Ciudadanos creció en su origen en Catalunya a costa de un PSC asfixiado por el Estatut. Pasó de la socialdemocracia al liberalismo y, como muleta a veces del PP, a veces del PSOE, preservó su pátina de fuerza reformista por encima de miramientos ideológicos.

La conjunción astral era propicia a Albert Rivera, que se beneficiaba de un Rajoy en declive, una antigualla en términos de imagen y con un partido corrupto y erosionado por la crisis y el conflicto catalán. El poder caería como fruta madura.

La moción de censura dio al traste con ese anhelo… cuando casi lo podía tocar. A partir de ahí, el giro a la derecha es vertiginoso. Ante el resultado andaluz, Rivera trata de mantener las formas y que sea el PP el que se arremangue para hablar con Vox. Lo justifica en la necesidad de desbancar el caciquismo de un PSOE que ha hecho de Andalucía su cortijo.

Pero las encuestas encienden la luz de alarma justo cuando Pedro Sánchez parece flaquear víctima de su relación con el independentismo. Los sondeos revelan una sangría hacia Vox y el PP. La foto de Colón. La campaña electoral. Los votantes de Cs confiesan fobia hacia Sánchez. Se pintan líneas rojas.

El resultado de las generales parece dar la razón a Rivera. No logra el sorpasso al PP, pero pasa de 32 a 57 escaños, a sólo nueve del PP. Unos 200.000 votos de diferencia. Para Rivera no hay duda de que este es el camino a seguir.

Pero tumbado en el diván, Ciudadanos ya no sabe muy bien qué es ni cómo ha llegado hasta aquí. No acierta a explicar su flirteo con Vox. Algunas voces internas piden una reorientación. Tras las autonómicas se abre la posibilidad de pactar en alguna autonomía con el PSOE, pero se van cerrando las puertas… Sólo queda Aragón. En Europa ya no es posible argumentar que Cs no tiene tratos con la ultraderecha. Y en el Elíseo no entienden nada.

En su cuna, Catalunya, Ciudadanos supura sensación de abandono tras la marcha de Inés Arrimadas. Antiguos votantes del PSC desertan y regresan. Ciudadanos fue el muro de contención del independentismo, pero parece incapaz de desbrozar posibles soluciones.

La decisión de Manuel Valls de votar a Ada Colau antes que dejar la alcaldía a ERC no ha sido contestada en Cs. Mañana podría consumarse con los tres síes imprescindibles y tres abstenciones, de común acuerdo entre los independientes de Valls y los concejales de Cs. Pero esa operación puede marcar el principio del fin de la colaboración entre Valls y Rivera.

Si el macronismo que compartía Cs consistía en seducir a los votantes asegurándoles que aunaría lo mejor de la derecha y la izquierda, esa vía se ha cegado. Si el centrismo consiste en el rechazo hacia los extremos, la formación de Rivera ya no está ahí. Y de momento, pese a las expectativas, Ciudadanos es más un liderazgo que un partido.

 
 

FUENTE: LAVANGUARDIA