El elogio de la derrota es algo que queda para los poetas. En política fina, como llamaba el general Prim a sus equilibrios, es otra cosa. Es evidente que el hundimiento de Pablo Iglesias y su Podemos, ahora asaltado por personajes menores como RamónEspinar, no tiene escapatoria. Abocado a apoyar al PSOE allí donde todavía quede, no puede pedir casi nada porque de negarse convertirá a los socialistas definitivamente en el voto útil de la izquierda contra la derecha. Es jaque con un solo movimiento posible.

Lo mismo ocurre con Vox, quizá una agrupación que ha demostrado más cordura política que Podemos. Tras el baño de realidad del 28-A y la bajada espectacular en las municipales, autonómicas y europeas, ha encontrado su sitio: ser útila gobiernos encabezados por el PP, lo que dará sentido a la formación de Abascal ante sus votantes. Ahora bien, los ‘voxistas’ dicen, con sentido, que deben participar en las negociaciones y en el gobierno para que su papel sea creíble y rentable luego en las urnas.

El caso de Ciudadanos es el más chocante, sin duda, porque ha pasado en poco tiempo con tanta vehemencia del papel de personaje centrista, esa bisagra de su denostado bipartidismo, al de líder del centro-derecha y alternativa del sanchismo, y después, tras el 26-M, otra vez al de bisagra.

El cambio de papel fue prematuro porque Cs carece de estructura nacional, y sin cuadros locales y regionales no se puede ser alternativa de la noche a la mañana

Los dirigentes de Cs asumieron en exceso el método Stanislavski; sí, ese que enseña a los actores que para desempeñar bien su papel deben creerse la encarnación del personaje. Pensaban que el 26-M iba a ser un éxito de crítica y público que refrendaría el mensaje de Rivera en la noche del 28-A: somos los líderes de la oposición. No ocurrió.

Después del shock vino la asunción del viejo papel. La madurez no tiene nada que ver, sino la estrategia electoral. Se trata de la supervivencia, el modular el discurso y la acción a golpe de sondeo, el buscar socios o enemigos siguiendo las encuestas. El centrismo es estadística, no una ideología, y cada vez menos un estilo.

Es cierto que durante mucho tiempo Ciudadanos fue la esperanza de intelectuales, escritores y periodistas que vieron en la formación de Rivera una reforma tranquila, heredera del espíritu de la Transición y alejada de los desgastados partidos tradicionales. “Regeneración” se convirtió en la palabra mágica sin olvidar el respeto al orden constitucional y la persecución a todos los que, de una forma u otra, lo degradaban. Luego vino la realidad, y frente a la prometida limpieza política, reforma institucional y eliminación de gastos y duplicidades, pactaron con Susana Díaz en Andalucía, y mantuvieron su gobierno durante más de tres años.

Muchos de aquellos hombres de letras bienintencionados callaron. Había males superiores que muy bien valían ese silencio, y la alternativa era en aquel entonces un muy poco atractivo PP marianista y un PSOE sin identidad ni rumbo. El golpe de Estado en Cataluña y sus secuelas, con la victoria insípida de Arrimadas el 20-D de 2017, sirvieron para decidir la adopción del nuevo papel porque así lo indicaban sus sondeos de fidelidad de voto: ser el PP.

El cambio de papel fue prematuro porque Cs carece de estructura nacional, de esa que llega a todos los rincones. Pero sin cuadros locales y regionales no se puede ser la alternativa de la noche a la mañana. El error estratégico fue considerable. ¿No vieron que las elecciones municipales y autonómicas eran menos de un mes después de que Rivera, sin los números, se dijera líder máximo del centro-derecha? El contraste entre la aseveración de su jefe y la realidad de las urnas ha sido duro.

Pensaban que el 26-M iba a ser un éxito de crítica y público que refrendaría el mensaje de Rivera en la noche del 28-A: somos los líderes de la oposición. No ocurrió

Aquella precipitación está haciendo que vuelvan los teóricos a hablar de las bondades del papel de partido bisagra, y que recuperen el discurso de 2014 y 2015. Las amenazas a la España constitucional y la urgente reforma institucional, junto a la responsabilidad consabida y la necesaria moderación de los “extremos” -¿extremos constitucionalistas?-, hacen conveniente, dicen, un partido de centro que pacte con unos y otros -sí, los “extremos”-.

Este discurso del bisagra se hace al tiempo que empiezan los acuerdos con unos y otros, los intercambios de puestos institucionales, el mercadeo, las comisiones sin transparencia -¿recuerdan la promesa de poner fin a las opacidades?-, todo en aras de la buena gestión.

Pero ese discurso parte de un enorme complejo de superioridad moral, ese que creíamos exclusivo de la izquierda. Solo el centro bisagra, dicen, es capaz de contener los excesos y la demagogia del resto, el despendole y el despilfarro, la corrupción y la inmoralidad, adecentar este camino de lágrimas y espinos en que el bipartidismo ha convertido el régimen del 78, porque solos ellos atesoran el talento y la virtud, el ideal de justicia y de democracia verdadera.

Únicamente ese centro, insisten, puede modernizar el país, animar la economía, terminar con las lacras que desprecia el regeneracionismo, como el clientelismo y la corrupción. Son los únicos, añaden, con miras europeas, que saben dónde está el futuro para desarrollar todo nuestro potencial. Y si cometen fallos, porque las contradicciones e incoherencias se ocultan, es por la rabiosa juventud de sus dirigentes aunque tengan la misma edad que los del PP, PSOE o Podemos. No se preocupen, déjense guiar, acomódense en sus asientos porque la bisagra ya está aquí.

 

 

FUENTE: VOZPOPULI