No voy a engañar a nadie. No he nacido en Mazarrón. No tengo raíces en esta tierra. Mi familia no es de aquí, ni tenía vínculos anteriores de otro tipo. Mazarrón era un punto en el mapa, sin más. Llegué hace unos quince años por motivos de trabajo. No había encontrado suficientes oportunidades en mi lugar de origen, Andalucía, para desarrollar mi profesión. Y tanto yo, como mi pareja, decidimos apostar por una tierra que, aunque la teníamos cercana, apenas conocíamos.

Mazarrón era, y sigue siendo, un gran desconocido envuelto en un manto de tópicos que, muy poco a poco, ha ido despertando hacia el exterior. Mazarrón nos acogió con los brazos abiertos, nos brindó la oportunidad de trabajar a ambos y nos ofreció un futuro con sabor hogareño. Siento a Mazarrón como mi casa. Es mi casa. Gran parte de mis amigos son de aquí, son mi mayor tesoro, y comparto sus alegrías y sus preocupaciones, que son también las mías. Incluso hemos animado a familiares y amigos a que vengan aquí para comprobar que su gente es espléndida y que es un lugar maravilloso para vivir y construir un futuro. Por eso, Mazarrón me duele.

Mazarrón me duele. Me duele que los que llevan años y años gobernando arrastren su imagen por el lodazal infecto e infinito de latrocinios y abusos de poder. Me duele la inmundicia moral. Me duele la desidia de los que se sirven de cómodos sillones para hacer de las instituciones sus poltronas. Me duele el paripé y la hipocresía. Me duele que casi la totalidad de sus proyectos estén manchados por la corrupción a causa de delitos urbanísticos o medioambientales. Me duelen los escándalos y las portadas de los periódicos. Me duele tanta mentira. Me duele el despilfarro. Me duelen los recortes. Me duelen la suciedad y el deterioro. Me duelen los falsos ademanes, la impostura, los gestos falsos y las palabras falsas. Me duele el desprecio hacia la gente y sus problemas. Me duele, también, la mediocridad. Me duele el caciquismo, la actitud de señorito feudal con derecho de pernada que pasea su prepotencia con vanidad y orgullo ante los aduladores. Me duelen los jóvenes que tienen que irse en busca de futuro. Me duelen los que resisten, los indiferentes y los cínicos. Me duele la indiferencia hacia quienes sufren. Me duelen las migajas. Me duele el abuso y la impunidad. Me duele el inconformismo y la dejadez. Me duele el pago de favores. Me duelen las camarillas y los premios por los servicios prestados. Me duelen algunos aplausos. Me duelen algunos silencios porque son, igualmente, cómplices.

 

 

GOBERNAR NO ES CALENTAR UN SILLÓN, ES GENERAR SOLUCIONES A LOS PROBLEMAS CON EL MÁS ALTO ESTÁNDAR DE EFICACIA, TRANSPARENCIA Y CALIDAD DEMOCRÁTICA

Decencia, unidad, humildad: son los ingredientes para recuperar Mazarrón de manos de los sátrapas, los mentirosos y los mediocres. Es necesario aprovechar la ocasión para generar una alternativa democrática, comprometida y eficaz. Reconozco mi pragmatismo. Gobernar no es calentar un sillón, es generar soluciones a los problemas con el más alto estándar de eficacia, transparencia y calidad democrática, sin dejar a nadie atrás. Sin olvidar a nadie. Pisar la calle y su realidad con quienes la habitan y sufren, pisar las instituciones con humildad, dedicación y servidumbre hacia la gente. Romper viejos moldes para que participen todos. Transparencia, justicia y bien común.

Puede haber una oportunidad cierta y de progreso. Y apuesto por aunar lo mejor de nosotros mismos para lograrlo. Con unidad. Unidad frente a la corrupción. Unidad frente a la desidia. Unidad frente a la incompetencia. Unidad frente a la injusticia. Unidad frente a la desigualdad. Unidad frente a la falta de oportunidades. Unidad frente a las mentiras. Unidad frente a los privilegios. Unidad en torno a un proyecto compartido, fruto de la participación social, y objetivos comunes.

Y humildad. Mucha humildad porque la pluralidad y la heterogeneidad suponen riqueza y deben tener cabida, claro que sí. La pluralidad es un requisito básico de la democracia y frente al pensamiento único que deriva hacia los personalismos y las actitudes antidemocráticas. Por eso hay que integrar la diversidad de forma que se mantenga la coherencia en torno a un proyecto político y social que realice un trabajo exquisito y efectivo en las instituciones, y mantenga la unión ineludible con la realidad de la calle. En el momento en que se rompa ese nexo se volverá a construir la burbuja que separa a instituciones de los ciudadanos, y esa ruptura supone caer en los vicios de la vieja política, la misma que nos ha hecho nacer para no replicar su mezquindad. Caer en ese error es imperdonable. Por eso la autocrítica constante, y constructiva, tiene un sentido vigorizante y renovador. Y para ello es necesario el debate, la transparencia, el ejercicio democrático de las bases en los partidos y la humildad. No puede haber unidad, es decir, cohesión interna, sin humildad, sin la aceptación generosa de ese debate y de sus legítimas consecuencias.

Los procesos son verdaderamente democráticos cuando nos creemos sus consecuencias. Toca pasar de la teoría a la práctica y construir, juntos, un proyecto común y coherente para alcanzar los objetivos, desde el diálogo y la generosidad, a lomos de un proyecto ilusionante y plural, que ponga la política y las instituciones al servicio de la gente, no de los de siempre. Me dolería, aún más, que no fuésemos capaces.

 

 

COLECTIVO «EN CLAVE TRANSPARENTE»