Más allá, mucho más allá, de la marejada externa que afecta al Partido Popular una vez que tras la sentencia de la trama Gürtel el PSOE haya presentado una moción de censura liderada por Pedro Sánchez, con opciones reales —que no definitivas— de salir adelante, lo verdaderamente inquietante es la tormenta que afecta al partido internamente.

Hasta ahora, aunque hace tiempo que en el PP se sucedían las críticas ‘off the record’ a la gestión de Mariano Rajoy, el partido actuaba como un bloque monolítico. Pero, desde el pasado jueves y, sobre todo, desde el viernes en el que se presenta la moción de censura, se han empezado a producir auténticos corrimientos de tierra en una dirección: la de forzar un Congreso Extraordinario que acabe de una vez con la etapa política de Mariano Rajoy y de paso a un proceso casi de refundación del partido, como única opción real de frenar el tremendo deterioro político que puede acabar con el PP reducido a menos escaños de los que hoy tiene el PSOE.

Y ese movimiento lo lidera el único dirigente del PP que, hoy por hoy, todavía puede ofrecer cierta solidez por sus resultados electorales y al que, además, nadie podría poner la etiqueta de marianismo: Alberto Núñez Feijóo. El presidente gallego ya ha empezado a sumar apoyos entre los barones del partido, cuenta con el favor de Juan Vicente Herrera y de su sucesor, Alfonso Mañueco. Tiene también la aprobación del líder del PP vasco, Alfonso Alonso, y de Juan Manuel Moreno, presidente del PP-A. En las últimas horas ha hablado con otros líderes regionales y provinciales del PP con el fin de lograr el suficiente respaldo para presentar ante el Comité Ejecutivo Nacional una propuesta de convocatoria de ese congreso. Dirigentes nacionales como la vicesecretaria de Estudios y Programas, Andrea Levy, que el viernes se mostraba dispuesta a pedir perdón a los ciudadanos por los casos de corrupción que afectan a su partido y reconocer la realidad de los hechos, también podrían apoyar esa propuesta.

¿Qué está pasando? Pues es evidente que en estos momentos en el PP conviven dos almas: la heredera de una época que está siendo juzgada en los tribunales por gravísimos delitos de corrupción que, lejos de ser casos aislados, se coinvirtieron en una forma de operar habitual en el PP y que se niega a admitir la responsabilidad política de haber consentido esos comportamientos; y el alma de los más jóvenes o los que nunca han tenido nada que ver con ese tiempo y que se muestran dispuestos a llevar a cabo un proceso de renovación y regeneración en el PP. Es la diferencia entre la carta de Andrea Levy en la que admite que se han cometido errores, que fallaron los controles y que toca asumir la responsabilidad por ello, y la comparecencia de un Mariano Rajoy el viernes al medio día, a la defensiva, sin admitir ninguna equivocación y con tono prepotente y pretencioso.

La imagen de un Gobierno estable que lograba salvar la legislatura por el acuerdo con el PNV para aprobar los PGE siempre ha sido una imagen falsa

Ese es, básicamente, el problema. El PP tiene que reconocer que es culpable de corrupción. No porque lo hayan dicho los tribunales, que también, sino porque a estas alturas y después de todo lo que hemos venido conociendo en los últimos años, negarlo es un ejercicio de cinismo e hipocresía política que no puede ser aceptable para los ciudadanos. Pero el caso es que lo niega. Y precisamente porque lo niega es por lo que tiene todo el sentido del mundo que se le quiera enviar a la oposición.

Existe una responsabilidad política que debe asumirse, no solo por los hechos en sí, sino por la negación de los mismos, lo que supone en definitiva un engaño a los ciudadanos. Mariano Rajoy formaba parte de aquella época, le guste o no. Era vicesecretario con Aznar cuando Zaplana se apoyó en un tránsfuga para alcanzar la Alcaldía de Benidorm y él, como responsable territorial del partido, lo autorizó. Ha estado en todas las tomas de decisiones tanto del partido como del Gobierno desde 2003 hasta 2008, que es el periodo que abarca la condena de la Audiencia Nacional. Luego, no puede decir que nada de esto le es ajeno. No puede decirlo porque no es verdad, y él lo sabe.

Pase lo que pase en las próximas semanas, esta Legislatura ya está totalmente muerta. Ya lo estaba hace tiempo, pero ahora es más que evidente

Al PP le va a tocar, en fechas más o menos próximas, pasar a la oposición, y lo va a hacer en medio de una crisis sin precedentes en el centro-derecha. Puede minorar el efecto de esa crisis si adopta soluciones antes, obligando a Mariano Rajoy a dar un paso a un lado y favoreciendo un proceso de regeneración previo a las elecciones generales, lo cual le permitiría salvar algunos muebles. O, por el contrario, puede enrocarse en el marianismo y condenarse a unos resultados electorales que podrían, incluso, llevar a la desaparición del PP absorbido por Ciudadanos. Lo cierto es que la imagen de un Gobierno estable que lograba salvar la legislatura gracias al acuerdo con el PNV para aprobar los Presupuestos siempre ha sido una imagen falsa, ficticia… Pero mucho más desde que el pasado lunes fuera detenido el exministro Eduardo Zaplana, dando comienzo a una semana de infarto para los populares.

 

Aun así, el miércoles el Gobierno lograba un éxito efímero y lo que parecía un triunfo de Rajoy en tan solo 24 horas se convirtió en el mayor de los fracasos. Pase lo que pase en las próximas semanas, esta Legislatura ya está totalmente muerta. Ya lo estaba hace tiempo, pero ahora es más que evidente. Rajoy puede intentar alargar la agonía, pero será eso, una agonía que cuanto más dure, hará más atroz el final para su propio partido. Tiene la opción de dimitir —porque ya no tiene la de convocar elecciones—, pero dudo que lo haga, así que serán otros los que tendrán que obligarle a tomar alguna decisión. Y Feijóo es, ahora mismo, el único dirigente del PP con el suficiente respaldo político y moral para hacerlo.

 
 
 
 

 

 

FUENTE: ELCONFIDENCIAL