Áugeas o Augías o Augeías, según y cómo, significa “brillante” y fue reyen aquellos tiempos en los que centauros, cíclopes e incluso algún que otro dios griego pisaban de manera más o menos pública la tierra. A Hércules, semidiós, que también andaba habitualmente de bureo entre mortales, se le encargó que realizara diez proezas, diez hazañas que asombrasen a mortales y a dioses por igual, incluso a los secretarios de estado, si es que en la antigua Hélade los hubiera o hubiese. Como quinto trabajo, que aunque semidiós debió ser autónomo y cobrar a tanto la pieza, le cayó la faenita de limpiar de estiércol los establos que el citado rey poseía y que, repletos de miles de cabezas de ganado, hallábanse, con perdón, de mierda hasta el techo.

El campeón del Olimpo se arremangó la piel del león de Nemea que portaba como vestido y, muy cuco, decidió hacerlo sin mancharse de caquita de buey las manos, desviando el curso de dos ríos, el Alfeo y el Peneo, provocando así tamaña riada que aquello quedó como una patena. Una subcontrata, ea. Lo sucedido a posteriori fue una pelea entre Hércules, operario que ha hecho su trabajo de ‘desmierde’, perdón otra vez, cual fundador de la conocida firma Desatranques Jaén, y el cliente que no quiere pagar. Ay, señor, que poco han cambiado los tiempos. Que si aquello no lo había hecho Hércules, que si el mérito era de los ríos, que si ahora te destierro, que si este trabajo no te contabiliza, que si te encargo a ti una cosa por qué tienen que venir otros a hacerla. En fin, y por resumir, las guerras y quebrantos que aquella limpieza provocó, el asunto terminó felizmente y, para celebrar su triunfo, Hércules instauró los juegos olímpicos, cosa que no pocos directivos del COI le habrán agradecido muchísimo en sus oraciones y también en sus cuentas corrientes.

Ahora bien, si a Hércules le encargasen limpiar esos establos de Áugeas en los que se ha convertido nuestro sistema, no habría caudal lo suficientemente potente para hacerlo. Porque, y ustedes dispensarán el castellano rudo, estamos de mierda que nos sale por las orejas. En política, las evacuaciones de quienes gobiernan nos tienen a todos condenados a ponernos la pinza en la nariz para poder ir tirando sin que la arcada nos haga detener a cada paso que damos. No hay político que no mienta ni declaración pública que aguante dos días seguidos. No existen límites ni escrúpulos en lo que a desdecirse se trata. No hay moral ni vergüenza en aliarse con criminales y gandules. Los que gobiernan desde sus retretes privilegiados se limpian las posaderas con la Constitución, con las leyes e incluso con nuestras papeletas. A ver, el ejercicio de regir las naciones jamás ha sido un armario de ropa blanca que huele a lavanda, espliego o manzanas, pero dudo mucho que ni en la antigua Grecia a la que hacía referencia al principio se pudiese encontrar mayor número de felones y menor número de héroes.

Nuestro futuro en lo que se refiere a ganarnos la vida es marrón, total y absolutamente marrón si no tiene usted la suerte de ser amigo de algún ministro y que le den un programa en televisión, una exclusiva de compra de material sanitario, un ministerio propio o una subvención millonaria

En lo que respecta a nuestros bolsillos, qué les voy a contar. Los que hoy todavía cobran son los que mañana se sumarán a las colas del hambreque se forman ante las puertas de Cáritas, que no ante las del partido comunista, la ‘pesoe‘, Podemos o separatistas. Dar comida al hambriento es de fascistas, dicen, y es demagogia. Nuestro futuro en lo que se refiere a ganarnos la vida es marrón, total y absolutamente marrón si no tiene usted la suerte de ser amigo de algún ministro y que le den un programa en televisión, una exclusiva de compra de material sanitario, un ministerio propio o una subvención millonaria. Es el estado defecador, el que suministra heces sin descanso, el que convierte todo lo que toca en mierda. Y de la salud, ya saben, a los políticos solo les interesan las estadísticas, las cortinas de humo, el aprovechamiento de la pandemia para desprestigiar a sus adversarios. Los ciudadanos somos meros números en un cementerio de cifras y personas inmoral de todo punto. Hemos llegado a tal refinamiento que esa caquita podrá ser autóctona y así los catalanes, por ejemplo, tendrán caca, sí, pero caca catalana y eso siempre consuela.

Lo mejor sería inundar este femer, que decimos en catalán, y acabar de una puñetera vez con tanta suciedad, tanta degradación y tanta podredumbre. Es mucho mejor perecer ahogado por el agua pura de un río que por las diarreas de unos locos. Y, desde luego, más digno.

 

 

FUENTE: VOZPOPULI