Si la oxigenación es tan imprescindible para todo lo que tiene vida y los partidos políticos ignoran este principio irrefutable, será porque están muertos. Los seres humanos podemos vivir sin ingerir alimentos sólidos durante dos semanas; sin beber líquidos durante días, pero no viviremos sin respirar oxigeno, porque sin él, moriríamos pasados unos minutos.

El oxígeno es indispensable para la vida de igual modo que la obligada regeneración y renovación son mucho más vitales para los partidos políticos que para las plantas, seres humanos, o cualquier otro ser vivo, lo es el oxigeno. Los cangrejos regeneran fácilmente sus extremidades después de seccionadas. A las lagartijas, cuando yo era pequeño les cortaba el rabo en la creencia de que siempre volvería a salirle otra vez. Los partidos políticos españoles no saben lo que es oxigenación, ni regeneración, con hombres y mujeres nuevos, y por eso mantienen en sus listas, sin oxigenarse, ni regenerarse, a políticos “in aeternum”, para toda la eternidad, por los siglos de los siglos.

Una de las causas que motiva la creciente y gigantesca desafección ciudadana hacia los partidos políticos es por el mantenimiento en sus listas durante décadas y décadas, unas veces a personajes soberbios o mediocres, y otras a sombríos y siniestros, que desde muy jóvenes y en la puerta del coche oficial prometieron no bajarse nunca. Cuando un partido político lleva muchísimos años en el poder, crea una casta superior aparentemente indestructible que se va apoderando de todo y terminará emparejándose con el paso del tiempo, fusionándose así ambos destinos. Esos políticos eternos creen firmemente que han sido ungidos y nunca podrán ser estigmatizados; por tanto, ahí deberán estar para siempre hasta muy avanzada su decadencia biológica. Nunca contemplarán la posibilidad de que el mismo viento que los llevó hasta ahí, termine llevándoselos un día. Han perdido la noción elemental de que nada perdura indefinidamente y por eso se resisten a aceptar que en este vertiginoso mundo en el que vivimos hoy, todo vuela y desaparece, por lo que terminarán creyéndose que su exclusivo status personal es un derecho inviolable.

Algunos de ellos hacen frente al paso del tiempo al que pueden terminar venciendo. Conozco casos, como el de un joven político que empezó de concejal de dedicación exclusiva y después fue Presidente de una Comunidad que dejó en bancarrota, hasta llegar a la cúspide de un organismo internacional. Al día de hoy lleva 32 años ininterrumpidos en el ejercicio de cargos públicos y el próximo año culminará la edad reglamentaria de jubilación. Es digno de figurar en el Guinnes. No es de extrañar, porque por la física cuántica sabemos que una misma partícula puede estar en dos sitios a la vez y al mismo tiempo puede saltar de un sitio a otro sin pasar por el espacio intermedio. Es decir, dentro de unos meses también pudiera estar aquí y allí, haciendo campaña electoral para agrandar su leyenda con otros cinco años europeos más, añadidos a su inmarcesible inmortalidad política.

Cuando un partido político entra en crisis acentúa su declive y pierde el poder del que emanan todos los bienes disfrutados por su casta, convirtiéndose en un ecosistema cadavérico donde todo se transmuta en hostilidad. Ya no hay disponibilidad de miles de cargos de alta calidad donde poder elegir. Ni las listas electorales tienen la elasticidad suficiente para dar cobijo a tantos exiliados de alto rango en paro. Es más. Como la intención de voto decrece, también se restringirá el número de afortunados con derecho a mesa y mantel, y comenzará la noche de los cuchillos largos.

Verificado el resultado de las próximas elecciones, el campo de batalla quedará cubierto de viejas momias políticas fosilizadas, que aún pueden bullir durante algún tiempo en espera de alguna pedrea. Y así, ese partido político que ignoró la importancia de la oxigenación y la regeneración de sus estructuras, pagará un alto precio: el destierro y pérdida de sus canonjías. Esa sentencia política que durará años, se encargará por sí misma de efectuar la oxigenación de ese partido que no supo, ni quiso hacerlo en su día.

Cuando el PP no quiso oxigenarse y optó por tapar la corrupción, a toda velocidad inició el deslizamiento por la pendiente insalvable del desprestigio y desafección. Después de tantos años transcurridos conviviendo y tapando la corrupción; acumulando casos sin tomar medidas políticas transparentes; sin regenerarse y fabricando un discurso hipócrita que dejaba todo aplazado en manos de la justicia, sus dirigentes deberían haber sabido que algún día llegaría la hora definitiva de las sentencias. Ya han llegado. Una detrás de otra y ya les ha costado el Gobierno. Después vendrán otras muchas más, hoy en fase final de instrucción.
Llevo años diciendo en mis artículos que todos los cargos públicos, cuando los investiga un juez, se convierten en sospechosos y si después de la primera comparecencia judicial los siguiera considerando investigados, debería producirse su cese inmediato. Ahí acaba la responsabilidad política y el escándalo. Después vendrá su posterior condena o absolución en la causa penal.

La culpa más grave del PP ha sido la de tapar, ocultar y engañar, encubriendo tantas evidencias sin intervenir de forma rápida y tajante, por lo que ahora está en una tesitura insalvable y sólo le queda una opción: la refundación. Celebrar un Congreso Extraordinario sólo para elegir un líder, en estos momentos, es otro error mayúsculo. Su oxigenación es lo más importante para que la sociedad española visualice su cirugía inaplazable, arrepentimiento, ideas y programas. Todo pasa por la refundación y regeneración de su estructura interna y la eliminación de todos los que dirigieron, consintieron o silenciaron la financiación ilegal del PP que acabó por construir una trama delictiva según va sentenciando la justicia. Esa casta ha devenido en metástasis política.

Señoras y señores. No se vayan. Permanezcan atentos a la pantalla. Las elecciones están al llegar. Oxígeno, más oxígeno. Nuevas personas, nueva política. Lo dejó dicho la genial Lola Flores: “Si me queréis, irse”.

 

ADOLFO FERNÁNDEZ AGUILAR