Contemos un cuento, una fantasía de otoño. Huelga decir que cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. La Policía alemana descubre que el hombre que controla los caudales de la CDU, el partido de Merkel, tiene 48 millones agazapados en Suiza. El tipo, claramente un pícaro, pretexta que ganó el parné con su ojo clínico en el mercado del arte. Pero hasta un niño de siete años percibe que lo ha ido sisando de la caja del partido; no cabe otra explicación. Poco después de que salte el caso, la CDU destruye los discos duros de los ordenadores del tesorero. En paralelo, Merkel se ve obligada a forzar la dimisión de su ministra de Sanidad, acusada de recibir regalos de otra trama corrupta, que aprovechándose de la CDU obtenía mordidas de administraciones gobernadas por el partido. Al tiempo, el presidente de uno de los länder dirigidos por la CDU, ministro de Medio Ambiente en su día, es condenado a seis años de cárcel por corruptelas cleptómanas.

Tras esos achuchones, la canciller reacciona y aprueba unas apropiadas medidas de regeneración para atajar la corrupción. Además, garantiza que en su partido no se ha movido dinero en B, que ella sepa. Pero la calma dura poco. Esta vez el brote de cieno salta en el «land» más importante y poderoso del país. El que fuera secretario general del partido allí y uno de los hombres fuertes del gobierno local es detenido por robar a saco del erario público. Todo es tan grosero que la Policía incluso halla 900.000 euros en un altillo de la casa de su suegro. En el juicio, un empresario que participó en el trinque relata que en una ocasión el político le pidió que quemase pruebas delictivas «aprovechando un día de niebla», para que no se viese el humo. Casi una escena de Mario Puzo.

Merkel suda y aguanta. Pero los síncopes no acaban. Ahora la Policía detiene al expresidente del länder más poderoso del país, también de la CDU, sobre el que ya pesaban sospechas, pues poseía un ático playero a todo trapo que no casaba con su nómina. Ingresa en la cárcel y se destapa entonces que robaba del erario público a través de la empresa de aguas de la capital alemana, incluso ocultaba cinco millones en Colombia. Merkel pide disculpas, un poco a regañadientes, y resiste. Pero el oprobio no cesa, porque la Justicia avanza inflexible. En uno de los procesos que se siguen contra la corrupción en la CDU, una fiscal explica con todo lujo de detalles que el dinero negro era moneda corriente en el partido. Al tiempo, se anuncia que la CDU será juzgada por haber destruido los ordenadores de su tesorero. Mientras tanto, a través de grabaciones judiciales que se filtran alegremente a la prensa y de testimonios de los encausados, los alemanes van descubriendo pasmados un carrusel delincuencial en la órbita del partido de Gobierno. Merkel dice que eso ya pasó, que ella se encuentra fuerte, que ya han echado a los malos, y que ella, por supuesto, jamás se coscó de nada. Toca mirar adelante y ocuparse de «las cosas serias». THE END

(PD: disculpen tan disparatada fábula, pues sabido es que en ninguna democracia europea puede ocurrir algo así).

 

 

 

 

FUENTE: ABC