FERNANDO ÓNEGA

 

Como hemos iniciado un nuevo año, el deporte preferido es la adivinanza. Hay tantas profecías como autores de crónicas y discursos y una sola evidencia: nadie sabe qué ocurrirá dentro de tres meses. ¡Qué digo! Nadie sabe qué ocurrirá mañana.

Y como si la política fuese un juego de quinielas, todo es una interminable especulación sobre todo lo que pueda pasar: qué ocurrirá si los presupuestos no son aprobados; cómo terminarán los pactos de Andalucía; cuánto durará el diálogo con Catalunya después de que Torra considera el 2019 el año de la libertad; cuánto sube Vox a juzgar por las encuestas; cuál será la sentencia del procés y, por supuesto, cuándo serán las elecciones generales, con todas las posibilidades y fechas abiertas. Incluso las pocas certezas que había sobre las estructuras del Estado cada día son también más inseguras.

Llega un momento en que hay que preguntarse si un país puede estar mucho tiempo así, porque llevamos ya muchos meses instalados en las dudas de futuro; en qué medida afecta a los inversores, que se espantan ante la incertidumbre, y si es gobernable un país cuya política a corto y medio plazo resulta imprevisible y por factores nada anecdóticos: los dientes de sierra de la integridad territorial, el miedo a las concesiones a fuerzas políticas que propugnan el derribo del régimen político y esa imagen de “mantente mientras cobras”, inevitable en un gobierno que se sostiene con sólo 84 diputados propios.

Nadie puede garantizar la estabilidad absoluta, y menos en tiempos de crisis como la que sufren los partidos tradicionales y el sistema representativo. Pero sería buena alguna certidumbre de futuro, por mínima que fuera. Cuando menos, la de la fecha de las elecciones generales, porque estamos en la aberración de que pueden celebrarse dentro de tres meses, dentro de cinco o dentro de más de un año.

Casi todas las energías creadoras se consumen en esos cálculos, como se puede ver en las crónicas, en las peticiones de los partidos y en las encuestas que pulsan la opinión ciudadana. Las fuerzas de oposición política reclaman las urnas con más énfasis que medidas concretas de gobierno, como no sea el 155.

Y tampoco estaría mal que la sociedad conociese el nivel y la duración de los apoyos con que cuenta este Gobierno. Un gabinete sin apoyos estables, que trabaja en la cuerda floja de la amenaza de sus socios, es un gobierno débil que puede caer. Y en esas estamos. Un año más así sería terrible para el país. A veces dan ganas de sentir nostalgia de la mayoría absoluta. La minoría inestable es mucho peor.