El nacionalismo separatista catalán está desconcertado por el evidente fracaso del proceso de independencia unilateral y la dispersión de sus principales dirigentes en fugas personales y retractaciones políticas. El trasfondo de esta crisis interna del nacionalismo no es sólo la aplicación del artículo 155 de la Constitución, ni la contundente respuesta de la Fiscalía y de los tribunales de Justicia. El trasfondo de esta crisis es la evidente falta de consistencia del proyecto separatista, que es algo distinto del número de catalanes que lo apoyan. La idea de una Cataluña independiente era insostenible para los separatistas desde el punto de vista legal e internacional, pero también desde una perspectiva puramente política. El nacionalismo está fracasando porque su proyecto carece de los cimientos históricos y sociales que necesita todo movimiento secesionista. El independentismo no da más de sí. Y si ha llegado tan lejos es porque el resto de España ha sobrevalorado su fortaleza política. Por esa inconsistencia endógena, y como anunció el presidente Aznar, se ha roto Cataluña antes que España. La discordia entre catalanes es de tal naturaleza que siquiera los divide entre nacionalistas y no nacionalistas, sino entre nacionalistas decepcionados y nacionalistas crispados. La falta de una candidatura única que repita la experiencia de Junts pel Sí expresa el agotamiento de las formaciones «nacionales» en Cataluña. El «sálvese quien pueda» de Puigdemont y Forcadell se ha contagiado a los partidos nacionalistas. ERC quiere liderar el nuevo Parlament tras el 21-D y no hacer president a otro que no sea el hoy preso Junqueras. Cada partido vuelve por sus intereses. La antigua Convergència contagia su declive al PDECat, que carga con un Puigdemont cada día más molesto para la causa nacionalista y, además, empeñado en liderar una difusa agrupación de electores que no suscita entusiasmo alguno y que condenaría a la antigua Convergència al anonimato.

A esta ceremonia de confusión no podía faltar el Partido de los Socialistas de Cataluña, dedicado a la captación de políticos nacionalistas, como Ramón Espadaler, quien fuera consejero de Interior cuando el Gobierno de Artur Mas organizó la consulta ilegal del 9-N en 2014. Los socialistas repiten el error de desfigurarse ante la sociedad catalana con barnices filonacionalistas, que les han supuesto un declive electoral constante en los últimos quince años. Además, se dejan vapulear política y públicamente por Ada Colau, quien está consultando a las bases de su partido si mantiene o no el pacto con los socialistas en el Ayuntamiento de Barcelona. Por dignidad y autoestima, el PSC no debería consentir un gesto tan inequívocamente humillante de quien se comportó el 1-O como quintacolumnista del separatismo en la izquierda. Estos errores de planteamiento son los que impiden que el PSC reconduzca a la izquierda catalana a posiciones afectas a la Constitución y al Estado autonómico.