REFLEXIONES DE UN TESTIGO DE UNA REVOLUCIÓN SIN SANGRE : JOSÉ JUAN CANO VERA

REFLEXIONES DE UN TESTIGO DE UNA REVOLUCIÓN SIN SANGRE : JOSÉ JUAN CANO VERA

29 de junio del 2017

 

“JUAN CARLOS ESTUVO EN EL PARTO Y SOSTUVO LA DEMOCRACIA”

 

 
Estuve allí, antes, en él y después del parto complicado de la nueva Democracia española, que sigue manteniéndose viva, erosionada y acosada por algunos individuos pagados por Roma, la “pax romana”, la de nada de prisioneros. Una Democracia severamente golpeada por los puños cerrados de los discípulos, los hijos y los nietos que  colaboraron con Franco para liquidar física y moralmente a la II República. En aquellos años de la dramática década de los treinta, Roma se llamaba Moscú, y los colaboradores necesarios, el resto de los aliados asustados, con miedo a que la Unión Soviética convirtiera a España en una colonia comunista a espaldas de Europa. Se trata, en estos últimos años, de repetir, de probar la misma estrategia. Son los mismos canes pero con distintos collares. El tránsito del régimen franquista, poderosamente organizado, a un régimen de libertades, fue realmente una revolución blanca sin sangre, que evitó, posiblemente, un choque armado. Cuando determinados neoideólogos, organizadores de la política-espectáculo, nos tratan de convencer que el camino de la ruptura, partir de cero o de la nada, es un proceso revolucionario, hay que decirles que nuestra Transición,  fue un a revolución pacífica con  mucho diálogo, consenso, sensatez y sentido común, en la que todos fuimos ganadores. No se destruyeron los principios de convivencia, se construyó una Democracia que recibió la aprobación de las naciones civilizadamente avanzadas y de los líderes que defendían sus principios en las urnas y no con las armas o los negocios corruptos generados por algunos partidos que deben ser derrotados en las elecciones. Hay que limpiar los fondos del Estado del Derecho, pero sin  hundir el barco bombardeado por los submarinos de potencias extranjeras globales y los terroristas armados con discursos traidores, que se llaman soberanistas. La caída de Cataluña tendría un efecto dominó imparable, y el viejo continente caería en las manos salvajes de los que no han dejado de hacer guerras religiosas, coartada cainita.

 

Pues bien cuando la Transición era todavía pura utopía, hubo grandes hombres, de un lado y otro, que creían que daría buenos resultados un abrazo de paz que desatar el odio y verter sangre .Y el pueblo, porque las gentes pensaban que ya estaba bien de tanto luto y horror. Se opina noblemente, a fecha de hoy, que es el camino apropiado. No es miedo, no nos han intoxicado, no es una historia de buenos o malos, sino un deseo histórico, vivir en paz en un Estado de Derecho y un Estado de Bienestar que necesitan fortalecerse con  ideas, el diálogo y las leyes. Sin justicia no es viable una Democracia, como tampoco sin estabilidad y credibilidad.

 

 

Esos hombres que fueron más, claves, se llamaban Juan Carlos de Borbón, Torcuato Fernández Miranda, Adolfo Suárez, Santaigo Carrillo, Fraga Iribarne, Alejandro Rodriguez de Valcárcel, Tarradellas, doña Sofía de Grecia, esposa de Juan Carlos,(una mujer que continúa haciendo historia) Gutiérrez Mellado, Fernando Suárez, Felipe González, Alfonso Guerra, Abrill Martorell y el equipo humano civil y militar de La Zarzuela ). Ya en los años setenta ejercía mi hermosa profesión de periodista, era director del diario LA VOZ DE CASTILLA, en una capital de enorme influencia casi mística, Burgos, tuve el privilegio de seguir paso a paso como se preparaba esa revolución que cambiaría la historia de España. El entonces presidente de las Cortes, Rodriguez de Valcárcel, era burgalés y ejercía como castellano viejo (predicaba como gobernador civil un murciano de Cartagena, Federico Trillo, mejor persona que su vástago famoso hasta ayer). 

                                                                                                                                                                                                             

Estaba bien informado de lo que se deseaba dentro del sector reformista del franquismo, porque estaba claro que el régimen no tenía herederos, aunque los había que trataban de llamar a alguien de la familia. Pero el hombre, el genio del cambio por etapas, el estratega, el consejero leal y honesto del entonces Príncipe de España, no era otro que Fernández Miranda, al que llamábamos afectuosamente “el Tato” sus colaboradores, cada uno situado, en puntos neurálgicos. Y el más importante era el de la información, periodística o no, la silenciosa. Torcuato nos reunia en unas dependencias de la Administración del Estado, en la calle Bravo Murillo, y allí manteníamos largas conversaciones, actuando de moderador  Emilio Romero, el enemigo total del oportunista Suárez, cuyos cambios de ideas y camisas eran de admirar. 

