Ya no son mundos paralelos. Son mundos que se alejan, cada vez más remotos e incomprensibles. Se alejan como si tomaran impulso para enfrentarse en un futuro y aplazado choque apocalíptico.

No se soportan. Son incompatibles. No pueden verse ni escucharse. Menos todavía ver y escuchar los medios a través de los que se expresa cada uno o leer sus periódicos, revistas y libros. Parte de la argumentación reside en la mutua descalificación, amalgamados en dos campos netamente separados y agrupados: los propios y los ajenos. Ha quedado arrumbada la idea de la pluralidad de opiniones, tan necesaria en una sociedad abierta y libre en la que se practica el respeto mutuo. No hay consideración ni respeto, sino un juego diabólico en el que cada parte busca una ofensa en la falta de simpatía de la otra.

La sordera a los argumentos ajenos viene de lejos. Ahora la ceguera por los sufrimientos del adversario también es colosal. El otro es el infierno. Cada uno crece en la incomprensión del adversario detestado. Siempre antidemocrático, fascista, golpista y violento a ojos del otro. Sin términos medios que valgan. Al final, los justos a un lado y los condenados en el otro y viceversa, en un doble juicio final demencial sin limbos para tibios y equidistantes.

Todo se va preparando para convertir Cataluña en una especie de Ulster, de momento sin armas, donde dos comunidades ya separadas, incomunicadas y enemigas se ven obligadas a una coexistencia llena de dolor y de resentimiento, de odio en definitiva.

La convocatoria de las elecciones, gracias al artículo 155, ha roto la dinámica de una secesión que se vendía como inmediata, fácil y gratuita, pero no ha pacificado las relaciones entre los ciudadanos, al contrario. La campaña, sumada a los procesos judiciales y los encarcelamientos, está encrespando todavía más los ánimos. Las encuestas, para postre, retratan una Cataluña ingobernable, incapaz de convertir las elecciones en un momento de reconciliación y amistad civil.

Las dos Cataluñas que estamos construyendo componen juntas un monstruo social y político, económicamente ruinoso, culturalmente imposible de vivir y políticamente de gestión penosa y difícil. Este es el nuevo proceso al que estamos enfrentados, una vez fracasado ya el primer y desgraciado proceso soberanista que nos ha traído hasta aquí.

No es un proceso para separarse de España sino para separar a los catalanes, unos de otros. Pero que nadie se engañe. Si no se revierte la dinámica negativa y esta se enquista en Cataluña, terminará proyectándose al conjunto de España.

 

 

 

FUENTE: ELPAIS