serruchos eléctricos y se perciben esas espesas señales previas a las masacres. Un sol muerto, diría Plath, tiñe los despachos. Hay un algo oscuro que todo lo habita y en el centro, Pablo Iglesias, el amo de la pista, que ya no sólo muestra sus colmillos mugrientos sino que lanza feroces dentelladas contra sus compañeros de mesa. La furia se ha desatado en el seno del Gabinete, con esa vehemencia que hiere y despelleja. ¿Quién será el próximo?, se preguntan acoquinados, y se ocultan bajo su agenda, hueca y vana.

Pedro Sánchez, desde su prepotente arrogancia, contempla el panorama con desprecio. Evita defender a los suyos, gentucilla con cartera que, quizás, esté ya condenada al sacrificio. Este domingo, en su resurrección del ‘Aló presidente’, deslizó una frase delatora: «Todos los ministros tienen mi confianza y mi empatía». Media docena de ellos se echó a temblar. Más que un gesto de protección y cariño, aquello sonó a sentencia de muerte. Si Sánchez, como recordaba Alsina, te muestra su ‘empatía’, date por jodido. Algunos se palpan la ropa, otros se pierden en la bruma madrileña, agónica y final.

Iglesias se ha puesto a mandar y Sánchez recula o asiente. Dos embestidas del vicepresidente en las últimas horas seguidas de sendas rectificaciones del jefe del Ejecutivo evidencian el frenesí de la tensión. La enmienda de los desahucios primero, con revolcón a Ábalos y Calviño, y la comisión de la covid, ahora mismo, con guantazo incluido al propio presidente. No es un gobierno de coalición sino un caudillo comunista que gobierna contra una colla de socialistas encogidos, acollonados, que no levantan la voz ni para ir al baño. «Que no se entere Iglesias», susurran tras deslizar algún comentario crítico, o siquiera un chiste, sobre la banda descamisada del rencor y el terror. Ni siquiera son ya capaces de llamarle ‘el coletas’ a escondidas, como hacían con desparpajo hasta antesdeayer.

Tanta alcurnia y tanto currículum, tanto título universitario, tanta farfolla -esos Calviño, Robles, Escrivá, Ribera y hasta Marlaska- para terminar convertidos en el payaso de las bofetadas de un personaje desalmado y cruel, que, con apenas 35 diputados y el 13 por ciento de los votos, salta de su yo a su yo y hace escala, a ratos, en el ego de Sánchez.

Cumplido el trámite presupuestario, unos apuntan a que Sánchez modulará sus gestos, suavizará su actitud, limará sus aristas. Ensayará mohines hacia Ciudadanos y ajustará las bridas de Podemos

Iglesias ha ahormado y engrasado el artefacto Frankenstein hasta convertirlo en un grupo compacto, homogéneo, unido por un objetivo común: dinamitar el edificio de nuestra convivencia democrática, cargarse el consenso del 78, volar la Constitución. Ese amasijo de maleantes es su guardia de corps, su personal milicia, su bloque de la ‘república multinacional’. Sánchez deja hacer, aplaude y se frota las manos. Ese grupito de malvivientes -dirigentes de ETA, golpistas, separatistas, otegis, rufianes- le van a obsequiar el regalo navideño más deseado: Unos presupuestos con los que podrá sestear en Moncloa hasta el final de la legislatura. O más.

Las comadrejas socialistas, trémulas de pavor, se preguntan inquietas: ¿Qué va a pasar?. Unos apuntan que, cumplido el trámite presupuestario, conseguido su juguete, Sánchez modulará sus gestos, moderará su actitud, tuneará sus aristas y abandonará la banda de la radicalidad. Ensayará mohínes hacia Ciudadanos, ajustará las bridas de Podemos. Antes, eso sí, Iglesias, con su cara de pocilga feliz, reclamará su recompensa. Consolidación de la pandilla morada en el Gobierno y, quizás, alguna decapitación bien señalada. Esos ministros que parecen de ‘Vox‘, fascistas de lo peor que tanto le estorban.

Ahora toca aprovechar la pandemia, sepultar a los 60.000 muertos en el mismo hoyo del olvido que los mil asesinados por los amigos de Bildu

Huele a degollina en Moncloa. Reajuste ministerial, lo llaman. Mejor, vendetta. Cuatro nombres al menos en la pizarra. Todo encaja, como una suma bien hecha. Y quizás, Yolanda Díaz, de propina. La virgen de los Ertes no sólo es la única ministro no sociata que había entrado en el equipo de los elegidos para el reparto de la covid, sino que  incluso tuvo la desfachatez de aparecer radiante en la portada del colorín de El país.Irene de Galapagar, todo soberbia, no soporta tanto glamour arrojadizo, no traga con que una mujer le haga sombra. Que sean cinco, ¡ea!. A veces a Sánchez, aburrido como un leopardo, las sobremesas se le van de las manos y juega a disfrazarse del napoleoncito de Tetuán. ‘Lo único importante son las siglas PGE‘, dijo el domingo. Ya las tiene. Todo lo demás goza de su ‘empatía’. Es decir, material sobrante. ¡A la fosa!.

Ahora quiere aprovechar la pandemia, sepultar a los 60.000 muertos en el mismo agujero del olvido que los mil asesinados por los amigos de Bildu, sus socios,  y enfundarse la túnica del dios protector que nos trae 900 millones de vacunas, o más, y volveremos a ser felices. Despojado de afectos, inmune a los compromisos y carente de escrúpulos, el presidente no moverá un músculo cuando decida aligerar la nave, decapitar a algún ministro, arrojarlo a los tiburones como su socio comunista le reclama. La turba morada, rabiosa con los jueces y ebria de venganza, aplaudirá la escabechina. En Podemos son muy de la pira y el tormento. Iglesias y su facinerosa compañía de 53 diputados (con ERC y Bildu), decide la agenda, señala el camino. Tiene tres años por delante para avanzar y consumar su proyecto de saqueo, demolición y ruina. Hasta que el cielo se derrumbe. O alguien haga algo.

 

 

FUENTE: VOZPOPULI