La sentencia del caso Gürtel es gravísima. No solo por la contundencia de las condenas, sino por los hechos probados: el PP se benefició de una trama de corrupción institucional surgida en su seno, su tesorero es culpable y su presidente no es creíble. La novedad es que no lo dice un testigo, ni un adversario político: lo dice la Audiencia Nacional. El Gobierno se agarra al voto particular y se encomienda al recurso ante el Tribunal Supremo: que si la sentencia no es firme, que si los jueces se han extralimitado, que si los hechos ocurrieron hace muchos años. Excusas de mal pagador. La sentencia es gravísima y no asumirla es no aceptar las reglas del juego. Las mismas a las que apela el Gobierno cuando son otros quienes se saltan la ley. Que si los ERE del PSOE en Andalucía, que si el 3 por ciento del PDECat. ¿Yel PP de Aznar? La corrupción no conoce de siglas y el rechazo debe ser el mismo.

La democracia es un régimen de opinión pública y a estos efectos la sentencia del caso Gürtel se ha convertido en el conjunto que agrupa todos las corrupciones del PP. Los «diez o quince casos aislados» que contabilizó Rajoy el miércoles en su entrevista con Herrera en Cope forman ahora parte de un todo que la Audiencia Nacional define como «un auténtico y eficaz sistema de corrupción institucional». Sí, los hechos corresponden al PP de Aznar, pero las siglas son las mismas y fue Rajoy quien escribió «sé fuerte» al hoy condenado Luis Bárcenas. ¿O no fue así?

Cuando ABC le preguntó si estaba dispuesto a pedir perdón, el presidente del Gobierno se escabulló por la tangente: «lo he hecho hasta la saciedad». Pero ayer no lo hizo, y la sociedad lo esperaba porque ahora hay una condena, y entonces no la había. La sentencia, además, cuestiona directamente la credibilidad de su testimonio ante el juez. Me pregunto qué dirá cuando en la Audiencia Nacional se celebre el juicio por la caja B del PP, o la segunda parte de Gürtel, o los múltiples juicios «aislados» a quienes en otro tiempo tuvieron enorme poder en el PP. Porque ese es el futuro de esta legislatura, si es que el Gobierno no cae por el camino.

Lo cierto es que Rajoy decidió ayer dar una rueda de prensa, pero no por la sentencia, sino por la moción de censura. que le ha presentado Sánchez. Es un matiz importante:no compareció el presidente de un partido avergonzado por la corrupción, compareció el presidente de un Gobierno amenazado por la oposición. Fue una comparecencia diferente a las habituales, porque como definió uno de los suyos a este periódico, estaba «cabreado» después de que el secretario general del PSOE se quitara la careta constitucionalista y reconociera públicamente su falta de pudor para aceptar los votos de los independentistas. Aquello que negó una y otra vez cuando intentó ser investido es, de repente, admitido públicamente, y solo diez días después de fotografiarse sonriente con Rajoy en Moncloa para renovar la unidad constitucional frente al separatismo. Como si los votos del PDECat no estuvieran manchados por la corrupción, como si los votos independentistas no estuvieran manchados por el golpe de Estado catalán.

La sentencia de Gürtel ha reventado la estabilidad de la legislatura y ha destapado las ambiciones de los partidos. Tanto Sánchez como Rivera han visto un atajo hacia La Moncloa y no quieren desaprovechar la ocasión. El problema de ambos es que sus intereses no son complementarios, porque uno quiere gobernar y el otro elecciones, y esa es la principal fortaleza de Rajoy.

El presidente del Gobierno, lejos de plantearse si el obstáculo es él, se atrinchera consciente de que su principal fortaleza es la falta de acuerdo de la oposición. De momento no hay alternativa seria, pero los votantes del PP siguen sumando motivos para estar «cabreados». Y, entretanto, la Bolsa cae, la prima de riesgo sube y los separatistas se frotan las manos.

 

 

FUENTE: ABC

 

 

El pasado de corrupción del PP no escapa nunca

 

 

El peor pasado del PP no escampa. Ha resucitado con fuerza inesperada en una semana teóricamente clave para cimentar este segundo mandato en La Moncloa de Mariano Rajoy al menos hasta el final de la legislatura. Todos los planes para recuperar la iniciativa, multiplicarse en la calle, acentuar el contraataque hacia Ciudadanos y presentar a Rajoy como el único y gran activo para consolidar la recuperación de España, se han arruinado en unas horas, esfumados por la persistencia de la corrupción popular en no desaparecer y hacerse irrespirable tras la contundente sentencia del caso Gürtel y el ingreso en prisión del histórico Eduardo Zaplana.

