La deriva reaccionaria del PP, desde que Casado se ha hecho con el timonel del partido, tiene tales ínfulas que todo lo que toca, él y sus fámulos inmediatos, lo convierten en derechismo puro y duro. Quizás, es de lo mejor que ha sucedido en España en este último año tras la defenestración de Rajoy: que la derecha de este país no se ande con rodeos y manifieste sin rubor alguno la catadura reaccionaria de sus dirigentes.

Esperaba uno, como mal menor, que este reaccionarismo abarcara solo aquellas materias que guardasen relación intrínseca con la política, pero no que arrastrara con su violencia algo tan aparentemente anodino como ordeñar la trastienda ideológica de un belén navideño.

Ningún partido político había reivindicado, en estas cuatro últimas décadas, el belén navideño como seña de identidad de España. Ni los obispos más integristas llegaron tan lejos, ni Rouco, y, si lo hicieron, habría estado en consonancia con su casquete teológico. Pero que lo haga un partido político, que defiende la Constitución con tanta saña, solo  revela que a esta gente la Carta Magna solo le interesa según y cómo.

¿Acaso no recuerda el PP que vivimos en un Estado no confesional, según el artículo 16.3? ¿Cómo se puede reivindicar el belén navideño como un elemento identitario de una España constitucionalmente neutral en materia de confesión religiosa? ¿No se da cuenta que tal reivindicación es como exigir el carácter católico del Estado, tal y como hiciera el nacionalcatolicismo? Seguro que lo sabe mejor que nadie.

Esta anticonstitucional propuesta la han registrado los populares como iniciativa parlamentaria pidiendo que “se reconozca el belén como valor artístico, cultural y seña de identidad de nuestro país”. Más todavía: que sea declarado “patrimonio inmaterial de la humanidad de la UNESCO”; y, finalmente, instando al Gobierno “a que desarrolle una ruta de los belenes junto a las comunidades autónomas para poner en valor este sector industrial».

Han leído bien. El PP quiere integrar el Belén en el sector primario de la producción económica, al mismo  nivel que el agropecuario de la caza y de los toros. No sé, pero me da que a cualquier creyente, sea de derechas o de izquierdas, tiene que repugnarle que el Belén se rebaje al nivel de la caza o las corridas de toros. Comprensible. No hay decoro alguno en esa analogía. De ahí que no se entienda muy bien que los obispos de España no hayan reaccionado contra la idea de humillar el Belén otorgándole categoría política, identico label de identidad hispánica como a la actividad de matar ciervos y  toros indefensos. Estaría bien que la Conferencia Episcopal se manifestara en este sentido, pues lo teológico siempre estuvo por encima de lo político. A ver si se aclaran de una vez.

Y, menos mal que, como señala el secretario general del PP,  García Egea, “hay que defender todo lo que nos une”.

Parece que se le ha olvidado añadir el complemento a la frase, es decir, “lo que nos une a la derecha y extrema derecha de este país”. Porque, a fin de cuentas, ¿qué hará el PP con aquella ciudadanía a la que no le va la adrenalina de la caza y la de los toros? ¿Expulsarlos del territorio hispánico?

La propuesta del PP exigía, además, que “se considere la tradición del Belén como símbolo de la tolerancia de nuestro país y exponente de la libertad religiosa que recoge la Constitución española».

No me extraña que sostengan tales aberraciones. Históricamente, es lo que ha hecho siempre. La derecha de este país no ha sabido jamás en qué ha consistido la tolerancia; menos aún, el respeto a las diferencias confesionales. La tolerancia solamente la han practicado los Estados fuertes, mayormente confesionales, que toleraban, es decir, permitían por concesión graciosa de sus respectivas monarquías absolutas que las minorías religiosas practicasen sus ritos sin llamar la atención. Jamás la tolerancia fue sinónimo de respeto hacia las personas que practicaban distinto credo. Cuando se respeta, no hace falta ningún tipo de tolerancia.

En cuanto a sostener el Belén como “exponente de la libertad religiosa que recoge la Constitución”, es la prueba más contundente del tipo de libertad religiosa que el PP pretende para la ciudadanía, a la que quiere someter a un mismo criterio confesional, el nacionalcatólico, algo que contradice severamente el artículo 16.3  de la Constitución. Es decir, ninguna libertad.

El PP parece olvidar que el Belén tradicional es un hecho religioso, como así lo describe el propio Vaticano en su “Directorio sobre la Piedad y la Liturgia” elaborado por la “Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos”. Un hecho lleno de fantasmagorías inverificables empíricamente y que sólo desde una creencia religiosa se les puede otorgar carta de naturaleza.

Así lo entiende esa misma Congregación, presentando estas recomendaciones como un contenido específicamente católico. Lo que evidencia su incompatibilidad con las prácticas institucionales que deberían adornar a un Estado Aconfesional. Se dan de bruces. Por ello, dado que la Navidad y  la parafernalia litúrgica que la envuelve es un hecho religioso, cristiano y católico, no tiene cabida en las instituciones que son aconfesionales y, por serlo, deben respetar las creencias de la ciudadanía, incluida la población que no profesa ninguna.

De ahí, la suma gravedad en que incurren quienes defienden el Belén tradicional como seña de identidad del Estado.

Establecer un signo religioso como parte de identidad de un Estado Aconfesional es, además de grave contradicción jurídica, una muestra del totalitarismo e integrismo religioso que adorna la ideología del PP: puro fascismo de la fe. O sea: nacionalcatolicismo franquista. Con su Belén se lo canten.
 
 

FUENTE: NUEVATRIBUNA