ALBERT SÁEZ

 

La economía mundial se ralentiza. Los principales indicadores macroeconómicos no detectan una crisis inminente pero si el freno de una recuperación que ya era sumamente débil. El fantasma de las burbujas recorre los mercados provocando sonoros altibajos. La economía no consigue, en definitiva, recuperar su base principal: la confianza, de manera que la incertidumbre sigue presente. A pesar de que los populismos se aferren a razones de tipo localista, empieza a haber un consenso general en que el actual frenazo tiene un culpable con nombre y apellidos: Donald Trump y sus diversas guerras comerciales en marcha. Al final, como demuestra su último giro argumental en el tema del muro de México que dice ahora que pagará con los beneficios del nuevo tratado comercial, estamos ante un puro y simple proteccionista que se ha servido de las víctimas de la globalización para imponer un cierre de fronteras histórico en Estados Unidos. Su batalla con China, por ejemplo, no ha hecho más que cerrar el principal mercado mundial a sus principales multinacionales punteras, como Apple, con las que mantiene una guerra soterrada para que vuelva a fabricar en suelo americano. Porque lo que pretende Trump no es que los chinos no exporten a Estados Unidos sino que las multinacionales noprteamericanas no fabriquen en China. Es un proteccionismo 2.0 que solo lleva a cerrar mercados, paso previo a cerrar fronteras y preludio de un cierre mental.

Contrariamente a lo que piensa la izquierda dogmática que los ricos sean una clase social no asegura que actúen concertadamente, exactamente igual que pasa entre la clase trabajadora. La respuesta a la crisi financiera del 2008 la impuso el ala radical del capital. Atemorizada por los países emergentes y devorada por una codicia sin límites optó porque la crisis la pagaran los endeudados y concretamente los endeudados de la clase media. Por eso se cebaron con Grecia. Pero hay griegos repartidos por todo el mundo. No todo el capital veía igual las cosas. Los había partidarios de renovar un pacto social como el posterior a la Segunda Guerra Mundial, para repartir las penurias y revertir el ciclo. Lean, por ejemplo, los documentos del Foro de Davos y verán que otro capitalismo es posible. Pero ganó el ala dura, a los que les daba igual que el reparto desigual de la crisis se llevara por delante a la clase media y polarizara las sociedades como en los inicios del siglo XX. Y en ese caos dieron cancha a eso que llamaron un «Podemos de derechas» y aquí lo tenemos gobernando los Estados Unidos y Andalucía.

A medida que se vea que esta fórmula es muy mal negocio, el capital inteligente recuperará capacidad de imponer su agenda. Trump está siendo un muy mal negocio. No genera confianza, no es previsible como le gustaba decir al malogrado José Manuel Lara. Y sus constantes líos están en la base del actual frenazo de la economía. De igual manera que a una parte del capital le suena a chino el programa de Vox que ha contaminado los primeros pasos del gobierno de PP y Ciudadanos. La tristeza va por barrios pero a veces los ricos, algunos, también lloran por sus errores.