Qué ha cambiado en España para que Mariano Rajoy mantuviera unos índices de impopularidad tan insólitos como impermeables a la coyuntura económica? ¿Quizás es que la recesión y los ajustes han vuelto a los ciudadanos más exigentes y críticos con su clase política? A primera vista, el factor principal del desgaste de Rajoy ha sido la crisis política e institucional que estalló al calor de la cadena de casos de corrupción que han afectado al PP mientras ocupaba el Gobierno y que han culminado con la sentencia de la Gürtel. Pero escándalos los ha habido siempre. Los hubo de gran calado en la etapa final de González; se generaron nuevos focos con Aznar; no salpicaron a Zapatero pero sí al PSOE andaluz de los ERE, y, finalmente, los escándalos del PP han embarrado a Rajoy hasta niveles inéditos.

Sin embargo, en el pasado la mejoría de la situación económica siempre acababa indultando a los presidentes, suavizando su declive o incluso mejorando sus índices de popularidad. Pero eso sólo fue así hasta Aznar. Luego, la impopularidad parece haberse vuelto irreversible (aunque en el caso de Rajoy no le haya impedido ganar las elecciones en un contexto, eso sí, de gran fragmentación política). Es cierto, también, que las crisis económicas del pasado no tenían ni la gravedad ni la duración de la que estalló en el 2008. Y de ahí, por ejemplo, que González mejorase sustancialmente en su tramo final unos indicadores que sólo un año antes escenificaban una verdadera hecatombe.

La mejoría económica ya no neutraliza los errores de gestión o los casos de corrupción del gobierno de turno

Ahora bien, el derrumbe de Zapatero a caballo de la recesión y los ajustes ya no tuvo vuelta atrás. En su caso, la crisis tampoco se suavizó en la fase final de su mandato, por lo que los indicadores de impopularidad (expresados en confianza y valoración de los ciudadanos) batieron récords negativos. Lo llamativo ahora es que la mejora de la situación económica no se ha traducido en una correlativa recuperación de la imagen de Rajoy. Y la prueba de ello es que, ya antes de la sentencia de la Gürtel, el expresidente mantenía niveles de desconfianza por encima del 80%de los consultados por el CIS; y aunque el récord de Zapatero rozó el 85%, Mariano Rajoy llegó a suscitar la desconfianza de casi un 90% en el 2014.

Estos contrastes se aprecian también en la puntuación que los ciudadanos han ido asignando a los sucesivos presidentes. Adolfo Suárez, por ejemplo, se despidió con un suspenso suave que llegó a convertirse en un aprobado tras su valiente actitud durante el intento de golpe del 23-F. Por su parte, Felipe González revirtió incluso el nítido suspenso que le asignaron los ciudadanos a lo largo de 1995 y dejó la presidencia con un aprobado claro. En el caso de Aznar, la buena evolución de la economía neutralizó parcialmente el amplio rechazo que había generado la implicación española en la guerra de Irak en la etapa final de su mandato.

 

Índice de valoración de presidentes e interés en política
La ciudadanía actual es más crítica con la vida política, pero también se interesa más sobre ella

Pero Zapatero ya no consiguió recuperarse y cerró su presidencia con un suspenso más profundo que cualquiera de sus antecesores, pese a que había arrancado con una nota cercana al notable. Sin embargo, es la calificación de Rajoy la que mejor refleja que la mejora de la situación económica ya no permite obviar los errores políticos del gobierno de turno ni mucho menos su presunta implicación en casos de corrupción. Ningún presidente ha cosechado durante su respectivo mandato un suspenso tan terminante como el exmandatario ni ha visto como su valoración se estancaba en una zona por debajo del 3.

Parece evidente, por tanto, que más allá de la gravedad específica de los casos de corrupción que salpican al Partido Popular, los sondeos reflejan también una opinión pública menos dispuesta a disculpar los escándalos. Y la mejor demostración de ese incremento del espíritu crítico y del nivel de exigencia de la ciudadanía se expresa en la evolución de los índices de interés por la política o de la presencia de esta en las conversaciones cotidianas. En ambos casos, el alza de los porcentajes entre el 2008 y el 2011 es de una evidencia palpable. Quizás los ciudadanos no acierten siempre con el voto, pero han dejado ya de firmar cheques en blanco en nombre de la lealtad partidista.

 
 
 
 
FUENTE: LAVANGUARDIA