Mañana se abre una nueva etapa política sea cual sea la mayoría que se imponga. Las urnas pondrán por fin nombre al fenómeno alrededor de Vox que se ha estado moviendo fuera de radar. España cambia y la política también está cambiando mucho, aunque no está claro si será para bien. Sin necesidad de esperar a que se conozcan los resultados, en los partidos manejan varias claves coincidentes. La fragmentación hace muy difícil que un Gobierno monocolor, sea de izquierdas o de derechas. Esto, que ya es norma en muchos países europeos, nunca se había dado en nuestra democracia, pero en esta ocasión el error de las encuestas tendría que ser muy grande para que de las urnas salga una mayoría lo suficientemente clara como para que pueda gobernar en solitario con apoyos externos. La geometría variable es muy posible que se haya quedado tan antigua como el bipartidismo clásico, al menos en estas elecciones.

El cierre de campaña nos dejó ayer mensajes cruzados en los que todos los partidos jugaron su estrategia. El PSOE apeló a una mayoría suficiente, clara, para poder gobernar en solitario. Pero esto es táctica electoral. Sueñan con un Gobierno con apoyo parlamentario de Podemos y el PNV. Sin independentistas. Y luego está lo que parece más probable, según los últimos trackings, que también pueden ser desmontados por las urnas, y que es el Gobierno en coalición del PSOE con Podemos, con apoyos exteriores si fuera necesario.

Desde 2015 muchas cosas que han cambiado. El PSOE de entonces tenía como línea roja el pacto con Podemos. Después pasó a ser el PSOE que marcaba su frontera en el pacto con los independentistas. Pero Pedro Sánchez ha ido acercando cada vez más su partido a las posiciones de la formación morada, y ahora diga lo que diga el argumentario electoral, dentro y fuera de las filas socialistas se asume que Sánchez pactará con Podemos, con los independentistas, o incluso si es necesario con Ciudadanos, para seguir en La Moncloa.

El domingo por la noche empieza un nuevo partido y las reglas también serán distintas a las que han marcado hasta ahora las negociaciones postelectorales. Aquellos que actuaban como partidos consortes, Podemos o Ciudadanos, han dejado claro en campaña que quieren entrar en el futuro Gobierno. Pablo Iglesias suena distinto, por madurez de su líder, según explica él, pero sobre todo por criterio puramente electoral, con un doble objetivo detrás de la moderación en el discurso y en las exigencias: no movilizar a la derecha y recuperar voto suyo que ha vuelto a mirar hacia el PSOE. Y si hace unos años Rivera seguía como criterio no entrar en los gobiernos, ahora la discusión está en si es capaz de firmar una coalición con los socialistas, pese a que lo niegan en campaña. Porque con el PP ya han dicho que gobernarán si dan los números, y que su objetivo es liderar ese futuro Gobierno

Antes de las autonómicas y municipales de finales de mayo es difícil que se aclare nada, salvo que haya una mayoría muy clara. Pero en los principales cuarteles políticos dan por hecho que por muy bien que les vaya, tendrán que repartirse el Gobierno con otro partido. En el bloque del centroderecha, del equilibrio de fuerzas dependerá la viabilidad de cualquier acuerdo, pero sí se puede descartar un Gobierno a tres por la incompatibilidad absoluta entre Cs y Vox. Hay precios que no pueden pagarse ni por tocar poder porque las consecuencias pueden afectar a la viabilidad del proyecto político.

Esta campaña también va a cambiar la manera de relacionarse los partidos con sus potenciales votantes. Nadie se atreve a predecir con fiabilidad los resultados de Vox, pero sus competidores analizan su estrategia para llevar a cabo una distribución paralela de mensajes en redes y para activar a sus votantes mediante actos masivos, generando una sensación de éxito permanente al tiempo que ignoraban a los medios de comunicación que no consideraban favorables. Al final, la receta es tan simple como aparentemente sencilla: un líder creíble, que prometa un gran cambio, y que conectando con la decepción y desafección mayoritaria de los ciudadanos sea capaz de convertir la decepción en ilusión.

«Hemos entrado en un mundo diferente en el que la política será distinta y mucho más inestable que en épocas anteriores», sostiene un alto cargo del PP. El centroderecha es el que más se juega. La sensación de vértigo que dominó al PSOE hace cuatro años se ha vuelto del lado del PP, ya que los resultados pueden dejar todo como está, y facilitar una transición a una nueva etapa en la que el PP recupere un liderazgo predominante, o, al contrario, pueden ser el desencadenante de una refundación de este espacio electoral en la que no es que estén en juego liderazgos en sí, sino la viabilidad de algunos proyectos.

 
 

FUENTE: LARAZON