CÉSAR RODRÍGUEZ

 

WhatsApp e Instagram están llamadas a marcar la pauta en la larga primavera electoral que nos ha caído en suerte.

Como el agua de un río, la comunicación política nunca se detiene y siempre fluye, a veces con una turbiedad que beneficia solo a las propuestas más extremas. Ocurrió en Brasil en las elecciones que encumbraron a Bolsonaro.

El candidato ultra cabalgó a lomos de campañas de desinformación que viajaban a lomos de wasaps ponzoñosos, cargados de bilis. No iban dirigidos a la inteligencia de los votantes, sino a sus entrañas. No pedían el voto para un partido. Demonizaban y ridiculizaban, muchas veces con mentiras, al adversario, a través de memes y vídeos con vocación de viralidad. Pura gasolina para la indignación popular.

La contienda de las generales se librará en estas arenas. Una buena prueba es la cuenta de Instagram del partido de Abascal. Hay publicaciones como «Vox avanza y los malos lo saben» y menciones a los «enemigos de España». Y lo que circula a través de WhatsApp también tiene miga. La aplicación fue determinante en su éxito andaluz. Es como un moderno boca oreja, pero con grandes ventajas para la propaganda, llega a una multitud, no distingue lo real de lo inventado, prima lo «cuñadesco» y tiene emojis, ¿hay que prepararse para lo peor?.