FERNANDO ÓNEGA

 

Pedro Sánchez acaba de recibir un regalo de Navidad: entre todos los grupos con presencia en el Congreso lo han situado en el centro de la política nacional. Todos los demás se han escorado hacia su derecha, hacia su izquierda o hacia el nacionalismo más radical y a él lo dejaron en el agradecido papel de la moderación. Al menos, pensando en el escenario del conflicto catalán. Con lo cual, a Sánchez se le puede aplicar el dicho popular de que mató dos pájaros de un tiro. El primer pájaro ha sido este. El segundo, el de calmar a su partido, que se empezaba a rebelar por sus arrumacos con los independentistas. Le bastó endurecer su discurso, comprometerse a respuestas contundentes si en Cataluña se incumple la ley y levantó los aplausos de sus escaños. Creo que era todo lo que buscaba y lo que necesitaba para tranquilizar a sus barones, que temen el mismo castigo que Susana Díaz en las elecciones de mayo.

Sé que cuanto estoy escribiendo provocará discrepancias de muchos lectores, porque entienden que lo único defendible es la petición de que se aplique ya de una vez el artículo 155. Yo podría estar de acuerdo, pero considero que el 155 es un último recurso y no consigue que desaparezca la pasión independentista. La prueba es que su aplicación por el señor Rajoy no cambió nada, ni hizo decaer el porcentaje de partidarios de la independencia, ni mejoró el clima de división social. Fue, más que nada, un castigo del que se puede sacar pecho porque durante unos meses se obligó a cumplir las leyes, pero solo durante unos meses. Como denuncia Aznar, se dio a los soberanistas la posibilidad de formar un Gobierno legal después de unas elecciones que les dio la mayoría parlamentaria.

Ahora, persistir en la repetición de la jugada quizá proporcione algún voto, incluso muchos votos, pero con el precio de ir a una política frentista que no puede ser buena para el país y con el riesgo de no producir ninguna adhesión a la idea de la España. Y ese es otro regalo a Sánchez: dejarle la bandera de la España plural, que en tiempos fue del PP, y quedarse con la imagen de una intransigencia que hasta ahora resultó estéril. Y fíjense: no diría lo mismo si Pablo Casado y Albert Rivera concentrasen sus ataques en quienes, como Torra, instigan a la subversión y a la agitación callejera. No diría lo mismo si reservasen el 155 para un caso de desobediencia, como ayer amenazó el diputado Joan Tardá. Y no diría lo mismo si tuviesen al menos la cautela de usar ese recurso constitucional para un supuesto de flagrante delito, como hizo Rajoy. Y así, tiene narices que consagren a Sánchez como el político de la moderación.