SE LEVANTAN LOS PUENTES DEL VATICANO
ROMA.- (Análisis de José Juan Cano Vera).
Casi todos los años, por estas fechas, desde que me conozco algo, que no es suficiente, mi pobre padre se reunía con su pandilla cuando todavía no se habían inventado las tertulias, sino las reboticas de Marbella, de poetas andaluces, para declamar sus sonetos o poemas con sabor a cielo, tomar un trocito de pestiño y unos sorbos andando lentos por sabiduría, aunque los menos le daban a los pestiños y sorbitos a «un Málaga«, ese vino dulce con sabor a pasa, dando paseillos cortos por el Circulo Mercantil, en la hermosa calle Larios, como un cóctel del miel y suspiros de mar que cautivó a Neruda, como si fuera un elixir que resucitaba a un muerto, según el dicho popular revolucionario que le explicó, creo, Salvador Rueda, el poeta andalucista, que tuvo una céntrica calle en Murcia capital, que desapareció gobernando los cultos peperos de la ignorancia, pensando quizás que debió ser un peligroso nihilista que pondría en peligro el honor y la honradez de los imputados de la Región, hoy gloria ocultada por las prescripciones brillantes y posible cátedra universitaria de la solariega España y el resto que nos queda.
Lorca paseaba por allí semanas antes de ser ejecutado por todos en un rincón oscuro de una sierra granadina, con los ojos aún abiertos por la sorpresa y la injusticia violenta, en una Andalucía en la que se mataba sin pensarlo dos veces, pero no arrodillado ante el estallido violento de una España enloquecida, dos y ahora diecisiete, que extiende sus dominios hasta las traidoras tierras de Flandes que marranean a Europa con sus paraísos de la burocracia mundial que llegan a veintisiete naciones, que ha dispuesto herir de gravedad el turismo catalán y la caña de azúcar, azúcar morena, arrullada por las aguas del río Guadalhorce, entre árabe y británico, como río y caballo salvaje. Lejos de la burguesía de la cortijá de los señoritos que buscaban romper la virginidad proletaria de sus criadas, trabajadoras de sol a sol, que es el estilo que perdura, gobiernen quienes gobiernen. Los ricos de antes y los nuevos de ahora, que han empezado a desfilar ante los Tribunales de Justicia después de diez años de espera y gobierno socialista, como algo ha venido pasando en el régimen catalán, murciano, ambas Castillas y un largo etcétera de marquesados de la nobleza novedosa, y sus peones cobrando peonadas a capricho o por sus condiciones de militantes o distinguidos militantes antes llamados enchufados franquistas.
No eran tertulias sino disgregaciones sociales, me explicaba mi padre cuando ya algo mayorcito le preguntaba el por qué eso de llamarme «señorito Pepe» o como mínimo el hijo de don José, título que no acababa de entender, como ese tole-tole eclesiástico o monotemático como el sexo y las pajas escolares. La Iglesia imponía su poder, y Lorca, según supe años después, lo tomaba a chacota con las extensas familias que mantenían los padres curas, sometido a la crueldad del llamado celibato que fue impuesto cuatrocientos años después del asesinato de Jesucristo en una cruz entre romana y judía.
Nada se pudo frenar en las orgías del mundo político-religioso de aquellos siglos hasta tal punto que ocasionaron guerras, magnicidios, corrupción y matanzas. Ha sido siempre un duro castigo, duro e inflexible, y en estas últimas décadas se ha llegado a extremos asombrosos con la violencia sexual en las Iglesias cristianas, hasta el punto de que se viene planteando la necesidad de drásticos cambios para no seguir deteriorando la imagen de la Iglesia Católica, que es la más exigente en cuanto se refiere a la castidad y el celibato que para la mayoría se exige que sea un acto voluntario.
La crisis sexual, por llamarla de este modo, se ha abierto en canal, hasta los seminarios tienen problemas por una creciente racha de falta de vocaciones y la renovación de unas iglesias medio vacías con sacerdotes en edad de jubilaciones urgentes y reciclajes a la altura de un mundo cada día más abierto a otros sistemas de vida.
El Papa FRANCISCO ha captado a la perfección la urgencia de una Iglesia Católica renovada sin necesidad de ir demasiado lejos en sus bases ideológicas, teologales, humanas y económicas. SI, LA IGLESIA HA ENTRADO EN CRISIS DESDE HACE YA MÁS DE CINCO DECADAS y EL CASO ESPAÑOL TIENE UNAS CARACTERÍSTICAS MUY SINGULARES, parece un estamento de aspecto burocrático incapaz de salir de la rutina. SI el Sumo Pontífice se decide a actualizar las actividades de una iglesia anacrónica en sus formas y maneras, en nuestro país, las tensiones crecerán interiormente dado el conservadurismo de los seglares y sus organizaciones y el poder que alcanza en centros neurálgicos de la sociedad española y en amplios segmentos políticos, económicos y de la enseñanza.
La Iglesia española, católica, tiene que ponerse al día y establecer unos vasos comunicantes de niveles altos que anime una pasividad sin reflejos. Basta efectuar unos análisis de la diócesis, para darnos cuenta que tenemos mucho que hacer más allá de sus bellísimas procesiones y otros actos religiosos, que por estas fechas se acercan más a cabalgatas de las fiestas de Primavera que a impulsar una fortaleza social discreta.
Durante años de crisis tan duras como hemos soportado, el Obispado de Murcia ha mantenido una inquietante insuficiencia al menos públicamente, solo el gran esfuerzo de Cáritas y otras organizaciones parecidas, han sabido estar en su sitio con decenas, cientos de miles de ciudadanos envueltos en los márgenes de una pobreza lacerante. No sabemos si el Sumo Pontífice podrá imponerse y lograr alcanzar unos objetivos prioritarios, como este, tan humano, como el celibato, miles de sacerdotes y monjas generalmente viviendo en condiciones de vida marcadas por la soledad, que en los centros rurales pasan por ser muy penosas. La solución no tiene nada de fácil, pero asumirlas hay que hacerlo. Al fin y al cabo son seres humanos que viven en circunstancias duras, sin que la mayoría silenciosa, generalmente católica, practicante o no, colabore en sacarles de la debilidad existencial.