Pudo evitarse el golpe de Estado de los separatistas catalanes. Pudo evitarse el desafío separatista catalán al Estado de derecho, a la democracia española y a la integridad de España. Durante décadas, pudo prevenirse; y en septiembre y octubre del 2017, pudo impedirse. Sí, haberse evitado el golpe separatista. Y debió impedirse. Naturalmente, en esto vale la metáfora de la salud y de la seguridad: es mejor prevenir que curar. O, más concretamente, es preferible evitar un golpe de Estado a tener que abortarlo con medidas extraordinarias y luego deber juzgarlo con la Justicia ordinaria.

 El golpe de los separatistas no fue ninguna sorpresa para nadie. Llevaba fraguándose varios quinquenios. Los preparativos fueron públicos y muy notorios. Cada nuevo acto de rebelión se anunció a bombo y platillo, urbi et orbi. Fueron muchísimos y de todo pelaje. Simplemente, la élite española prefirió no ver nada, no oír nada, no decir nada y no hacer nada. No hizo nada concreto para prevenir el golpe de Estado, nada adecuado para evitarlo y nada suficiente para impedirlo. Y la rebelión tuvo lugar, completa, en todos sus aspectos, y con todas sus consecuencias, efectivamente.                             

                                                                                                                                                                                                                                    No se evitó el golpe de Estado separatista. Se consumó la declaración de la independencia de Cataluña y la proclamación de la república catalana. Habida cuenta de las disposiciones excepcionales aplicadas por el Estado español, los efectos prácticos de este golpe de Estado desarrollado por una Administración pública regional no han sido los declarados (independencia, nuevo Estado), sino la división completa de la sociedad catalana, el caos total de la política catalana y la más honda crisis política de la democracia española.

Se pudo evitar. Prueba de ello es que cuanto aconteció en España no ha acontecido en países dónde había alguna contingencia semejante a la de Cataluña. Algo ni remotamente semejante a lo acontecido en España en este último año (mejor, en la última década) no se ha producido jamás en Alemania, en Italia, en Francia, en el Reino Unido, en Estados Unidos, en Canadá… Hay dos contraejemplos: la desintegración de Yugoslavia y la de la Unión Soviética. Efectivamente, lo peor puede ocurrir y ocurre. 

Motivos para la independencia y excusas muchísimo mayores que en España para construir un movimiento separatista los hubo y los hay en Alemania, Italia, Francia, Reino Unido, Estados Unidos, Canadá… Y, sin embargo, en ninguno de ellos hubo ni por asomo nada semejante a cuánto ha acaecido en España. Y lo sucedido ha sido gravísimo. Es lo más grave que le puede ocurrir a una democracia: el cuestionamiento de la legalidad y de la legitimidad, la impunidad frente a la ley (antigua) y el desarrollo de una legalidad (nueva), todo ello impulsado durante décadas por un gobierno regional, con enorme agitación propagandística y con un amplio apoyo popular.

Ante esto surgen dos interrogantes. Uno es interpretativo: ¿por qué todo esto ha ocurrido en España y no ha ocurrido nada semejante en ningún otro país (democrático)? El otro interrogante es práctico: ¿qué consecuencias tendrá para España el desafío separatista catalán? ¿Será capaz la democracia española de superar este desafío, y cómo deberá hacerlo?

 

FUENTE: LA VOZ DE GALICIA