El 1 de octubre de 2016, el viejo PSOE, el de González y Rubalcaba, tiró al ganador de las primarias por una ventana de salida, pero sin cerrar la puerta de la entrada. Pedro Sánchez había fracasado en su intento de formar Gobierno con Albert Rivera, siendo rechazado en primeras nupcias por Pablo Iglesias. Antes de las elecciones generales de 2016, Podemos coqueteaba con el regalo de superar al PSOE. El verano de 2016 fue para Sánchez un calvario. Rubalcaba inventó el “Gobierno Frankenstein”, pero Sánchez no se daba por aludido. El viejo PSOE ajustó mal la cuenta. Menospreciaron a Sánchez porque solo desalojaban a un intruso. No era más. El viejo PSOE rugió por última vez. Aquel Comité Federal consiguió interrumpir un proyecto que 22 meses después le llevaría a la Moncloa. Que nadie se olvide que desde la noche del 28 de abril ya está pensando en cómo conseguir otros cuatro años más. El presidente del Gobierno se metió en Moncloa, tras la censura a Rajoy, para ganar elecciones. Llegaba con el mismo coche que le llevó de vuelta a Ferraz, previo paso por la militancia socialista. Sánchez ejecutó las dos operaciones por igual. O está muy seguro de lo que hace o es un tipo con mucha suerte.

Dicen sus detractores que no tiene ningún escrúpulo profesional. Su operación de reconquista del poder en el PSOE ha sido devastadora. No se ha olvidado de ni uno solo de aquellos que o le abandonaron o le traicionaron, durante su brusco desalojo de la Secretaria General del PSOE, para permitir la investidura de Rajoy. Aquella noche del 1 de octubre de 2016, el PSOE se rompió. El Presidente de la Junta de Extremadura, Guillermo Fernández Vara, salió escondido dentro de un coche para evitar la ira de los que en la calle defendían al defenestrado secretario general. Esa imagen resume el destrozo. Sánchez cogió aquellos pedazos y los ha ido recomponiendo para que se vea quién manda. Si a alguien se le olvida, se pone al teléfono José Luis Abalos. Ahora el PSOE vuelve a ser reconocible, aunque más a la izquierda que entonces. Lo del centro no deja de ser una posición geométrica a la que ha contribuido la irrupción e inflado estratégico de Vox. Sin el partido de Abascal, nada sería igual en cuanto a las facilidades que ha encontrado Sánchez para agitar al votante de las distintas izquierdas, moderadas o exaltadas, en cualquier parte de España.

Sánchez manda y gobierna el PSOE hasta el punto de ser el protagonista político del homenaje y despedida de su mayor adversario interno. La muerte de Pérez Rubalcaba ha permitido que todas las corrientes y familias del PSOE se reúnan alrededor de quien se fue, pero también de quien se ha instalado en el poder para mucho tiempo. Los va a jubilar a todos. Sánchez ha puesto la fotografía de Rubalcaba en la campaña del PSOE y, como ha dicho Carmen Calvo, le quieren dedicar el resultado del 26 de mayo.

Casi nada será como antes en el PSOE. Sánchez lo sabe desde el día en que salió volando por una ventana empujado por aquellos con los que ha compartido lágrimas por Rubalcaba. Solo ha sido eso. No hay más. Ni siquiera hay un gesto a Felipe González. Su petición de recuperar a los de Rubalcaba ha recibido una fría y distante respuesta del aparato sanchista. El partido está unido y no hay más que hablar. Cuando pasen las elecciones del 26 de mayo, y en algunas regiones el PSOE recupere la mayoría absoluta -así lo anuncia el CIS-, se cerrará la herida abierta en octubre del 2016. Ya nadie dirá, de puertas y ventanas para adentro, que vota al PSOE a pesar de Sánchez.

 

 

FUENTE: VOZPOPULI