En otro febrerillo loco de hace nueve años, gobernando Zapatero en España y Chaves en Andalucía, se celebró un más que singular homenaje en honor del entonces juez estrella de la Audiencia Nacional, Baltasar Garzón. Aconteció en su pueblo natal, Torres, donde se llevan a cabo los cursos de verano de la Universidad de Jaén que él dirige, y bajo los auspicios del PSOE, pero convocada por la sociedad de cazadores para cubrir las apariencias.

Con el ágape, se trataba de asentar la polvareda levantada dos meses antes cuando el ilustre agasajado -inhabilitado por un periodo de 11 años en febrero de 2012 en sentencia unánime de la Sala Penal del Tribunal Supremo- fue sorprendido cenando en Andújar con el ministro de Justicia, Mariano Fernández Bermejo, y el inspector del caso Gürtel, Juan Antonio González, comisario general de Policía Judicial con Rubalcaba al mando de Interior. Todo ello, unas escasas horas después de haber ordenado el propio Garzón el ingreso en prisión de varios implicados en esa trama corrupta de financiación ilegal del PP.

Eran vísperas aquellas de los comicios gallegos de marzo de 2009 en los que un debilitado Rajoy, tras perder dos elecciones consecutivas, se jugaba el ser o no ser. Su suerte estaba en manos de Feijóo, quien finalmente retuvo in extremis este feudo tradicional del PP. Esa sospechosa casualidad -o causalidad, más bien- no debió sorprender, empero, a Rajoy. Ya había vivido cómo, a la salida de un mitin suyo en Málaga, la Policía detenía al alcalde de Alhaurín el Grande.

Desde aquel viernes negro de 2009, y de modo ininterrumpido, el caso Gürtel ha producido al PP destrozos característicos de bomba de racimo. Por ahora, ha culminado en la reciente traca de Ricardo Costa, secretario general del PP valenciano, siendo el primer alto cargo del partido en admitir de forma abierta la financiación ilegal. La metralla del caso Gürtel ha alcanzado a la época de Aznar y ha tenido ramificaciones en los dos grandes núcleos de poder del PP (Madrid y Valencia).

No obstante lo cual, un dirigente remiso como pocos a la hora de adoptar medidas ha sido incapaz de limpiar unos establos tan mugrientos como los del rey Augías y que ocupó a Hércules en uno de sus 12 celebérrimos trabajos. A la postre, a Rajoy le ha sobrevenido lo que al tuerto del Arcipreste de Hita cuando dejó que una gotera le cayera en el ojo mientras yacía en la cama: «Por pereza no quise la cabeza cambiar; / la gotera que digo, con su muy recio dar, / el ojo que veis huero acabó por quebrar».

De hecho, sus secuelas se prolongan hasta el extremo paradójico de que el primer instructor del sumario, Baltasar Garzón, perejil de todas las salsas, asesore ahora, entre bastidores, desde su bufete de abogados, a los arrepentidos de Gürtel. Esos mismos que están tirando de la manta, previo acuerdo con las fiscales del caso, Concha Sabadell y Myriam Segura. Ambas avalaron las escuchas ilegales que le valieron la inhabilitación a Garzón y se promocionaron bajo el padrinazgo del ex ministro Fernández Bermejo.

Un enredo muy propio de Garzón, que se cuela nuevamente por la gatera en el escándalo que le costó la carrera judicial de la mano de aquellos mismos que lo denunciaron. Incluso uno de ellos, el cabecilla de la red, Francisco Correa, ha puesto el estrambote: reclama el indulto del ex juez que le encausó. Amén de ello, fue quien inició la serie de confesiones en cadena monitorizadas a prudente distancia por el ex juez de la Audiencia Nacional. Le anima la confianza de que las fiscales rebajen las peticiones de pena.

En aquel convite jienense que siguió a la conchabanza de ministro, juez y policía -expresión de una Justicia de escopeta y perro que remedaba La escopeta nacional, de Berlanga-, se registró una anécdota muy reveladora. A una ex concejala socialista no se le ocurrió mejor cosa que equiparar al Gaspar homenajeado, al que tuteó como si fuera un compañero más, con el «Gaspar (Zarrías) más poderoso de Jaén», pues «sois los dos reyes de Andalucía».

Ambos Gaspares se habían amigado después de tenérselas tiesas. De este modo, aquel Zarrías que acudió a las puertas de la cárcel de Guadalajara para acompañar a Barrionuevo y Vera, víctimas de un juez vengativo que se habría desquitado del desaire de González de no hacerle ministro al reabrir el caso Gal, se transformó en adalid de ese mismo magistrado que siempre excluyó a Andalucía de sus pesquisas sobre corrupción política, preservándola exclusivamente como coto de caza y lugar de solaz. Similar conversión obró su jefe directo, Manuel Chaves. Pasó de conceptuar a Garzón de «mala persona», amén de propinarle infamias de todo jaez, a prodigarle un trato jabonoso.

Con la coincidencia en el tiempo de los juicios sobre dos escándalos de corrupción de la envergadura de Gürtel y de los ERE que se elucidan a la par en la Audiencia Nacional y en la Audiencia de Sevilla, muchos de aquellos figurantes vuelven a darse la mano de la actualidad. Personifican cómo la corrupción puede desencadenar: bien la vendetta corsa de unos contra otros como en el juicio de Gürtel o, por contra, la omertá siciliana de la vista de los ERE. Una ley del silencio por la que todos se desdicen de todo y se atienen al código de honor del partido.

