ADOLFO FERNÁNDEZ AGUILAR

 

Todos los años suelo escribir un artículo de ocasión coincidiendo con la celebración del Día de la Región, cuando el análisis pormenorizado de la realidad en nada se parece a la fiesta institucional protagonizada por el oficialismo al que acompañarán los tiraboleiros del botafumeiro, y el sentimiento popular vivirá de espaldas a ella.

No veo líderes capaces de protagonizar esfuerzos institucionales para recuperar las cotas de bienestar anteriores, ni ilusión colectiva alguna, ni siquiera alguien que haga un análisis certero, o aproximativo, de cómo afrontar la inmensa deuda endosada por los caprichos y frivolidades de los gobiernos autonómicos de mayorías arrasadoras y artificiales, construidas con la falacia de las cinco circunscripciones desde que se aprobó el primer Estatuto. Esas mayorías nos han conducido a la devastación económica, coincidente también con la pérdida de nuestra propia identidad.

El 23 de julio de 2015 la Asamblea Regional aprobó la reforma de la Ley Electoral donde se estableció la circunscripción única y la reducción al 3% de votos para acceder a la Asamblea, terminando con la artificialidad de las cinco circunscripciones. Ese fue un grandísimo acierto auspiciado por Ciudadanos y su portavoz Miguel Sánchez, hoy retirado con la gloria de esa tenacidad democrática.

Al mismo tiempo que se conocieron los últimos resultados electorales empezó a activarse un bullicioso runruneo, insinuando la conveniencia de volver a las cinco circunscripciones, porque “la circunscripción única va en contra de la representación territorial”. La técnica de la conspiración política siempre empieza con el runrún, activando el runruneo. RAE define al runrún como ruido confuso de voces, mientras que Dª María Moliner lo considera un rumor que corre entre la gente. Con el pretexto del runruneo he disfrutado de una tarde prodigiosa con Victorino Polo, el que hablael castellano más puro desde el Siglo de Oro hasta hoy, y da en la diana definiéndome el runruneo político con este verso de un poeta del XIX llamado Quintana, que me recita: “El ruido con que rueda la ronca tempestad”.

No es solo el runruneo. Los líderes políticos españoles exhiben sus conocimientos profundos de la onomatopeya, y así, sus consignas nos llegan como voces envueltas en sonidos y tonalidades que oscilan entre la razón y lo irracional, entre el sonido animal y la pretensión gutural humana. El zureo de la paloma es el sonido inspirador con que Pablo Iglesias susurra hoy las palabras para no dar miedo como hacía antes; Abascal ha adoptado el graznido agudo y poderoso del trompeteo del pavo real; los líderes secundarios, unos imitando el gugluteo de las parvadas de pavos cuando iban por las calles camino del mercado navideño; y otros, engreídos y sacando pecho como el palomo buchón, creyendo equivocadamente que serán eternos. Nadie imita al ruiseñor, ni al jilguero, ni siquiera al gorrión. Solo practican el runruneo.

Permítanme que vuelva al origen y desvele una tesis mía que no le he escuchado a nadie. Muerto Franco llegó la Transición y hubo que desarrollar todo el entramado democrático y constitucional protagonizado por unos líderes excepcionales. ¿En qué se basaron?. En la interpretación correcta de dos principios preferentes fijados por la ciudadanía: los deseos de cambio y descentralización. Sobre estos dos principios clave giró todo.

Queríamos cambiar todo y ese fue el motor acelerado de nuestra vida política colectiva con la esperanza de que ese deseado cambio mejorara nuestras vidas. Ahora veo que el cambio no era una verdad absoluta en sí mismo porque olvidamos identificar cambio con mejoría. Hay muchas cosas que han cambiado para peor, desgraciadamente.

El segundo motor fue la descentralización. Queríamos descentralizar todo y así nació el Estado de las Autonomías con un nivel altísimo de autogobierno, desconocido en muchísimos países desarrollados hasta el día de hoy. No solo se implantó una España autonómica. También afectó a los Ayuntamientos a los que se les dotó de nuevas competencias y se reforzaron sus vías de financiación. Queríamos crear también las comarcas, que nunca existieron, salvo en su nomenclatura, ni tuvieron estructura alguna, ni medios económicos, ni dotación humana. Nunca se constituyeron como tales. Fue imposible crear esa nueva división. En ese asunto de la comarcalización nos sirvió de inspiración un magnífico libro de un joven profesor universitario murciano llamado Antonio Marín que después sería el magnífico Catedrático de Derecho Administrativo en que se convirtió.

Dos testigos excepcionales de la época, mis extraordinarios amigos Carlos Collado y Pedro Antonio Ríos, lúcidos y protagonistas, me ilustran abundantemente de cómo las comarcas, solo intuidas, se transformaron en un instrumento de manipulación política para consolidar el bipartidismo e inventaron las circunscripciones, en perjuicio del resto de partidos. Así, entre el sistema D´Hondt y las cinco circunscripciones, se garantizaba una mayoría suficiente otorgándosela al partido más votado y se expulsaba a los moscardones. Este fue el asunto más espinoso en la creación de la Autonomía. El Estatuto quedó paralizado en su tramitación y no avanzaba por causa de este tema, hasta que se reunieron en secreto Luis Egea (UCD) y Juma Cañizares (PSOE). Ellos solicos. Acordaron incluir las circunscripciones como Disposición Adicional segunda. Y así se quedó.

Para eso servían las circunscripciones. Nada de romanticismos territoriales porque para que estén Pepito o Juanito, un pueblo u otro en las listas, están los partidos políticos poniendo a quien quieren según sus intereses partidistas. Hoy la vuelta atrás volviendo a las cinco circunscripciones sería imposible con el nuevo mapa político español, excluyendo a los nuevos partidos en beneficio de un bipartidismo ya inexistente.

Enlazo el final con el principio. No son mayorías arrasadoras lo que hay que construir, porque siempre conducen a las catástrofes que hemos vivido y basta con mirar atrás. Lo que hace falta es que los partidos políticos se olviden de sus propuestas excluyentes, de sus intereses y hasta de sus ideologías, si fuera verdad que las tienen, para darle primacía al diálogo, al pacto, al consenso. No hay otra fórmula. Y sobre todo desterrar el runruneo.