Fernando Jauregui

 

No hace falta ser un gran especialista en política para darse cuenta de que este Gobierno, así, no marcha. Cada materia, cada decisión, suscita un enorme conflicto interno, que, en lugar de dirimirse en el Consejo de Ministros, se resuelve a base de alfilerazos e indirectas, bien captados, claro está, por los periodistas, en entrevistas de radio. Y así, el alquiler, la vivienda, ocupan ahora el protagonismo en la batalla que antes fue de la reforma laboral —eso aún colea—, el salario mínimo y una decena más de cosas, para no hablar de la mismísima forma del Estado o del propio concepto de la democracia. A Pedro Sánchez el Gobierno se le descompone a jirones: hay ministros que buscan acomodos extranjeros, aunque la mayoría hayan fracasado en sus intentos y nada menos que un vicepresidente da el salto a quién sabe qué vacío —él sí lo sabe— sin siquiera avisar con la suficiente antelación a su ‘jefe’.

Resulta difícil de entender que Pedro Sánchez siga inmóvil, o incluso agravando la situación. La promoción de Yolanda Díaz, una buena ministra de Trabajo y una política sensata, con ideas que gustarán más o menos a según quién, pero al menos coherente con ellas, puede que reste algo de la virulencia que Pablo Iglesias imprimía e imprime a cuanto hacía y hace, pero no anula las discrepancias con, por ejemplo, Nadia Calviño y José Luis Escrivá en cuestiones fundamentales. “Guerra de vicepresidentas”, titulaba, con fortuna, un importante periódico refiriéndose a los desencuentros entre la ahora ‘vice número dos’ y la recién llegada ‘vice número tres’, la señora Díaz.

El distanciamiento en políticas concretas no está ya solo en los titulares de los diarios, sino hasta en las viñetas de los ‘cartoonists’. Consta que en importante ámbitos de decisión europeos, donde se aprecia a la ‘superministra’ de Economía, que, al fin y al cabo, pertenece al clan de los ‘eurócratas’, están pasmados ante estos conflictos internos. Y estas discrepancias, que se hallan en múltiples frentes del Ejecutivo, hacen, te cuenta alguno, que las sesiones del Consejo de Ministros constituyan una sinfonía de silencios reprimidos, de miradas cómplices de soslayo, antes de lanzarse a lavar fuera los trapos sucios.

Ahora nos dicen que la remodelación ministerial, cuando toque —que esa, agravar la interinidad y los compases de espera con la que está cayendo, es otra—, incluirá la promoción de Ione Belarra;la actual secretaria de Estado para la Agenda 2030, y ‘número dos’ en la vicepresidencia que increíblemente aún ocupa Pablo Iglesias, probablemente será, por imposición de este, ascendida a un ministerio, ¡uno más!, con la titularidad de Derechos Sociales.

Cualquiera que haya seguido mínimamente la trayectoria de la señora Belarra, al fin y al cabo una ‘enchufada’ más en el club de los Iglesias, no podrá sino tener los pelos como escarpias ante la hipótesis de esta promoción. Porque, al escasísimo volumen curricular de la señora Belarra, se une su condición de ser una ‘broncas por naturaleza’. Sánchez no puede, simplemente no puede —lo que no quiere decir que no vaya a hacerlo—, meter en el primer escalón de su Gobierno a alguien que se ha distinguido por atacar de la manera más feroz, entre otros, a la ministra más popular del Ejecutivo, la titular de Defensa, Margarita Robles. Conociendo también el carácter indomable de la señora Robles, que me parece que está tascando el freno pero que eso es algo que no hará eternamente, se podría adivinar, sin muchos riesgo a equivocarse, que otro conflicto, uno más en el gabinete, por si pocos hubiera, está servido.

Uno de los grandes errores de Mariano Rajoy fue que creyó que dejar que las situaciones comprometidas se pudriesen era la solución idónea a muchos problemas

La maestría de un presidente del Gobierno en su oficio se muestra, me dijo un ya lejano día Adolfo Suárez, en cómo resuelve sus crisis de Gobierno. O, lo que es lo mismo ‘a sensu contrario’, la impericia de un aspirante a estadista que jamás llegará así a serlo se plasma en sus indecisiones a la hora de cambiar sus alfiles, sus caballos y sus peones. Y a Sánchez sus ministros se le van, o eso pretenden algunos, pero él ni los echa ni los sustituye más que cuando resulta inevitable… porque han dado el portazo hacia otros destinos, no porque hagan mal sus funciones.

Uno de los grandes errores de Mariano Rajoy fue que creyó que dejar que las situaciones comprometidas se pudriesen era la solución idónea a muchos problemas. Sánchez, lo digo así porque es ya una verdad palpable, incontrovertible, está dejando que se le pudra el Gobierno, y los ministros más competentes y conscientes deberían avisárselo, lo que no me consta que hagan siempre. O probablemente no lo hagan nunca.