FERNANDO ÓNEGA

 

Buenos días, señor Murphy. Veo que sigue usted entre nosotros y su ley se cumple a rajatabla. Ayer pensábamos que el «debate del debate» no podía empeorar, pero, como usted profetizó, todo lo que pueda empeorar, empeora. Lo podremos comprobar el próximo martes: si se mantiene lo que ayer Pedro Sánchez le dijo a Julia Otero, ese día veremos que el presidente está en Televisión Española y los líderes del PP, Ciudadanos y Podemos estarán en Atresmedia. Cuatro fuerzas políticas van a disputar un partido, pero en estadios distintos. El PSOE puede enviar a otra persona a Atresmedia y las otras tres fuerzas pueden enviar a representantes de segundo nivel al plató de TVE. E incluso podemos ver una silla vacía en el plató de Antena 3. No se puede asistir a un espectáculo más pintoresco ni más lamentable, y el señor Sánchez lo sabe.

La declaración de Sánchez a Julia Otero estuvo precedida por un comunicado de la presidenta de RTVE en el que anunció que la fecha del debate en esa emisora ya no es la del día 22, como había propuesto al principio, y la cambia al 23, el mismo día de Atresmedia. Esto abrió una crisis en la emisora pública, porque los trabajadores de informativos entienden que la coincidencia de criterios entre Rosa María Mateo y la dirección del PSOE es más que una casualidad: es una orden que proviene del Partido Socialista o del palacio de la Moncloa y pone en cuestión la autonomía de la empresa estatal. La crisis y la mala imagen se extienden ahora a RTVE, que parece funcionar según los deseos del jefe del Gobierno. Y eso lo sostiene este cronista, que hace solo dos días dijo aquí mismo que el debate a cuatro tendría que ser en TVE por ser la que ofreció el debate a cuatro. Pero este argumento no lo utilizó el señor Sánchez ni explicó debidamente por qué solo quiere o puede el día 23.

«Por cuestión de formato», dijo. Si el formato fuese distinto, él estaría el lunes en TVE y el martes en Atresmedia. Con los debidos respetos, en esto Sánchez no tiene credibilidad, y si la tiene se la niega parte de la sociedad, que ha llegado a la grosera conclusión de que el presidente tiene miedo a debatir. Es la cruz que le espera en lo que queda de campaña. Lo van a machacar con su miedo. Le van a recordar todo lo que dijo cuando estaba en la oposición. Y lo más trascendente: el no debate puede tener para él coste electoral. Sánchez se propuso no cometer ningún error en la campaña y fue a cometer este, que suscita el reproche de todos sus oponentes. No es cobarde, pero alimenta la sospecha de que tiene algo que ocultar y teme que se lo saquen. Hoy, por mucho que argumente su postura, queda como el hombre que aprovecha una triquiñuela de calendario para no debatir.