El panorama, después de la primera y cruenta batalla, comienza a aclararse. La primera fase de la «operación derribo» ha fracasado. El Gobierno, declarado ilegítimo en origen, lo que significa legitimar todo método para tumbarlo, sigue en pie. Incluso, sorprendentemente, una pizca más fuerte que antes de la pandemia. El viraje de Ciudadanos hacia el centro ha ensanchado su estrecho margen de maniobra. Esquerra Republicana, punto de fuga en que confluían los socios de la coalición, ya no resulta tan determinante. Cierto que el uso de la geometría variable, con ventanas a ambos flancos, comporta riesgos. Entre ellos, la dificultad de satisfacer simultáneamente a partidos nacionalistas, como el PNV, y a un partido genéticamente antinacionalista como Ciudadanos. La cuerda se romperá por uno de los extremos. Si lo hace por los dos, el Gobierno cae.

Se perciben síntomas de que Casado ha bajado el pistón. Ya no aprieta con la misma fuerza la yugular de Sánchez. Las crisis derriban gobiernos, pero la presión constante y despiadada también agota y desgasta. Sobre todo, si parte de los tuyos y la abrumadora mayoría de los ciudadanos no comparten la estrategia de la tensión. El líder de la oposición también lee los sondeos. Y estos dicen que los españoles están hartos de la crispación política, cuya génesis atribuyen al PP en primer término.

Tal vez esa sea la causa última de los cambios que se aprecian en su estrategia. Su empeño en demostrar que mantiene la mano tendida y que Sánchez la rechaza. Su decisión de enviar a Ana Pastor, de la escuela rajoyana, a pactar el reforzamiento del sistema de salud. Su anuncio de que, siguiendo la estela de Ciudadanos, apoyará la candidatura de Nadia Calviño a la presidencia del Eurogrupo. O su disposición a votar el decreto de la nueva normalidad. Hay en esos cambios un reconocimiento implícito de que la estrategia de acoso y derribo ha fracasado. Y la constatación, frustrante, de que el pueblo no se ha levantado en armas contra la «dictadura constitucional».

Porque no nos engañemos. Casado no se ha caído del caballo como Saulo de Tarso, ni ha abdicado del aznarismo. Solo cinco minutos después de presumir de «oposición responsable», lanzó a su aristocrática portavoz a culpar al Gobierno de los muertos registrados y de los que oculta. Uso repugnante de la muerte como arma política. No habrá tregua, solo cambio de tercio mientras se recargan los fusiles con la nueva munición: parados en vez de muertos. Perdida la primera batalla, la «operación derribo» entra en la segunda fase. La economía, estúpido, y los Presupuestos: el flanco débil del enemigo. La guerra promete ser tan sucia como hasta ahora. El PP ya ha izado sus banderas patrióticas: un informe que cuestiona el Estado de derecho en España, en la línea de Puigdemont, y una alianza con quienes pretenden hacernos pagar cara la ayuda europea. El objetivo es demoler el Gobierno a toda costa, aunque aplastemos a los españoles. No hay mal que por bien no venga, decía Franco. Tomemos nota.

 
 

FUENTE: LAVOZDEGALICIA