La mayoría silenciosa de Cataluña ya no lo es tanto. Por primera vez en mucho tiempo, cientos de miles de ciudadanos salieron ayer a la calle sin miedo a portar la bandera española. ¿Traerá consecuencias esta manifestación? “Esto nos puede llevar indefectiblemente a la declaración de independencia el próximo martes”, razona un diputado de la oposición. Y, ¿por qué? “Son tan insensatos que su reacción es siempre doblar la apuesta”. El independentismo se retroalimenta de la protesta ‘unionista’, y esta vez no tiene por qué ser una excepción.

En otro momento, la salida a la calle de cientos de miles de personas podría haber supuesto un punto de inflexión, pero ahora puede ser demasiado tarde. “En las manifestaciones independentistas había un grito aterrador: ‘Els carrers seran sempre nostres’ [las calles serán siempre nuestras]. Ese mito se ha roto. Se ha demostrado que no son solo suyas, que también son nuestras. Eso rompe esquemas mentales”, indica a El Confidencial José Domingo, vicepresidente de Sociedad Civil Catalana (SCC), la entidad organizadora del acto.

Otra cosa es que desde la cúpula de la Generalitat se vaya a tomar nota.Nadie quiere valorar la manifestación desde instancias oficiales. En estos momentos, Puigdemont está acosado por las protestas sociales de la mayoría silenciosa despierta y por la fuga de empresas. Tras el anuncio de la marcha de grandes bancos y multinacionales, los representantes de la Generalitat quitaron hierro al asunto minimizando las decisiones. Por tanto, es muy posible que tras la multitudinaria protesta de ayer se haga lo mismo y Puigdemont aproveche para dar otra vuelta de tuerca. El vicepresidente de SCC se mantiene cauto y subraya que “la masiva asistencia a la manifestación debería hacer que cambiasen algunas cosas”, pero también reconoce que “la táctica del independentismo es la provocación y van a seguir provocando”.

El enorme peso de 10 diputados

La doble ofensiva de la sociedad y el poder económico puede obrar el milagro, pero no es seguro. No hay que olvidar que los 10 diputados de la CUP pesan más, en la conciencia de Puigdemont, que los cientos de miles de manifestantes que ayer tomaron las calles de Barcelona. Grandes corporaciones han pedido al vicepresidente, Oriol Junqueras, que forzase un cambio de estrategia del Govern e incluso fuera a elecciones anticipadas. La excusa para ello era que la falta de garantías del referéndum no permitía ofrecer unos resultados fiables. Esas presiones comenzaron la semana antes de la consulta del 1 de octubre. Pero la Generalitat dio los resultados oficiales del referéndum este viernes.

Si ese doble frente social y económico es suficiente para que vuelva a la senda legal, es una incógnita

Ese posicionamiento se refuerza con los mecanismos ‘cívicos’ puestos en marcha por el propio Govern: ayer mismo, para contrarrestar el éxito de la manifestación, se anunció que había llegado a 100.000 firmas el manifiesto independentista que pide la proclamación de la república mañana martes en base a esos resultados. Lo firman, entre otros, la expresidenta del Parlament Núria de Gispert, el economista Xavier Sala i Martin, el abogado August Gil, la escritora Empar Moliner, el actorJoel Joan, la actriz Txe Arana, la cocinera Ada Parellada, el editor Quim Torra o el eurodiputado Ramon Tremosa, entre otros.

Paralelamente a esta nueva iniciativa de la ‘sociedad civil’ organizada por el Govern, las presiones siguen y seguirán durante los próximos días por parte del mundo económico y empresarial, en que las decisiones de traslados de sedes de grandes empresas seguirán anunciándose. De momento, la hoja de ruta de Puigdemont sigue intacta, para regocijo de sus socios anticapitalistas.

En este clima de confrontación, los que ayer salieron a la calle también eran, como en las manifestaciones independentistas, ancianos, familias, jóvenes y demócratas. “He venido para que sepan que estamos hartos. Estaba esperando esta oportunidad hace mucho tiempo”, explicaba uno de los asistentes, de mediana edad, que marchaba acompañado de familiares y amigos. No se asomaba a ninguna manifestación desde el asesinato de Miguel Ángel Blanco. De ello han pasado 20 años, pero la congoja ante la situación espoleó de nuevo su voluntad. Otro manifestante, más joven, se lo tomaba con humor: “Hemos de dar las gracias a los independentistas de que dijesen que se vaciasen las calles, porque si no, no hubiésemos cabido todos”.

