La tercera reunión del presidente del Gobierno con los presidentes autonómicos ya se hizo del lado de acá de la línea roja. Porque, mientras con los presidentes de Euskadi y Cataluña se negociaron políticas de Estado y programas de Gobierno, en una tonalidad y con unas letras que favorecen a las citadas comunidades y que están vetadas para el resto de los presidentes, la entrevista de Feijoo con Sánchez puede enmarcarse en el género de la política clientelar, donde se considera un triunfo que «Galicia no va a salir perjudicada», y donde se compone un balance de éxitos a base de cosas que ya creíamos pactadas y cerradas. Los grandes avances son que «no se toca la fecha del AVE», que se aplicarán incentivos fiscales para la organización del Xacobeo 2020 -el Año Santo ya está abolido-; que cuando se pacte la financiación autonómica nos van a dar una limosna para el envejecimiento y otra para la dispersión; y que algunas trapalladas de diversa naturaleza -como el peaje de Redondela, la gestión de la AP-9, o el cambio de traviesas a la línea Lugo-Ourense- se tratan con un engolamiento bilateral que las disfraza de temas de Estado.
Advertencia utópica
Ya sé que el balance de la audiencia con Feijoo tenía que ser magro. Pero no esperaba que incluyese una retórica política tan rancia; que reiterase promesas tantas veces incumplidas; que convirtiese la legalidad en un puro favor paternalista -«Galicia no saldrá perjudicada»-; o que sirviese para visualizar la creciente y realista sospecha de que la existencia de dos niveles de autonomía -el de los «protestantes» y el de los «coitadiños»- quedó plenamente confirmada por un bilateralismo oportunista y acomplejado que nos hace pensar que a España -al contrario que a Roma- le mola pagar traidores.