ENRIC JULIANA

 

La pinza ha fracasado. La pinza deseaba que diciembre volviese a ser mayo: el colapso de una presidencia; el hundimiento de un marco político. La pata más robusta de la pinza deseaba una Barcelona en llamas que justificase el estado de excepción en Catalunya, con la consiguiente depresión de la izquierda en toda España, desmayo y desarticulación que ya se ha producido en otros países europeos. La otra pata de la pinza, más nerviosa que fuerte, más excitada que inteligente, sueña con el estado de excepción, para intentar la insurrección independentista que no tuvo lugar durante la parodia de octubre del 2017.

“Cuanto peor, mejor”. Esta frase se ha repetido mucho durante los últimos días. Tentación rusa en una Barcelona que en estos momentos sintetiza de una manera casi caótica todas las neurosis, contradicciones y ambiciones de la Europa bien conectada con la economía global. “Cuánto peor, mejor”, un viejo lema para tiempos futuristas. La divisa de Nikolái Chernyshevski , padre del populismo ruso del siglo XIX , autor de la novela Qué hacer , cuyo tituló inspiró a Lenin para escribir el tratado fundacional del partido bolchevique. Acelerar, acelerar, acelerar las contradicciones en curso, para que todo estalle y del caos resultante surja la Gran Oportunidad. La oportunidad de borrar a la izquierda socialdemócrata del mapa –como ya ha ocurrido en Francia, en Italia y va camino de pasar en Alemania–, y proceder a la definitiva recentralización del Reino de España, guardando algunas apariencias autonómicas. Acelerar, acelerar, acelerar. La oportunidad de intentar la insurrección ciudadana que en octubre del año pasado los dirigentes independentistas no quisieron consumar, porque no creían en ella aunque lo hiciesen ver, por sentido de la responsabilidad, por miedo al derramamiento de sangre y por temor a durísimas consecuencias penales. Una Barcelona con chalecos amarillos invitando al estado de excepción en vísperas de Navidad. Ese era el momentum que la pinza esperaba. Mayo tenía que acabar en diciembre, mediante una hecatombe política televisada en directo. No les ha salido bien. Han perdido –por ahora– los que tenían sed de desastre.

El Consejo de Ministros en Barcelona, una idea maragalliana concebida en agosto, cuando el Gobierno socialista aún disfrutaba de ese momento embriagador y engañoso que durante un cierto tiempo suele acompañar a toda reconfiguración del poder, se había convertido en una trampa de la que Pedro Sánchez no podía huir, después de las elecciones en Andalucía. En agosto nadie imaginaba que la duradera hegemonía del PSOE andaluz pudiese colapsar, pese a sus severos desgastes. Esa y no otra es la principal novedad de cuantas cosas han ocurrido entre mayo y diciembre en España. Si Sánchez hubiese suspendido la reunión del Gobierno en Barcelona, hoy no sería tildado teatralmente de “traidor”; sería acusado certeramente de “cobarde”. Si hubiese dado marcha atrás, hoy estaría muerto. Con una miedosa retirada, mayo también habría acabado en diciembre.

El vuelco en Andalucía está provocando una excepcional movilización política y psicológica de la España de derechas, que cree haber hallado la fórmula magistral. La fragmentación orgánica, desde siempre muy temida por el Partido Popular, podría sumar una mayoría, en la medida que se adapta mejor a la brecha generacional, que también afecta a la España conservadora. Tres ofertas pasando el rastrillo. Una derecha clásica para el público maduro. Una derecha liberal-camaleónica –ayer entusiasta de Macron , hoy, mucho menos– para el público más joven. Una derecha Varon Dandy para los más irritados y descreídos, de todas las edades. ¡Sí, podemos!”. Están eufóricos y muy movilizados. Toda esa energía buscaba noquear definitivamente a Sánchez en Barcelona.

Lo que queda del estado mayor independentista tampoco contaba con el vuelco en Andalucía. El rufianismo no tenia ni idea de las teclas que estaba tocando el día que montó su último número en el Congreso. La huelga de hambre en la cárcel de Lledoners –cuyo destinatario real eran Oriol Junqueras y los demás presos de ERC– fue concebida antes de las elecciones en Andalucía. El caldeamiento esloveno del ambiente, con vistas al juicio de enero, fue decidido antes de conocerse el acontecimiento del sur. Así se explican los frenazos de esta última semana, el acelerado final de la huelga de hambre y los reiterados llamamientos a la calma, con la consiguiente acentuación de las contradicciones políticas y sentimentales entre las diferentes ramas del soberanismo. Esquerra va bien en las encuestas: conecta con hondos deseos de prudencia y cuando le abruman, suelta al diputado Rufián . La segunda metamorfosis convergente se halla en una fase absolutamente caótica. Aflora un “independentisme emprenyat” que odia a los partidos y adora a los CDR. La desorientación es muy grande. Los encapuchados, por un lado, y ese mosso d’esquadra que grita a un manifestante: “¡La república no existe, imbécil!”.

El juicio volverá a reorganizar todas esas contradicciones. El juicio será un poderoso condensador de los sentimientos políticos en Catalunya. En paralelo hablará Andalucía. Las tres derechas, estratégicamente concertadas y teatralmente mal avenidas, tendrán en sus manos un resorte decisivo para mantener viva la actual movilización de sus electorados: el gobierno de la región más grande de España. La clave principal a partir de ahora será la movilización de derechas e izquierdas. Andalucía será el escaparate de una probable mayoría en España del Partido Popular, Ciudadanos y Vox. No van a desaprovechar la oportunidad. El juicio a los líderes independentistas catalanes y el escaparate andaluz. De ese cruce pueden salir, o no, los presupuestos del 2019. En ese cruce se prepararán las elecciones locales. Y así llegará otro mes de mayo.