ADOLFO FERNÁNDEZ AGUILAR

 

En mis largos paseos durante las primeras horas del día, acompañados de los fríos amaneceres de invierno, me detengo ante la Torre para contemplarla mientras escucho la solemne melodía del toque horario campanil despertando a la vida y el fluir de la ciudad. La Torre marca el ritmo y es el símbolo que nos une como epicentro. Llegado el buen tiempo, que es el resto del año, mis paseos discurren al atardecer y casi siempre los termino sentándome ante un velador callejero en la Plaza de la Cruz, hipnotizado por los cambios de la luz proyectada sobre la Torre y el ciclorama formado por los azules celestes del firmamento. Eso hago hasta la llegada del crepúsculo. La Torre como vigía, tarjeta de presentación internacional, atalaya que nos conmueve divisándola desde la lejanía y faro del murcianismo. Siempre estará ahí. ¿Siempre? ¿Está segura la Torre?

La víspera de la redacción de este artículo, después de muchos años, he vuelto a subir hasta el mirador de la linterna en el remate de la Torre acompañado del Canónigo archivero Jesús Belmonte, máximo experto vivo conocedor de las entrañas catedralicias. Después de las dieciocho rampas al culminar el tercer cuerpo se llega echando el “guélfago”, en lenguaje de huertano antiguo. Ahora viene lo peor, porque para acceder al campanario es imprescindible subir por una escueta escalera de caracol. Ahí están las veinte campanas, desde Santa Águeda, la más pesada, hasta Santa María, la más liviana. Y también la rotunda y solemne Nona, bautizada así por la sabiduría popular, encargada de marcar las horas. A mis años, sólo he podido llegar “a gatas”, reptando y valiéndome de pies y manos, exactamente igual que hacía la vieja monja santa que sólo comía raíces, subiendo la empinada escalinata vaticana, en “La gran belleza”, de Paolo Sorrentino.

¿Está segura la Torre? La Torre y el imafronte de la Catedral es la obsesión que siempre me acompaña, y naturalmente algún día tenía que estallar en forma de artículo de ocasión; pero no podía afrontarlo como mera sospecha o corazonada, y sí acumulando la mayor información posible suficientemente documentada. De modo que no utilizo el modelo del célebre artículo de Mariano de Cavia sobre el ficticio incendio del Museo del Prado publicado en “El Liberal” en noviembre 1891, de estilo tan en boga a finales del XIX. Es más serio y riguroso que opte por el “J´accuse” de Émile Zola en “L´Aurore”, publicado en enero de 1889, denunciando el caso Dreyfus en carta abierta al Presidente de la República.

Cuando dispongo de suficiente documentación escribo este artículo con el ánimo de despertar a la opinión pública censurando la dolosa pasividad de la Comunidad Autónoma en el ámbito cultural que vacía la dotación presupuestaria imprescindible en el  obligado mantenimiento de las infraestructuras monumentales, como es el caso específico de la Torre y Catedral del que hablo. ¿Será posible que, comprobada la sordomudez a la oposición política, surja alguna otra voz crítica? ¿Dónde está la palabra de intelectuales y tantos descontentos de salón, incapaces de abandonar su silencio? 

Nunca se hizo un sondeo geotécnico oblicuo a todo el perímetro catedralicio, ni especialmente al que afecta a la Torre, para conocer su estado de cimentación, y en cualquier caso, reforzar lo que indudablemente debe estar muy deteriorado. Se desconoce el estado de esa cimentación efectuada en 1520, -hace quinientos años-, por el sistema de hincado de pilotes de troncos de madera descortezados colocados a saturación. Ese sistema fue el adecuado en su época para zonas de nivel freático alto o inundadas como ocurría entonces en Murcia. Hoy el nivel freático está bajo mínimos, y los troncos de madera, al carecer de la humedad de antes, podrían estar carcomidos. ¿Es razonable que las instituciones responsables de su custodia no hayan detectado la urgencia de esa grave situación? ¿Es urgente o no una intervención, o seguiremos mirándonos el ombligo? 

Salvo los planos de alzado que levantó Alfredo Vera para sus libros sobre la Catedral y la Torre, depositados en el Archivo de los PP. Franciscanos de Murcia, no se conoce la existencia de otros. En cuanto a lo que atañe a la ornamentación de las fachadas e imafronte no existe documentación catalogada alguna de los referidos elementos, ni de las zonas dañadas por la erosión donde a simple vista se aprecia el grave deterioro de sillares afectados por el “mal de piedra”, y no se subsanan, ni se actúa, ni se documentan. No están censados, ni identificados los relieves, volutas, capiteles, columnas, tondos, hornacinas, santos, pedestales, balcones y ventanales, ni las múltiples inscripciones que existen en todo el conjunto, que ni siquiera se restauran o transcriben. En otras zonas del imafronte de la fachada, -considerada la obra maestro del barroco español-, el colofón del relieve que lo remata muestra a simple vista el daño de la erosión. Un desastre. Una dejación sin límites. Con los medios que existen hoy, bastaría la intervención de un sistema de drones efectuando una medición matemática, reproduciendo todos los elementos existentes milimétricamente, salvaguardándolos y  evitando así su irreparable pérdida por cualquier causa sobrevenida.

No quiero asustar, pero sí debo recordar que nuestra Región está enclavada en una de las zonas de mayor actividad sísmica de la Península Ibérica. Con cierta frecuencia todo el Levante español sufre terremotos de diversa intensidad. Desde su erección, la Torre sufre una marcada inclinación hacia Levante. No es que sea la Torre de Pisa, pero ahí está. Los cimientos ni siquiera sabemos cómo están. Ni los elementos de ornamentación están catalogados y en caso de cualquier movimiento sísmico, si sufrieran daños, no podrían restaurarse. Denunciado queda cuanto digo. Si la Comunidad y cuantos tienen autoridad no actúan con urgencia, allá ellos con su responsabilidad y nosotros con la pena. 

Si algún día escucharan ustedes estrépito de campanas rodando por los suelos, recuerden los versos que Jhon Donne compuso en 1624 y Ernest Hemingway utilizó como título en su célebre novela: “Nunca preguntes por quién doblan las campanas: doblan por ti”.