ASÍ ME PARECE

 

Se suele decir que en una guerra la primera víctima siempre es la verdad. Seguramente esta observación es también aplicable a otro tipo de conflictos sociales o políticos. En todo enfrentamiento humano, cada contendiente intentará convencer a los demás de la razón y justicia de su lucha; y, además, de la falta de argumentos y de legitimación moral de su adversario. Y para ello se suele poner en funcionamiento toda la maquinaria de propaganda de la que se disponga. Y, como se trata de convencer de lo que no es verdad, habrá que falsear la realidad, y tergiversar los hechos, u ocultar aquellos que perjudiquen a su causa, resaltando por el contrario todos aquellos que perjudiquen el prestigio o los intereses del adversario. En esta batalla no se repara en medios. Todo vale para ganarla: la Historia, la Economía, el Arte. Pero, sin duda, uno de los instrumentos más eficaces para destruir la verdad, y sustituirla por la mentira, es la manipulación del lenguaje: las palabras dejan de reflejar la realidad, para falsearla, ocultarla, o maquillarla. O sea, que a las cosas no se les llame lo que son sino lo que conviene que sean.

Desde que en 1978 se instauró la democracia, en España hemos padecido importantes conflictos, en los cuales la propaganda ha llevado a cabo significativas manipulaciones del lenguaje. Durante décadas, los separatistas vascos utilizaron la violencia asesina de ETA para magnificar lo que ellos llamaban “problema vasco”. Su manipulación del lenguaje fue descarada e intensa. Y, aunque pareciese poco sutil y algo basta, lo cierto es que logró crear un estado de opinión muy extendido en la sociedad vasca, con el que se llegaba a justificar los asesinatos, se consideraba que los etarras eran “soldados de la patria”, y se entendía que España oprimía a los vascos. Aunque nos cueste ahora creerlo, en aquellos años de plomo hubo mucha gente en las vascongadas que llegó a creerse esas burdas patrañas. La novela “Patria”, de Fernando Aramburu, refleja muy bien ese clima, esos efectos perniciosos de la manipulación del lenguaje.

Ahora, en el conflicto separatistas catalán, la manipulación del lenguaje ha alcanzado cotas insólitas. Se habla del “derecho a decidir”, cuando realmente lo que se está pidiendo es el derecho a la autodeterminación. Se dice que democracia es votar, sin tener en cuenta que la democracia implica el respeto a la Ley, a los cauces formales, a las garantías de transparencia y rigor, y al pluralismo. En el colmo de la desfachatez y la ignorancia deliberadamente buscada, se califica a España como Estado autoritario, cuando no se puede no saber que la Constitución Española contiene los suficientes contrapesos y limitaciones para impedir cualquier abuso de poder. Se dice que hay que respetar la voluntad mayoritaria de los catalanes, cuando es patente que los independentistas no han alcanzado nunca en las urnas la mayoría absoluta. Resulta, además, que algunos políticos separatistas han incurrido supuestamente en delitos de prevaricación, malversación, desobediencia, sedición y rebelión. Sabedores de las consecuencias penales de sus conductas delictivas, algunos, como Puigdemont, optaron por poner tierra de por medio. Pues bien, la propaganda separatista pretende convencernos de que estos simples prófugos de la Justicia son nada menos que “exiliados”. Otros separatistas, por el contrario, no huyeron, han dado la cara y algunos de ellos están en prisión preventiva. Pues bien, la propaganda separatista pretende que a estos políticos presos por supuestos delitos tipificados en el Código Penal, les llamemos “presos políticos”.

En plena espiral de esta manipulación del lenguaje por los separatistas catalanes, ha ocurrido lo de ARCO. La institución ferial madrileña organiza todos los años una exposición de arte contemporáneo. No sé qué criterios de calidad artística se utilizan para seleccionar las obras. Lo cierto es que un pretendido artista, de cuyo nombre no me acuerdo, presentó una serie de fotografías de separatistas catalanes cuyos rostros están pixelados, y a los que califica como “presos políticos”. En un intervalo lúcido, IFEMA comprendió que esas fotografías no son más que un instrumento de propaganda separatista. Y decidió retirarlas de la exposición. Y entonces se ha armado un gran revuelo. Los intelectuales de provincias, los eruditos a la violeta, los progresistas bolivarianos, y todos los pazguatos que pululan por este país, se han rasgado las vestiduras escandalizados, y hablan de que hay censura, y de que se está limitando la libertad de expresión.

En mi opinión, este debate parte de premisas falsas. Calificar a los separatistas presos preventivamente como “presos políticos” ni es una creación artística ni una manifestación de la libertad de expresión. Se trata simplemente de un acto de propaganda separatista, ante el que no podemos permanecer impasibles. Y dada la gravedad del conflicto creado por los separatistas, no es ni mucho menos un acto inocuo, sino pernicioso, ante el que el resto de la sociedad española tiene derecho a defenderse. Centrado así el asunto, no tengo la más mínima duda de que IFEMA ha acertado plenamente al retirar esas fotografías. Los separatistas presos son políticos presos, y no presos políticos. Y ninguna obra de arte, por muy excelsa que fuese, puede cambiar esta realidad.

 

Fdo. Juan-Ramón Calero Rodríguez