Rajoy, sin embargo, no se mueve de su guion clásico: ni dimite, ni reconoce la gravedad de los hechos probados, ni prejuzga a los condenados ni toma medidas drásticas. Entrega la iniciativa a la oposición para que acuerde una alianza por ahora inviable que le desaloje de La Moncloa. Y el país se encamina de nuevo a otro periodo de incertidumbre y crisis política e institucional, con daños a su imagen.

La capacidad memorística de Mariano Rajoy es mítica, pero sin corazón ni ataduras con el pasado. Tras casi 35 años de carrera política, en los que ha pasado por casi todos los cargos imaginables, apenas le quedan en sus equipos y en su entorno dos amigos de la época anterior al Congreso de 2008, cuando rediseñó el PP de José María Aznar a su actual gusto y estilo. Los dos supervivientes son Ana Pastor y Javier Arenas. Los demás son colaboradores, que hablan bien eso sí de su trato personal. Necesarios hasta que dejan de ser útiles e imprescindibles. El hombre tranquilo, sensato y que aparentemente nunca se moja ni hace nada radical ha dejado por el camino y para mantenerse como el dirigente de la derecha más longevo en el poder (14 años) un largo reguero de cadáveres políticos.

“Mirar para otro lado”

El verano pasado, en un encuentro con jóvenes organizado por la Asociación para el Progreso de la Dirección y Adecco sobre la competitividad y el talento en España, Rajoy dejó para la historia una de esas frases suyas que intentó ser un consejo para los malos momentos en cualquier aspecto de la vida: “Hay que saber decir que sí, saber decir que no, mirar hacia otro lado cuando hay que hacerlo y tener fortaleza en las circunstancias difíciles”. No le molesta admitir que en ocasiones tiende a hacerse el tonto y a simular que no se entera de lo que está ocurriendo a su alrededor, si no le gusta lo que atisba. Como en las disputas de poder internas. O también, cuando se destapa otro caso de corrupción que afecta a uno de sus antiguos amigos y compañeros de Gabinete y de escapadas, opta por dejar de mencionar por su nombre al afectado. Pasa a ser innombrable e impávido responde: “Sobre la persona por la que usted se interesa”.

Esa persona puede ser Rodrigo Rato, Eduardo Zaplana o Jaume Matas, que en unos meses o años han transitado para Rajoy de ser íntimos amigos, los artífices del milagro económico de España y los ejemplos de gestión en sus territorios que deberían ser copiados para el futuro Gobierno del país, a ser “una de las noticias que no me hubiera gustado que se hubiera producido nunca”.

El espectro de aquel PP de vino y rosas de José María Aznar, con mayorías absolutas y campañas electorales sin límites de gastos, lleva pasando lentamente factura a Rajoy casi desde que tomó posesión como presidente y candidato del partido en 2003.

Pero el epítome que culminó ese período grandilocuente fue la boda de Estado en El Escorial de Ana Aznar Botella y Alejandro Agag, que se celebró un año antes, en septiembre de 2002, y a la que fueron invitados todos los personajes de la trama Gürtel, que ya campaba a sus anchas en el PP, y figuras tan simbólicas del aznarismo como las de Rodrigo Rato, Francisco Álvarez Cascos, Miguel Blesa, Eduardo Zaplana, Jaume Matas, Francisco Camps, Ana Mato y Jesús Sepúlveda o Luis Bárcenas. La mayoría de esos dirigentes han desaparecido con el tiempo del escenario del PP de Rajoy, se han separado de sus parejas iniciales, han sufrido graves problemas médicos y/o han pasado algún periodo por la cárcel.

Del amigo Rato, compañero en la larga y dura travesía en la oposición a Felipe González, Rajoy se distanció en cuanto Aznar le designó digitalmente sucesor ese verano de 2003 tras haber rechazado antes esa opción el todopoderoso vicepresidente económico. Cuando en 2014 saltó el escándalo de las tarjetas black de Caja Madrid, Rajoy llamó a Arenas y le encomendó por la vía de los hechos consumados la ingrata tarea de comunicar a Rato en persona que iba a ser expulsado del PP. Nunca más se supo.