Por lo general, las vendettas se corresponden con partidos rotos y fraccionados en intestinas guerras de clanes. Lo fue el PSOE del tardofelipismo en el punto álgido de su corrupción con la contienda fratricida entre felipistas y guerristas, y lo es ahora el PP. Uno y otro por no apercibirse de las causas latentes de su declive hasta el momento en el que el montaje se desploma por su propio peso. En medio de tales trifulcas, nadie conoce a nadie en el PP y todos disparan entre sí.

No importa incluso, llegado el caso, incurrir en viles bajezas como las del ex secretario general del PP de Madrid y ex consejero de Presidencia, Francisco Granados, tratando de arrastrar al lodazal a su ex correligionaria y presidenta de la Comunidad, Cristina Cifuentes, sin aportar una sola prueba contra ella, lo que no deja de ser otro modo de corrupción. Si a esto se le suma la aparición de Garzón, habría que hablar más bien de dos vendettas al precio de una. Ello evoca lo dicho por González cuando se le pedía la cabeza de su entonces alter ego a propósito del caso Guerra.

Por contra, la omertá se impone finalmente en partidos-régimen como el que domina Andalucía desde hace casi 40 años, sofocando cualquier atisbo de irse de la lengua. Esa omertá es más intensa, si cabe, que el denominado patriotismo de partido que juzga las conductas punibles no por su naturaleza, sino por quién incurra en ellas. De esta guisa, a imagen y semejanza de los clanes sicilianos, se antepone al nosotros y ellos, por encima de verdadero y falso.

Por eso, todos los altos cargos acusados en el juicio de los ERE -tres ex ministros y un porrón de ex consejeros, amén de otros puestos principales- callan sin excepción y niegan lo dicho hasta ahora. Dejan que sea el el secretario del tribunal el que haga sus veces hasta quedar afónico, de modo que una corrupción al más alto nivel quede en cosa de «cuatro golfos» (Chaves dixit).

No en vano, desde primera hora, se establecieron las bases, por medio de lasocialización de la corrupción y del clientelismo neocaciquil, de un modelo parejo al del PRI en México y que Vargas Llosa tildó de «dictadura perfecta». Esa corrupción institucionalizada opera como las redes de distribución de la droga, como bien saben los andaluces del Campo de Gibraltar, donde el apresado capo gallego Sito Miñanco había tendido sus redes. Afecta a tanta gente de una u otra manera que nadie lo denuncia. En caso de que alguien lo haga, se hace merecedor del reproche general. Ello le vale el ostracismo, si es que no se le da un escarmiento para aviso de navegantes.

Este tipo de corrupción institucionalizada opera el efecto del soma. Esa droga, mezcla de cocaína y cafeína, que se suministra para garantizar Un mundo feliz, la preclara novela futurista de Aldous Huxley. Ello hace que el corrupto pueda presentarse más como un benefactor que como un aprovechado. Socializada así la corrupción, la población se aboca al turbador estadio descrito en 1950 por Ayn Rand. La escritora norteamericana de origen ruso aseveraba que, cuando se comprueba que el dinero fluye hacia quienes trafican con favores y el soborno enriquece más que el trabajo con la anuencia de las autoridades, puede afirmarse, sin temor a equivocarse, que esa sociedad está condenada.

A diferencia del caso Gürtel, nadie ha tenido ni de lejos la tentación de emular aSansón y, asido a las columnas del Régimen, rugir: «¡Muera yo con los filisteos!». Al contrario, todos han cerrado filas, y ya ni siquiera reconocen ni sus propias palabras ante policías y jueces, tras ser imputados por la juez Alaya por diseñar un mecanismo para sacar del control presupuestario unos fondos reservados -como los de Vera en su etapa en Interior- que se utilizaban de manera discrecional y que cimentaron la hegemonía electoral socialista mediante su uso discrecional.

Previamente, Chaves, como artífice de todo ello, junto a su sucesor Griñán y una veintena de altos cargos, entre ellos Gaspar Zarrías y la ex ministra Magdalena Álvarez, incorporó a su Gobierno a un fiscal, Emilio de Llera, como consejero de Justicia, al igual que González hiciera con Garzón. Maniobra ésta encaminada a desestabilizar, desde el Consejo General del Poder Judicial y desde las tribunas públicas, a la juez Alaya. Contra viento y marea, ésta se mantuvo firme pese a su grave neuralgia del trigémino. Finalmente, Alaya se vio desplazada por la juez Núñez Bolaños, apadrinada por el propio Llera, quien ha ido desmontando el trabajo ímprobo de su antecesora. No cabe duda de que sólo pueden ser imparciales los extraños.

Si Chejov, con su genio para hermanar la brevedad con el talento, determinó que era difícil distinguirse en Moscú por ingerir mucho vodka, otro tanto cabe inferir en España con respecto a la corrupción. Ya derive en vendetta o en omertá. Viendotal montonera de podredumbre, no es que algo huela a podrido aquí, como en la Dinamarca de la tragedia shakespeariana, sino que todo parece desprender una fetidez que no debiera hacer que la Justicia se tapara la nariz, al igual que se venda un ojo.

 

 

 

 

 

 

FUENTE: ELMUNDO