Inmune a la presiones, está decidido a convertir a Cs en el partido Alfa del centro derecha aunque eso pase por empujar a Sánchez en manos nacionalistas

 

Harto de que no respondiera a sus llamadas telefónicas, alarmado por lo que considera una deriva que traiciona el origen y la función con el que fue creado Ciudadanos en 2005, uno de los padres fundadores del partido, quizá el que siempre se mostró más fiel y cercano a Albert Rivera incluso cuando éste cometió errores graves –algunos de juventud, como cuando pacto con Libertas una alianza para las europeas de 2009; otros más recientes, como eliminar la huella socialdemócrata de los estatutos de Cs– se citó con un dirigente del pequeño círculo de Albert Rivera en un café de Madrid. Era su personal llamada de auxilio, pero también un intento de comprender hacia dónde se dirige Cs.

El encuentro, cordial pero brutalmente sincero por ambas partes, no pudo dejar un gusto más amargo para al fundador del partido. Este pidió, casi suplicó, que la formación recupere el estandarte socioliberal, se desentienda sin matices de Vox y facilite la investidura de Pedro Sánchez, a su juicio un mal menor y necesario, evitando que el Gobierno de España dependa de Podemos y del nacionalismo catalán y vasco.

“No te hará caso, no vale la pena insistir, la decisión ya está tomada”, le respondió el dirigente de Cs. Para acto seguido detallarle una hoja de ruta que semanas antes de las elecciones generales ya le había esbozado personalmente Rivera, pero que él en ese momento no consideró ni posible ni definitiva, si no fruto de la coyuntura: sustituir al PP como Partido Alfa del centro derecha español, cueste lo que cueste, pese a quien pese.

No volver a ejercer de bisagra. Incluso si eso requiere empujar al Ejecutivo socialista a un escenario de inestabilidad, dependientes de los votos de Podemos, el PNV e incluso de la abstención de ERC y EH Bildu. Unas alianzas directas e indirectas que en Cs creen que erosionaran gravemente el proyecto de Sánchez y, tras la sentencia del Supremo sobre los presos independentistas, provocar incluso su derrumbamiento. Mientras tanto, Rivera esperará su momento agazapado.

El fundador de Cs, al constatar la determinación con la que el dirigente liberal explicaba y defendía esa estrategia, optó por una respuesta igual de diáfana y contundente: si perseveráis por esta senda nos obligareis a muchos a romper públicamente con Cs.

Esta escena es una más del proceso de divorcio, parece que ya definitivo, entre el grupo fundador de Cs y Rivera. En las últimas semanas se han acumulado los artículos críticos de Arcadi Espada, Francesc de Carreras, Félix Ovejero… También mensajes de texto y llamadas que tuvieron el silencio como lapidaria respuesta. Significativo fue en este sentido un acto de despedida en la terraza del Hotel Alma a la eurodiputada, y también miembro del grupo fundacional de Cs, Teresa Giménez Barbat, en la que volaron entre risas y aplausos gruesos reproches a Rivera.

Nada de esto ha afectado a Rivera. En el fondo, él hace mucho tiempo que rompió con ese grupo heterogéneo de intelectuales. Tanto en el plano político –no tienen, con la excepción de Xavier Pericay que está en la ejecutiva, de ninguna función orgánica- como en el sentimental. Se podría decir que lo hizo casi desde el momento en el que se puso al frente de Cs hace trece años y, ante el vértigo del proyecto, las primeras conspiraciones en su contra y la falta de experiencia, Rivera asumió que las decisiones las iba a tomar en solitario. Esa soledad que conoció y saboreó en la piscina durante sus años de nadador de elite juvenil.

Un hermetismo que es parte esencial de su ADN político -lo que en otras ocasiones le ayudó a superar tempestades que anunciaban su defunción política– y que en las últimas semanas, a medida que han crecido las presiones internas y externas para que se distancie de Vox y facilite la investidura de Sánchez, se ha agudizado. Ni le afectan las críticas de la vieja guardia, ni de los sectores económicos, ni la maniobra del Gobierno francés de Macron en sintonía con la Moncloa.

Esta más cerrado en sí mismo que nunca, en un grupo de confianza cada vez más reducido”, apuntan fuentes del partido –algunos hablan ya del “círculo Malú”–, que no dudan en situar más en el plano personal que político su decisión de apostar, todo o nada, por su llegada a la Moncloa en un plazo máximo de cuatro años. Aunque eso pueda suponer, si fracasa, la implosión de Cs como partido.

Él fue el artífice con un grupo pequeño de colaboradores –José Manuel Villegas, Fran Hervías, Juan Carlos Girauta, Fernando de Páramo…- del salto de Cs a la política española, convirtiéndolo en la tercera fuerza, y se siente ahora plenamente legitimado y con el derecho de mantener esa apuesta al todo o nada hasta el final.

Un Rivera hermético y por primer vez criticado frontalmente en el seno de la dirección, donde una corriente opositora empieza a articularse con la suma entre sector más liberal, liderado por el eurodiputado Luis Garicano, escudado por Toni Roldán y muchos de los jóvenes colaboradores en el Congreso y la Eurocámara, y el grupo de dirigentes procedentes de UPyD, con Ignacio Prendes, secretario de la Mesa , y Francisco Igea, líder en Castilla y León, como referentes. A todos ellos el líder de Cs les ha respondido ignorando sus peticiones –a Igea además le forzó a pactar con el PP el gobierno castellano– y rompiendo sin miramientos con Manuel Valls en Barcelona. Toda una advertencia presente y futura a disidentes.

En la reunión de la cúpula de Cs de este lunes Rivera ratificará su “no es no” a Sánchez, una vez los pactos autonómicos y municipales están ya en marcha. P ara el dirigente liberal el PP de Casado está en proceso de lenta descomposición, prácticamente borrado del mapa en el País Vasco y Catalunya, y con barones territoriales como Juan Moreno Bonilla (Andalucía) y Alberto Núñez Feijoo (Galicia) que afilan sus espadas, mientras conspiran para derrocar a Casado.

Por tanto el sorpasso al PP sería sólo cuestión de tiempo. Cree (y confía) Rivera.

 

 

FUENTE: LAVANGUARDIA