Rajoy argumenta ahora que no tiene sentido la moción de censura del socialista Pedro Sánchez porque los actos y personas condenados por Gürtel (el PP incluso a título lucrativo) corresponden a una lejana época del pasado y no afectan a nadie de su actual Gobierno.

Esa ha sido la estrategia de defensa durante los nueve años que ha durado la instrucción judicial del caso, obviando que a Luis Bárcenas le ascendió él de gerente a tesorero en el Congreso del PP en 2008, que pese a las denuncias incluso internas acumuladas dejó de trabajar con Gürtel a nivel nacional pero no les denunció ni impidió que se asentaran en las instituciones gobernadas por el partido en Madrid y la Comunidad Valenciana o que encomendó a Federico Trillo toda una ardua labor de torpedeo de esas investigaciones judiciales.

Rajoy hace gala de una gran memoria, pero en la supervivencia política no tiene corazón ni amigos. Así se explica la neutralidad con la que despachó esta semana el encarcelamiento de Zaplana por un presunto blanqueo de hasta 10,5 millones de euros: “Desconozco los hechos que se hayan podido producir. Esperemos a lo que digan la Justicia y el propio Eduardo Zaplana”.

Cuando en 2004 perdió las elecciones frente a José Luis Rodríguez Zapatero, Rajoy y el PP entraron en crisis de identidad. Rajoy nominó a Zaplana su portavoz en el Congreso, por su estrecha relación y porque le necesitaba como ariete sin escrúpulos contra el zapaterismo. Eran los tiempos en los que Rajoy, Zaplana y Jaume Matas hacían planes y viajes con sus parejas matrimoniales. Disfrutaban de yates privados en Baleares o de fines de semana en París para ver ganar a Juan Carlos Ferrero la final de tenis de Roland Garros (2003) y se hacían fotos todos juntos delante de Notre Dame.

Uno de esos excompañeros de Rajoy luego condenado y que ha pasado por la cárcel no se engaña ahora sobre la personalidad del líder: “¿Éramos amigos?, no lo sé. Rajoy es inasequible a cualquier demostración de amistad, es muy reservado y le cuesta abrirse y exteriorizar las cosas”.

Zaplana y Matas

Rajoy y Zaplana fueron junto a Ana Pastor los tres ministros del último Gabinete de Aznar que acudieron en 2003 a la toma de posesión en la Consoltat del Mar de Mallorca, ante 600 invitados, de Jaume Matas como presidente autonómico balear. Entonces le retrató como amigo y valoró su “personalidad, coraje, determinación y valentía”. Solo un año más tarde afirmó que intentaría “hacer en España lo que Jaume” estaba haciendo en Baleares.

Matas fue condenado por 12 delitos como presidente balear, inhabilitado siete años y sentenciado a tres por el caso Nóos. Cuando el PP le exigió la baja, en 2010, Rajoy manifestó: “Le deseamos lo mejor, que se defienda y, si puede, demuestre su inocencia”. Luego ingresó en prisión y por una infección de tuberculosis en el oído se quedó sordo. Solo Zaplana, enfermo de leucemia, se interesó estos años por sus padecimientos.

A Rajoy tampoco le agrada desprenderse de gente con la que ha estado trabajando años. Pero eso no quiere decir que no los despache, cuando empiezan a ser molestos. Eso sí, no directamente. Sucedió cuando concluyó, para el Congreso del PP de 2008, que debía desembarazarse de los estertores del aznarismo, que en aquel momento ya solo representaban Ángel Acebes como secretario general del partido y el ahora detenido Zaplana. De Zaplana, siempre en el filo de múltiples sospechas, se liberó antes de llegar al cónclave y el exministro de Trabajo fichó por Telefónica. A Acebes no le dijo nada sobre su futuro hasta que el exministro del Interior del 11-M se encontró en vísperas del Congreso con que él tuvo que aclarar que renunciaba a seguir en el cargo sin que el presidente le hubiese dirigido la palabra. Acebes también se pasó al sector privado.

 

 

FUENTE: ELPAIS