“No somos fachas, somos españoles”

La manifestación de ayer es importante por varios motivos: el primero, porque representa un hito histórico, ya que nunca una manifestación antiindependentista había reunido a tanta gente. El segundo es que en ella no destacaba un partido u otro, sino la consigna de que Cataluña —muchos catalanes— quiere seguir formando parte de España; por tanto, es una manifestación con amplia representación de la derecha, el centro y la izquierda, con la consigna de que Cataluña también es de esta gente, no solo de los independentistas.

El tercero, porque la gente no se ha arredrado a la hora de mostrar la bandera española, de pésima imagen debido a la campaña mediática del independentismo, de las instituciones autonómicas y de los medios de comunicación públicos catalanes. El cuarto, porque el mensaje más evidente que se emitió hacia las instituciones catalanas es claro y conciso: «No somos fachas, somos españoles». Y el quinto motivo, porque es un aviso a Carles Puigdemont de que no ha sido, hasta ahora, el presidente de todos los catalanes y de que hay una mitad de la población que debe —y merece— ser escuchada.

Objetivamente, el antiindependentismo salió del armario. Fue una manifestación cívica, pacífica, sin calenturas, aunque en algunos momentos hubo tensión por los abucheos a los Mossos (se gritaron consignas de que «esta policía no nos representa» y «¿dónde estabais el 1 de octubre?»). O cuando se gritaba «¿dónde están los bomberos?», en referencia a la asistencia de este colectivo a las manifestaciones independentistas para apoyar a los ciudadanos.

Ayer, brillaron por su ausencia, mientras que los Mossos desplegados frente al Parlament se pertrecharon con cascos y defensas (el 1 de octubre hubo orden de no vestirse de esa manera para confraternizar con la ciudadanía). Solo hay un gesto más simbólico que esos: el grito más coreado fue «Puigdemont, a prisión».

José Domingo subraya: “Ya no pueden decir que somos cuatro gatos o que traemos a gente. Todos han venido como han podido”. Resalta Domingo que “la gente ha perdido el miedo. Le vio las orejas al lobo y está asustada del proceso irracional en que hemos entrado”.

Boicot del transporte público

Barcelona ayer sufrió un boicot del transporte público: los autobuses espaciaban su frecuencia. Y en el metro, en las líneas que llevaban al centro de la manifestación, se pusieron los convoyes cada ocho minutos. Los vagones, atestados, no podían llevar a gente. Iban a velocidad muy baja y se paraban durante minutos en las estaciones.

A las 11:20, en Sagrada Familia, hubo hasta tres avisos para desalojar los convoyes por “avería en la línea”. En cuanto los pasajeros pasaban al andén, sonaban las sirenas para cerrar las puertas y seguir viaje. A los segundos, nuevamente apertura de puertas y aviso. La gente, entre gritos de protesta contra Puigdemont y la alcaldesa Ada Colau (de quien dependen los transportes), acabó bajando definitivamente, por lo que los conductores del convoy aprovecharon para cerrar las puertas y seguir viaje

Así, centenares de personas peregrinaron a pie desde la Sagrada Familia hasta plaza Urquinaona. Al término de la manifestación, de nuevo los problemas con transportes públicos. ¿Por qué no se reforzaron los transportes? Desde el ayuntamiento, no se quiso provisionar el transporte para facilitar a la ciudadanía su asistencia a la manifestación.

Pero, además, Puigdemont ha conseguido otra cosa: unir a una amalgama de gente que, de otro modo, jamás se hubiese subido unida a un escenario. Personalidades tan lejanas ideológicamente como Mario Vargas Llosa, Josep Borrell o Carlos Jiménez Villarejollamaron al diálogo al final de la manifestación, entre banderas españolas, catalanas, europeas o republicanas. Los tres oradores y la diversidad de banderas simbolizan la mayoría silenciosa, que a partir de este domingo es más mayoría y ya no tan silenciosa. El aviso a Puigdemont está dado.

FUENTE: ELCONFIDENCIAL