JOANA BONET

 

Por qué los periodistas no nos pusimos un chaleco amarillo cuando empezó a caer el precio de la noticia? Ya sé que no es lo mismo un titular a cuatro columnas que un litro de carburante. Que es más barato un ordenador que una licencia de taxi. Y que la gente se ha acostumbrado a deglutir contenidos de balde y, en cambio, dile tú a un taxista que no le pagas la carrera. “Cualquiera puede resumir tu artículo y publicarlo gratis. El lector puede preguntarse: ¿por qué iba a pagar por todo ese esfuerzo periodístico si puedo conseguirlo gratis en otro sitio?”. Son palabras de Jeff Bezos después de adquirir The Washington Post con el dinero acumulado por su gigante Amazon. Pero ¿acaso no actuaba como un romántico, con la nostalgia del genio de la red que añora la tinta? (Por cierto, desde que se hizo cargo de él, no se publican los resultados económicos del Post).

¿Fuimos ingenuos o incompetentes el día en que nuestra profesión se achantó ante el denominado “cambio de paradigma”? Hubo algunas huelgas, pero acabaron en resignación. Llámenle pudor intelectual, débil corporativismo, exceso de egos o de fatalismo, el caso es que ni un chaleco nos pusimos frente a la llegada de la competencia digital y el imparable furor de blogueros e influencers de éxito –a pesar de que algunos escriben igual que hablan–. Hubo infinidad de réquiems, algunos muy bien escritos, otros cansinos, aunque todo quedó en un debate con PowerPoints. “La prensa será la alta costura, internet el prêt-à-porter” le escuché a un gurú en la materia. Casi nadie advirtió a los lectores de la trampa de esa nueva vía: los contenidos serían pagados. O falsos. Y los productos comerciales se instalarían entre las noticias, manchando la lectura. Disrupción le llamamos; todo lo contrario que el verdadero periodismo, que es concentración frente a todas las distracciones como afirma Jesús Ruiz Mantilla en El lin chamiento digital (Basilio Baltasar, ed.), JDBbooks.

No tuvimos el arrojo de adelantarnos a los modernos sans-culottes vistiendo una prenda que se asocia con la emergencia y saliendo a la calle. Y hoy, nuestro sector es de los más castigados. El 70% de los periodistas –que aún no se han reciclado en ordeñadores de vacas en los Pirineos o enseñadores de pisos tras de los sucesivos ERE en los grupos editores– asegura que las condiciones laborales en España no hacen sino empeorar. La remuneración más habitual se halla entre los 1.000 y 1.500 euros, pero casi una cuarta parte de los colaboradores freelance no llega a los 600 al mes. La palabra escrita cotiza a la baja en un país donde hay más escritores que lectores.

Los taxistas han paralizado las ciudades como nunca lograrían los finos plumillas y gráficos si se declararan en huelga infinita. Se ensañan en contra de los estragos de la uberización de la economía, no quieren ser expulsados de su casillero. Pero no nos engañemos ni hagamos más el ridículo: la robótica anuncia taxis sin conductor al volante, igual que información sin periodistas, sólo replicantes.