La crisis que padecemos ha creado un escenario insólito. Pocas veces se da un alineamiento tan claro de una demanda social abrumadora con lo que el país objetivamente necesita

La crisis multiorgánica que padecemos ha creado un escenario insólito en España. Pocas veces se da un alineamiento tan claro de una demanda social abrumadora con lo que el país objetivamente necesita. El 90% de los ciudadanos reclama desesperadamente una política de concertación nacional, y cualquier analista primerizo es capaz de diagnosticar que sin esa concertación no hay posibilidad alguna de que España salga del colapso.

Pero junto a ello, los principales dirigentes políticos muestran una interpretación fatalmente errónea y desviada no solo de su responsabilidad ante la sociedad sino también de su propia conveniencia partidaria.

El sumatorio de lo que la gente pide y lo que el tiempo histórico exige debería actuar como un poderoso incentivo para que las fuerzas centrales del sistema —en concreto, los dos partidos mayoritarios— apuesten decididamente por los acuerdos.

Atender a la reclamación ciudadana sirviendo a la vez a la necesidad del país es un ‘desideratum’ político que erradica por impertinente la siempre tramposa dicotomía entre interés nacional e interés de partido (en ese foso cavó su tumba Albert Rivera).

Sin embargo, es clamorosamente manifiesto que las cupulas dirigentes del PSOE y del PP han decidido transitar en la dirección opuesta, convirtiendo el desacuerdo en el elemento concurrente de sus estrategias. Ello merece una indagación que vaya más allá de corroborar lo ya sabido sobre su enanismo político.