Con la renuncia del juez Llarena a todas las extradiciones se acaba de cerrar la penúltima etapa del ‘procés’. La última se refiere al objetivo de la libertad de los presos, que nadie sabe cuando se producirá pero que no parece que vaya para muy largo. El retorno del destituido ‘president’ Puigdemont y sus consejeros queda aplazado sine die. La amenaza de nuevas elecciones autonómicas se aleja una vez más tras el choque de esta semana, que las dos principales formaciones independentistas habrían ahorrado de haber esperado 48 horas: entre delegar el voto en el Parlament y ser sustituido temporalmente no hay más diferencia que la simbólica: obediencia al TS o una apariencia de iniciativa propia forzada por el mismo tribunal.

Si el independentismo está dividido entre los que prefieren asumir la realidad sin gesticulaciones y los que la asumen gesticulando, también lo está el bloque del 155 entre los radicales -PP, Cs- y los moderados del PSOE. Con la particularidad de que los independentistas están condenados a repartirse el escaso poder autonómico mientras los grandes partidos del estado aún pueden alternarse. Aquellos que no distinguen entre la derecha y el PSOE deberían tener muy presente que todos los diputados independentistas, en bloque y sin distinciones ni matices, han votado a favor de Pedro Sánchez y piensan seguir haciéndolo. Será porque no acaba de ser exactamente lo mismo.

La lucha por la hegemonía en el campo independentista se produce dentro de un cuadrilátero restringido. Los cuatro lados, inamovibles, son: distensión; Govern de la Generalitat; apoyo a Pedro Sánchez; libertad de los presos. Los sondeos de GESOP para EL PERIÓDICO y el del CEO son muy similares. El ‘efecto Puigdemont’ pierde empuje porque él mismo ha contribuido más que nadie a normalizar la situación. Ciudadanos pierde apoyos porque el peligro de independencia queda atrás y las posibilidades de tocar poder en Madrid se difuminan. Los beneficiarios son ERC porque habla claro y admite -por fin- la insuficiencia del apoyo popular y los socialistas porque mandan en Madrid. La CUP recoge el voto decepcionado con el doble juego de JuntsXCat.

 
En Catalunya, la vida política, y la social, no han hecho más que seguir las pautas de las elecciones del 21-D. No hay alternativa. En cambio en el estado, la alternativa consiste en volver a empeorar las perspectivas de los presos y disminuir el radio de actuación la Generalidad. La estabilidad está servida. Poco margen para los activistas. Parada y fonda al menos hasta las municipales y bastante más allá si persiste como parece el empate entre los que votan independencia y los que no. El pronóstico es arriesgado, pero pueden pasar fácilmente cuatro o cinco años antes del próximo choque.

El conflicto está lejos de resolverse. Son de aplicación las palabras de Vicens Vives a propósito del bombardeo de Espartero a la rebelde Barcelona. Catalunya ha sido vencida pero no sometida. Como Sísifo, el soberanismo catalán volverá a empujar la roca montaña arriba una vez tras otra. La metáfora es obvia si echamos una ojeada a las constantes de las relaciones Catalunya-España en los últimos cuatro siglos.

 
Ya no es tan sencillo dilucidar si finalmente Madrid aceptará un reparto equitativo del poder o si el soberanismo conseguirá la mayoría de que no dispone. A un lado y al otro, las voluntades que imperan no son negociadoras. Los vigilantes de las respectivas ortodoxias se imponen sobre los escasos partidarios de la flexibilidad.

Por otra parte, es evidente que la sociedad catalana ha sufrido daños en forma de división interna. Desde la sentencia del Tribunal Constitucional del 2010 que propició el inicio del ‘procés’ hasta su conclusión (en falso) en diciembre del 2017, la derecha anticatalanista ha pasado del 15% al ​​30% de sufragios y de 17 a 40 escaños en el Parlament de Catalunya. La enorme bolsa de votantes de Ciudadanos es susceptible de reducirse y el primer candidato a sacar provecho es el PSC. El segundo, si actúa con moderación, es ERC.

Este fin de semana se producen dos votaciones poco trascendentales en el PP y el PDECat. Con Pablo Casado el PP no se moverá un milímetro de sus posiciones intransigentes, al menos hasta que las próximas elecciones generales certifiquen el bajón de Cs. Con Sáez de Santamaria habría pasado lo mismo. Marta Pascal se ha visto perdida ante el empuje de Puigdemont. El PDECat, de corta vida, ha estado forzado a diluirse dentro de la nueva formación pseudomaximalista de JuntsXCat.

Parada, fonda y feliz verano.

 
 
 
 
FUENTE: ELPERIODICO