«No hay armas de destrucción masiva, de ninguna manera, y Aznar lo sabe. Nosotros le hemos informado». Fue la confesión a su padre por parte de José Antonio Bernal, agente del CNI que trabajó en Irak y fue asesinado allí. Así se relata en «Destrucción masiva. Nuestro hombre en  Bagdad», el último libro de Fernando Rueda, que sale a las librerías esta semana.

El libro recrea este diálogo entre Bernal y su padre, antes de que el agente regresara a Bagdad, donde sería asesinado:

-Aznar está seguro de que Sadam tenía armas de destrucción masiva.

-Te voy a decir algo para que lo sepas, pero no se lo digas a nadie: no hay armas de destrucción masiva de ninguna manera, y Aznar lo sabe. Nosotros le hemos informado. El motivo de la guerra ha sido el petróleo. Sadam se lo iba a vender a varios países y cuando los americanos se enteraron dijeron: «¡Y una polla¡, nosotros ponemos los muertos y otros se van a llevar los beneficios».

-Pero Aznar dice…

-Aznar no tiene razón con lo que está haciendo.

El suceso más grave para el CNI

«Destrucción masiva. Nuestro hombre en Bagdad» se centra en el acontecimiento más grave que han sufrido los servicios secretos españoles: el asesinato en Irak de siete agentes del CNI, acribillados en Latifija, en una emboscada ocurrida en noviembre de 2003.

Un mes antes, el 9 de octubre, tres personas, uno de ellos un clérigo chiita, mataron en la capital iraquí a otro agente, José Antonio Bernal, a la puerta de la casa donde vivía.

El libro de Fernando Rueda recrea, de forma novelada, lo que sucedió antes y después de tales sucesos, a partir de las investigaciones realizadas durante años y de conversaciones con algunas de las personas relacionadas.

Dos agentes bien informados

Dos agentes del CNI, Alberto Martínez y José Antonio Bernal, destinados en Bagdad en junio de 2000, habían trabajado con alta eficacia en Irak, también en contacto con informadores de los servicios secretos iraquíes, a los que entonces explicaron que España se mantendría al margen de las intenciones de Washington y no participaría en ninguna agresión.

Sin embargo, tras los atentados del 11-S, George Bush decidió invadir Irak, justificándolo en la colaboración del dictador con Bin Laden y en la posesión de armas de destrucción masiva.

Los dos agentes del CNI investigaron esas denuncias, informaron a Madrid de que eran falsas, a pesar de lo cual el presidente Aznar no hizo caso y prefirió a la CIA y el MI6.

Al estallar la guerra, los agentes tuvieron que regresar a España, abandonando varias de sus fuentes que, además, empezaron a temer ser asesinados, e incumpliendo sus promesas con ellos.

De vuelta a Bagdad

Tras asentarse la invasión, el CNI reenvió de nuevo a Bernal y Martínez a Bagdad, a pesar del grave riesgo de que sus vidas corrieran peligro porque eran conocidos y había gente dispuesta a vengarse de ellos por la «traición», entre ellos miembros de la Mujabarat, la policía secreta de Sadam.

Meses después aumentó el despliegue de agentes en Irak, con la misión de garantizar la seguridad de las tropas españolas que enviaba el Gobierno. Por ese motivo, se reforzó la presencia del CNI con un equipo de cuatro agentes.

Uno de los confidentes delató a los espías españoles, según el CNI su traductor, Flayeh Al Mayali, profesor de español en la universidad de Bagdad, aunque no han reunido pruebas suficientes.

La emboscada

Estando de vuelta a Bagdad, José Antonio Bernal fue asesinado a manos de un clérigo chiita que conocía desde hacía tiempo.

Poco después, un grupo de ocho agentes, los cuatro que iban a abandonar el país y los cuatro que les iban a relevar, cayeron en una trampa de la resistencia.

Murieron siete de ellos, y solamente uno sobrevivió. Los muertos fueron Alberto Martínez, Luis Ignacio Zanón, Carlos Baró, Alfonso Vega, José Merino, José Carlos Rodríguez y José Lucas Egea.

Fallos en el CNI

Sobre lo ocurrido, Fernando Rueda afirma que «ni el presidente Aznar ni el ministro Trillo han reconocidos sus errores. Me parece especialmente grave el juego de palabras que ha utilizado Aznar para justificar su postura. Para ser breve, diré que prefirió creer los informes que le entregaron Bush y Blair a lo que le decía su propio servicio secreto, cuyos agentes en Irak no tenían duda de que Sadam carecía de armas de destrucción masiva y no tenía relación con Bin Laden y el 11-S».

Y sobre la actuación del Centro Nacional de Inteligencia dice: «Al CNI le faltó capacidad de reacción para adoptar los mecanismos necesarios para que sus agentes pudieran defenderse en medio de una guerra. No vivían la misma situación antes de la invasión que después. Desde el jefe directo de la misión en Madrid hasta el director, cometieron fallos garrafales de seguridad».

Fernando Rueda es el máximo especialista español en asuntos de espionaje. Como periodista ha trabajado en prensa, radio, televisión y diarios digitales, dedicándose desde sus inicios al periodismo de investigación. Es el responsable de la sección «Materia reservada 2.0» en el programa La rosa de los vientos de Onda Cero. Premio Ejército de Periodismo a la mejor labor informativa en 1984, es profesor en el Centro Universitario Villanueva.

Sus libros de no ficción sobre espionaje rompieron los tabúes de la censura: La Casa, La Casa II, Espías, KA: licencia para matar, Operaciones secretas, Las alcantarillas del poder… Como novelista ha escrito diversas obras, las más recientes son El regreso de El Lobo y El dosier del rey. Yo confieso, su último libro, sobre la historia de Mikel Lejarza, el más importante infiltrado en ETA, cuya labor permitió desarticular por dos veces la cúpula de la banda.

 

 

FUENTE: ELCONFIDENCIALDIGITAL