 

 

Torcuato perdió influencia cuando los etarras asesinaron a Carrero Blanco, porque ya sabían en la corte de El Pardo, de los movimientos de los asesores de Juan Carlos, hasta tal punto que siendo vicepresidente del Gobierno, le pusieron el veto implacable de doña Carmen, y dieron paso a Arias Navarro, entonces ministro de la Gobernación, nombramiento que muy pocos entendieron. Elevar a Carlos Arias a la presidencia del Gobierno, siendo el responsable de la seguridad del Estado, levantó las lógicas suspicacias. Toda una historia fantástica en la que no se ha profundizado. Volaron a Carrero a trescientos metros de la embajada USA. El empuje del reformismo no perdió fuerza sino todo lo contrario, y se logró convencer al  Príncipe de España que la línea adecuada era la que enseñaba magistralmente Torcuato Fernández Miranda, que es la que se mantuvo enérgicamente hasta un año después del fallecimiento del anterior jefe del Estado, descabalgando al último primer ministro del franquismo. Fue el ya Rey don Juan Carlos quien jubiló sin contemplaciones a Arias- ( me cuentan que Felipe VI no es muy galleguista, vertiente política, evidente ).La última batalla se dió cuando ya dirigía esa escuela murciana de periodismo que fue el DIARIO LINEA, fatalmente cerrado a impulsos del mundo empresarial de la Región y los torpes socialistas. Para evitarlo  mantuve un par de reuniones con  el cantamañanas de Julio Feo, enviado por Felipe González a Murcia para poner orden en las filas del PSOE, que como se sabe sigue con sus guerras internas, con pocos caballos y demasiados pigmeos, enanos.

 

                                                                                                                                                                                                                      La última batalla la perdió Fernández Miaranda, ya presidente de las Cortes, enfrentándose radicalmente con Adolfo Suárez, porque se negaba en redondo a  aceptar ese monstruo, hoy sagrado, del Estado de las Automías. No porque fuera un radical sino por la sencilla razón lógica, que siendo muchísimo más culto que Adolfo Suárez, ya presidente del Gobierno, conocía a la perfección la Historia de España y los frecuentes estados de amnesia de los políticos desde el reinado del pacífico Fernando VI. Fue un choque de trenes, y el rey, no tuvo más remedio que aceptar las peticiones de los nacionalistas, peticiones entonces razonadas, pero como se temía, se corre el riesgo de un estallido, nada nuevo, porque la República no tuvo otro remedio que enviar guardias civiles y a la Marina. Rajoy, debilitado, ni se siente con fuerzas de aplicar el artículo 155 de la Constitución, que se trata de un suave puntapié en el trasero de la Generalidad y a sus colaboradores de la desorientada izquierda socialista, los podemitas atizando el fuego y el resto de la derecha corrompida que fundó el mago Pujol.

 

 

Torcuato Fernández Miranda, el tercer hombre de la Transición, desapareció muriendo en Londres, triste y solo. Y el rey emérito, Juan Carlos, víctima del furor uterino de la política rastrera que le obligó a abdicar por una cuestión de faldas-que se practica por los salidos padres de la patria sin pegas-marginado injustamente en el solemne acto celebrado el miércoles en el encantador castillo  parlamentario con unos leones que lloraban por su ausencia. Nadie olvidó invitar a la familia de La Pasionaria, la camarada que incitaba a matar en sus mejores momentos de actividad política, no solo en el campo de batalla, en el mismo Parlamento, a Calvo Sotelo, por ejemplo. Seguimos en el sectarismo, que desprecio. España va hacia un desierto de valores humanos. La disyuntiva es determinante. O ganamos los demócratas, críticos o no. O barren al pueblo, protagonista principal, en retransmisión en directo, como espectáculo global, de cómo terminar con una nación que se mantiene en pié a pesar de la ruina  que nos han traido unos cuatreros ¿O es que preferimos dictaduras o tiranos que no dan cuartel ?    El linchamiento a medio camino entre políticos y medios, cuyos componentes, en numerosos casos, no son el mejor ejemplo para una sociedad amoral que vota a los corruptos y que le da mínima importancia a los líos de faldas, braguetas y trapicheos sexuales, que sufrió el rey emérito, posiblemente el mejor monarca español de los dos o tres siglos últimos, son síntomas cargantes de una hipocresía mayúscula. Los deslices de don Juan Carlos fueron ametrallados por algunos buitres que apestan a radicales y extremistas del populismo de la derecha meapilas o de la izquierda que mata en Venezuela. No se le cae la cara de verguenza al mayor responsable del delirio político del país, que eliminado Errejón, este fue sustituido por la amiga íntima colocándola al frente de su grupo parlamentario. Tampoco nadie fue capaz en el pleno de las Cortes de emitir un comunicado conjunto condenando la tiranía del “Gorila Rojo” venezolano. Es para echarse a temblar de indignación, Pablo, Alberto y Pedro.      

 

 

JOSÉ JUAN CANO VERA

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